
Opinión
Petro lleva a Colombia al borde de la descertificación
Lo que está en juego no es un tecnicismo diplomático, es la dignidad de una nación que corre el riesgo de ser vista como un Estado capturado por la coca y la corrupción.
La advertencia vino de John P. Walters, ex zar antidrogas de Estados Unidos. La descertificación de Colombia ya no es un escenario lejano sino una posibilidad real. Y sería devastador. El golpe no solo se sentiría en la pérdida de inversión extranjera y en la contracción del comercio, también significaría el debilitamiento de la seguridad nacional, el aislamiento internacional y la consolidación de la imagen de Colombia como un Estado fallido.
No se trata de alarmismo, son hechos. Hoy tenemos un récord histórico de más de 300.000 hectáreas de coca sembradas y la producción potencial de cocaína ha crecido un 53 % bajo el gobierno Petro. No hay fumigación, no hay erradicación manual. La orden presidencial ha sido cruzarse de brazos y hacerse el de la vista gorda. Colombia hoy es el primer productor de coca en el mundo. Mientras tanto, el narcoterrorismo y la narcodictadura venezolana encuentran en la coca colombiana el oxígeno que los sostiene. Petro, con su silencio y su permisividad, se ha convertido en cómplice de ese entramado criminal que desangra y desestabiliza a la región.
El exzar Walters lo dijo sin rodeos. La ley estadounidense exige revisar si Colombia coopera de manera plena en la lucha contra el narcotráfico y hoy la evidencia demuestra lo contrario. La descertificación abriría la puerta a sanciones comerciales que golpearían sectores vitales como flores, café, textiles y otros productos que sostienen a miles de familias colombianas. La devastación económica vendría acompañada de un mensaje político demoledor. Estados Unidos dejaría de ver a Colombia como un aliado confiable.
Más allá de lo técnico, lo humano es lo que duele. Cada hectárea de coca es sinónimo de violencia en el Catatumbo, de reclutamiento de menores en el Cauca, de desplazamiento forzado en Nariño, de madres llorando a sus hijos atrapados por la adicción en las calles de Nueva York, Los Ángeles, Miami, entre otras. El negocio de la cocaína no es abstracto. Son vidas destruidas en los dos hemisferios y hoy Colombia es el epicentro de esa tragedia gracias a Petro. Con esto se cae su discurso barato de “Colombia, potencia mundial de la vida”.
En este contexto no basta con diagnósticos tibios ni con discursos complacientes. Creo que es el momento de que Estados Unidos, en manos del Departamento de Estado, con Marco Rubio como secretario de Estado, debería de considerar poner a Gustavo Petro en la lista de cómplices de la narcodictadura. Mientras el presidente de Colombia juegue a encubrir a Maduro y a mirar hacia otro lado frente a la expansión cocalera, el país seguirá hundiéndose en el pantano de la ilegalidad.
La fecha límite para la decisión de Washington es el 15 de septiembre de 2025. Ese día sabremos si el aliado histórico en la lucha antidrogas nos seguirá reconociendo como socios o si nos señalará como parte del problema. Lo que está en juego no es un tecnicismo diplomático, es la dignidad de una nación que corre el riesgo de ser vista como un Estado capturado por la coca y la corrupción.
Colombia aún tiene una ventana de tiempo para reaccionar, pero cada día que pasa sin políticas firmes contra el narcotráfico es un día ganado para los carteles. La historia nos juzgará por lo que hicimos o dejamos de hacer cuando el país estaba a punto de ser descertificado.
Ñapa. ¿A quién le conviene y fortalece la descertificación? Al sátrapa que hoy usurpa la Casa de Nariño. Necesita la anarquía para sostenerse, el caos como combustible y la confrontación externa como cortina de humo para tapar la hecatombe interna que él mismo ha provocado. La izquierda siempre se mueve como pez en el agua en medio de la destrucción, porque ahí fabrica su relato, victimiza a sus verdugos y perpetúa su poder a costa de un país arrodillado.