
Opinión
Odiosas pero necesarias comparaciones
Hoy, este Gobierno nos tiene al borde del precipicio, de dejarnos encerrados en el país y asistiendo a su carnaval de incompetencia.
Los colombianos estamos cuidando cada hoja de nuestros pasaportes, porque es muy posible que en septiembre no tengamos cómo reemplazarlo. A no ser que nuevamente echen marcha atrás e inclinen la cerviz al odiado Thomas Greg & Sons. La actual promesa es un convenio con Portugal, un país que obligatoriamente tendrá que subcontratar con un tercero, previsiblemente privado y una historia circular que se convirtió en una mala ópera bufa.
Y esto parece una novela de nunca acabar porque completamos casi tres años de ires y venires. Ya van tres ministros y llega un cuarto más para intentar terminar el sainete. Todo arrancó mal desde sus motivaciones. Como en tantas otras cosas en este Gobierno, se trataba de cambiar algo que funcionaba bien por un albur. La fuerza del cambio era la ideología y el odio a cualquier cosa que representara el pasado y, aún más, si el ejecutor perteneciese al sector privado.
Sin embargo, hay que hacer una comparación que nos remonta a los tiempos del covid-19. No por mala leche, sino por una pedagogía necesaria para que los colombianos entendamos la dimensión del error que cometimos en las elecciones de 2022. Tenemos que comprometernos ahora a no repetirlo nunca más: aprendamos que nadie tiene la fórmula mágica para cambiar nuestro futuro. Todo solo se logra con el trabajo y, sobre todo, eligiendo bien a nuestros gobernantes.
Veamos: en 2020, Petro desde la oposición tuiteaba furiosamente que los colombianos solo tendríamos vacunas contra el covid hasta el 2027. Lo expresaba con ese aire de suficiencia y esas dotes de profeta de desastres, con ese histrionismo que hoy nos invade con un discurso cada vez más altisonante que el anterior. Contrario a sus pronósticos desastrosos, en Colombia logramos aplicar la primera vacuna contra ese virus el 17 de febrero de 2021, apenas 66 días después que fuese aprobada por la Federal Drug Administration (FDA) de los Estados Unidos.
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Tuvimos que atravesar el proceso de negociación y contratación con cinco oferentes; alistar el fondo para el manejo de la emergencia como administrador de los recursos; realizar el presupuesto y apropiación de recursos desde Minhacienda; tramitar con el Congreso una ley que nos permitiera negociar; realizar un documento de política social (Conpes) y un documento fiscal (Confis); hacer el alistamiento de las bodegas y sistemas de congelación en los 32 departamentos; generar y aprobar un reglamento de uso de emergencia para el Invima; diseñar el plan de vacunación; ajustar toda la estrategia logística y de seguridad para la distribución de biológicos; entrenar a más de 50.000 personas en todo el país en los procesos de manejo y aplicación de la vacuna y, por último, diseñar un sistema de registro de vacunación PAIWEB II y delinear todo un nuevo sistema de pago para las entidades que hicieron parte del plan de vacunación. Esto entre muchas otras cosas.
Todo eso se logró en menos de 50 días. Teníamos una inmensa responsabilidad y un país encima. Pudimos manejar 103 millones de vacunas y alcanzamos a aplicar 85 millones de vacunas para cubrir el 70,3 % de los colombianos. Adicionalmente, aplicamos en ese mismo período cinco millones de primeros y segundos refuerzos. Así cumplimos el objetivo del plan nacional de vacunación, pero, sobre todo, le cumplimos a los colombianos.
Eso tuvimos que adelantarlo en un escenario donde la oposición nos contaba cada día de esfuerzo como un día de retraso. Que nos espetó a la opinión pública por vernos obligados —como todos los países del mundo— a firmar acuerdos de confidencialidad y aceptar cláusulas de corresponsabilidad por los potenciales efectos secundarios de unas vacunas desarrolladas de manera express con tecnologías novedosas. La decisión era o nos vacunábamos o seguíamos encerrados.
Esa misma oposición que nos señaló públicamente por firmar acuerdos de confidencialidad, hoy, a escondidas, pretendía hacer firmar acuerdos de confidencialidad a los miembros de la junta de la Imprenta Nacional para ocultarle a los colombianos la verdadera situación de sus pasaportes. Esa misma oposición que nos acusó de rendirnos a las exigencias de los productores de vacunas, hoy acepta por debajo de la mesa que un extranjero termine haciendo nuestros pasaportes. Hoy, este Gobierno nos tiene al borde del precipicio, de dejarnos encerrados en el país y asistiendo a su carnaval de incompetencia.
Este drama de los pasaportes es un ejemplo perfecto de lo que ha sido la gestión pública en este Gobierno y muestra que los colombianos no necesitamos un líder mesiánico que nos embadurne de promesas de cambio. Ojalá aprendamos que no necesitamos un diletante presidente, tocado por la iluminación y embutido del espíritu de los Aurelianos, sino simplemente necesitamos un presidente que gobierne y rinda cuentas; no más que eso.