
OPINIÓN
París, pueblo y presidente
Nuestra espectacular experiencia dista mucho de la experiencia que tiene el presidente Petro cuando viene a París.
No se puede negar, es un privilegio estar en París, caminar sus calles y vivir esta ciudad inolvidable. Lo hacemos poco a poco, descubriendo en transporte público sus distintos barrios, su cultura, todo desplazándonos en el metro y los trenes que la cruzan en todas las direcciones.
Llegamos a ella en un enorme avión de fabricación americana, el Boeing 767, en clase turista. Sale uno del avión un poco ajetreado después de diez horas de viaje, pero son gajes del asunto. Las dificultades no son motivo para no disfrutar a la ciudad luz.
Durante un día típico recorremos alrededor de veinte kilómetros a pie con gusto, visitando el comercio local y disfrutando de las conversaciones casuales. Cuando nos subimos en el metro nos alegramos, sale a la superficie, para poder observar el paisaje y no sentirnos encerrados en un hueco negro con luz artificial.
Nuestra espectacular experiencia dista mucho de la experiencia que tiene el presidente Gustavo Petro cuando viene a París. Me imagino que para él no hay fila de emigración y su vuelo en el FAC 001 no va acompañado de la estrechez de un vuelo comercial. A diferencia del platico de pasta pasada del avión comercial, los manjares, bebidas, alcoholes y demás deben correr a cántaros.
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Es más, con un chasquido de la mano el presidente puede pedir una escala en las Islas Canarias o las islas Azores, territorio portugués donde de pronto algunos emprendedores están pensando en montar una start up para producir pasaportes.
Del Airbnb en el cual nos quedamos al hotel majestuoso en el que él de pronto duerme hay enormes diferencias. El del presidente seguramente estará situado cerca a la Plaza de los Invalides a unos metros del museo del Louvre, desde nuestro alojamiento hay 15 minutos de desplazamiento, en su mayoría y como lo mencioné, en metros elevados.
Nuestra actitud como turistas es afable, venimos con un tono cordial y respetamos a quienes nos atienden, así nos cobren de nuestro bolsillo. No los tratamos de esclavistas, como lo hizo el presidente con el primer ministro francés, ni nos escondemos de ellos clandestinamente para visitar barrios como Pigalle. A nuestro regreso a Colombia nuestros bolsillos están golpeados, y no llenos del dinero de los viáticos.
Por todo esto, genuinamente agradecidos por el privilegio de estar acá y reflexionamos sobre las oportunidades que, por falta de un desarrollo organizado, se pierden muchos colombianos del pueblo. Lo primero que salta a la vista es la enorme incoherencia de quien dice representarlo, en medio de lujos y comodidades, que con sus políticas le niega a la mayoría.
El mandatario ya no sabe qué necesita el pueblo, ahora prefiere las comodidades que lo tienen desconectado de la realidad. Insulta el progreso que personifica el metro de Bogotá porque no es el de él, destroza la producción de pasaportes porque no le gusta el proveedor, gobierna a pinta de golpes emocionales que poco a poco acaban con el país.
Estimados lectores, como la envidia es mala consejera, debo aclarar que no me anima estar en su posición. Lo que sí no permito es que dentro de sus excesos y comodidades, el presidente tome la representación de un pueblo que en nada coincide con él. Un pueblo que hace y no solo dice, un pueblo que trabaja y produce, un pueblo respetuoso.