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Opinión

Sí hay un futuro

Si Colombia logra unir la sensatez de la experiencia con la fuerza del ímpetu, la mayoría silenciosa encontrará al fin una agenda que le hable.

Francisco Santos
23 de agosto de 2025

Colombia, incluso en su hora de sombras, empieza a ver emerger dos liderazgos distintos y complementarios que señalan caminos posibles. Miguel Uribe Londoño y Abelardo de la Espriella representan estilos diferentes, con trayectorias propias, pero comparten la misma brújula, que es garantizar la seguridad para vivir sin miedo, abrir la economía para prosperar y respetar la ley para que nadie esté por encima de las instituciones.

Estos dos nombres se suman a cuatro mujeres que están dando la batalla con coherencia, sacrificio y entrega desde hace años: María Fernanda Cabal, Paloma Valencia, Paola Holguín y Vicky Dávila. Minimizar lo que estas mujeres han hecho y representan es una equivocación. Ya vimos la valentía de la parlamentaria de Arauca, Lina Garrido, quien arriesgando su vida, pues en su departamento quien se opone a la izquierda y al ELN está muerto, le cantó la tabla a Gustavo Petro.

Estas mujeres, que no sacan presos de la cárcel o se disfrazan de indígenas para ganar votos, representan una nueva fuerza en Colombia que está dando una batalla histórica. Además, son un ejemplo de valor que muchos de sus colegas que se venden o se callan en el Congreso quisieran tener. Colombia y la libertad que defienden, reconocen y agradecen, al igual que yo, lo que hacen por nuestro país.

Volviendo a este nuevo desarrollo político para las elecciones de 2026, la vida de Miguel Uribe Londoño estuvo marcada por tragedias que habrían quebrado a cualquiera. Fue esposo de Diana Turbay, asesinada en 1991, y padre de Miguel Uribe Turbay, cuya muerte reciente estremeció a Colombia. No quedó atrapado en el dolor, lo convirtió en vocación cívica y compromiso con la nación. Fue concejal de Bogotá, presidió la Federación Nacional de Cacaoteros, llegó al Senado y participó en la fundación del Centro Democrático, donde aportó organización y liderazgo en los primeros años. Yo mismo fui testigo de su capacidad para articular voluntades y de su generosidad para compartir caminos que otros podían recorrer.

Hoy, convocado por el legado de su hijo, aparece como un nombre de unidad. Su estilo no se expresa en estridencias, sino en sobriedad. Habla de proteger la vida, recomponer confianzas y resolver diferencias en la ley. El país lo vio de pie en medio del drama y se sorprendió de su serenidad. Su fuerza radica en haber transformado la adversidad en voz de futuro. Por eso insiste en lo esencial, la seguridad como primer derecho social, la empresa con reglas claras y las instituciones que no se negocian al vaivén de la coyuntura.

En la otra orilla está Abelardo de la Espriella, con la energía de quien decidió jugar a fondo. Abogado, empresario, fundador de una firma reconocida y hoy precandidato que avanza con el movimiento Defensores de la Patria. Su relato es de combate y emprendimiento, un llamado a arriesgar y construir. Promete mano firme contra el crimen, recuperar el control territorial, golpear la economía ilegal y reactivar la lucha contra el narcotráfico. Defiende el mercado con franqueza, menos trabas para producir, más garantías para invertir y castigo ejemplar al corrupto que roba el futuro. Sostiene que la democracia no se salva con discursos, sino con instituciones firmes y autoridad legítima. Su discurso busca sacudir la resignación y devolver al mérito y a la ley el lugar que merecen.

Estos precandidatos se suman a estas valientes candidatas que representan lo mejor de la mujer colombiana y lo mejor de la clase política hoy en día. Así, se acaba de conformar un nuevo escenario político que enfrenta la serenidad de la experiencia con la energía del ímpetu. Son estilos distintos que coinciden, además, en lo esencial, un país donde la seguridad libere, la economía premie el trabajo honesto y las instituciones sean refugio y no botín. Están dispuestos a dar la batalla, a enfrentar el populismo y a desvirtuar las mentiras de la izquierda, que tantas veces ha querido reescribir la historia.

Colombia sabe de lo que son capaces sus adversarios. Conocemos hasta dónde llegan quienes se alimentan del odio, la manipulación, la corrupción y de alianzas soterradas con grupos criminales. Por eso hay que cuidarlos y rodearlos, porque representan mucho más que candidaturas. Miguel murió, pero los narcos que hoy se benefician de este Gobierno manchado de sangre, no les quepa la menor duda, alistan sus armas y su dinero de corrupción para mantener los beneficios recibidos. A eso le juega Petro, a mexicanizar la política colombiana, donde los narcos toman partido político como lo hicieron con López Obrador y Claudia Sheinbaum.

Bienvenidos a esta guerra por la libertad, Abelardo y Miguel. Representan futuro. Si Colombia logra unir la sensatez de la experiencia con la fuerza del ímpetu, la mayoría silenciosa encontrará al fin una agenda que le hable. Entre estas voces late un mismo norte, volver a creer que la ley protege, que la empresa abre oportunidades y que toda vida merece seguridad y dignidad.

Ese país no es un sueño lejano, está al alcance de una decisión colectiva. Álvaro Uribe mostró que es posible y por eso la izquierda decidió, con ayuda de expresidentes traidores, acabarlo, pues ese hito no podía sobrevivir. Hoy sobrevive y se fortalece cada día, tanto que podemos decir que con estos candidatos hay futuro.

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