
Opinión
¿Nos estamos aproximando al “iceberg”?
Los hechos acaecidos la última semana han generado angustia y oscuros presagios.
Existe una angustia generalizada por la situación que vive el país, incluso se habla del retorno al final de la década de los ochenta. Sin embargo, esa época no fue igual. En ese entonces, en medio de los asesinatos a sangre fría de candidatos a la Presidencia, de altos funcionarios, de jueces, de policías y del terrorismo indiscriminado, el país se mostró decidido a no dejarse amedrentar más.
El problema, ahora, es que se ha generado una ola de odio y resentimiento pocas veces vista, que desafortunadamente ha sido generada desde las altas esferas del Estado, acompañada por medidas, algunas de las cuales bordean el límite establecido por las normas constitucionales y legales.
Sin contar con que en este momento, si alguien, incluso un colaborador, expresa tímidamente un punto de vista contrario al del jefe, debe estar preparado para ser calificado de enemigo y traidor. Mientras que otros que creen que han interpretado fielmente el sentir de su superior, ante el riesgo de ir a la cárcel, comienzan a buscar un país para desvanecerse o solicitar asilo. Ya que les queda muy fácil convencer a las autoridades de aquel que, en Colombia, corre peligro su vida.
Paulatinamente, se avecinan las elecciones y a estas alturas las mafias y los grupos armados de diferente índole están controlando, empoderados en diversas zonas del país, incluso en las ciudades. Para ello, han utilizado las prebendas y facilidades que les ha otorgado el Estado: así la “restauración moral de la República” va a ser muy difícil.
Se recuerda entonces el caso del hundimiento del Titanic en 1912. Su capitán, Edward John Smith, un marinero muy experimentado, dijo que su buque iba a cambiar los sistemas de navegación existentes y que era inhundible. Muchos creyeron en eso y se embarcaron. No solo empresarios y hombres de negocios importantes, sino también muchachos deslumbrados que después fueron hacinados en los camarotes de tercera clase.
A Smith, que quería llegar rápidamente a New York y coronarse como héroe, le aconsejaron que no forzara las máquinas, porque se podrían generar graves problemas. No hizo caso y sus oficiales, temerosos de posibles represalias, prefirieron no insistir en sus recomendaciones.
Luego, se le advirtió a Smith que en la ruta se habían reportado icebergs y témpanos de hielo. Pero no se inmutó y ordenó que el Titanic siguiera navegando con el mismo rumbo: iba directo hacia el iceberg.
En Colombia, se necesitará un gran capitán que no sea como Smith. Ojalá que el que asuma el mando en el 2026, preserve al país de la inexorable colisión. Si los aspirantes a la capitanía, en lugar de cambiar el rumbo con un fuerte timonazo, se empeñan en discutir sobre cuál de ellos debe asumir el mando en semejante emergencia, inexorablemente nos esperará el iceberg y todo lo que sigue. Y aunque no se crea, tampoco hay botes suficientes…