
Opinión
Miguel
Hoy, más allá de cualquier ideología, nos queda el compromiso de rescatar lo mejor de sus ideas y de tantas otras que buscan el bien común.
Entre más videos nos llegan de sus intervenciones, de sus discursos, más nos damos cuenta de la enorme pérdida para Colombia, para nuestra democracia. Lo que sentimos al despertar el lunes con la noticia de la partida de Miguel es solo parecido a un puñal continuo en nuestro corazón. Es una tortura personal para los que lo conocimos de cerca, igualmente es un dolor de patria para todos. El hecho y la pérdida de la ilusión por su vida obnubila la mente para escribir algunas líneas con coherencia.
Los que fuimos testigos de la toma y retoma del Palacio de Justicia y de la muerte de magistrados que conocíamos, los que padecimos los asesinatos de Pardo Leal y de Guillermo Cano; los que estuvimos en el hospital de Kennedy con Luis Carlos Galán hasta sus últimos momentos, y luego nos enteramos del secuestro y asesinato de Álvaro Gómez Hurtado; de Bernardo Jaramillo, de Carlos Pizarro, sabemos cuánto dolor y violencia han marcado nuestra historia reciente.
Ahora, volvemos al pasado con el magnicidio de Miguel Uribe, un niño al que Pablo Escobar le arrebató a su madre, la periodista Diana Turbay. Todos creemos que estos insucesos tienen que parar en seco, y a pesar de esta profunda aflicción por Colombia que nos invade, no podemos perder la esperanza, ni dejarnos llevar por el miedo, ni dejar de actuar.
Conocí a Miguel como ponente al que invitamos a un seminario para concejales de Cundinamarca, al inicio de 2016, cuando era concejal de Bogotá; ya entonces se destacaba por sus posiciones inteligentes y novedosas perspectivas para la ciudad y la política. Me sorprendió su juventud y dentro de ella la claridad sobre los retos que tenía la organización política local.
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Luego ya fue historia su excelente recorrido como secretario de Gobierno, su candidatura a la Alcaldía, su protagonismo como cabeza del Centro Democrático en el Senado. Hace unos meses, Miguel me invitó a conversar largo y me ofreció que lo acompañara de manera inequívoca y amable en su carrera a la Presidencia.
Desde hace dos meses, con nuestras almas ensimismadas por su atentado, nos aferrábamos a cada comentario, a cada comunicado médico, a cada perspectiva que lo hiciera sobrevivir.
La muerte cambia muchas cosas, a veces positivamente a pesar de la enorme tristeza que arrastra. Recuerdo al doctor Mario Galán Gómez, padre de Luis Carlos Galán, cuando nos recibió en su oficina los primeros días de diciembre de 1990. Fuimos con Fernando Carrillo para compartirle la alegría por su triunfo electoral en la conformación de la Asamblea Nacional Constituyente y por la pacífica y plural elección de sus miembros, encargados de escribir la nueva Carta.
En aquella ocasión, el doctor Mario Galán nos contagió con su firme creencia de que esa Constituyente, así como la cantidad enorme de proyectos relevantes aprobados en el Congreso de 1990, eran producto de la catarsis social por el asesinato de su hijo; enorme creyente, nos señaló el soleado día por la ventana con una sonrisa, como queriéndonos decir que el espíritu de Luis Carlos Galán se alegraba con esas buenas nuevas.
Hoy, con los más de 90 candidatos a la Presidencia, sobran voluntades y seguramente demasiadas vanidades, pero falta un elemento esencial que el mismo Galán nos enseñó: ¿cómo puede hacerse una campaña presidencial sin propuestas claras sustentadas en estudios revisados por expertos en sus áreas? ¿Cómo es el cambio que la gente quiere?
Esa tarde, hace apenas unos meses, conversábamos con Miguel sobre el país que soñaba. Hoy, más allá de cualquier ideología, nos queda el compromiso de rescatar lo mejor de sus ideas y de tantas otras que buscan el bien común; los candidatos que siguen en la contienda tienen un buen ejemplo en Miguel de cómo nutrir sus programas. No podemos permitir que la violencia siga marcando nuestro destino, está en nuestras manos y en nuestros actos construir una Colombia más justa, donde las diferencias se resuelvan con diálogo y respeto, y no con la muerte.