Alejandro Cheyne

Opinión

Maud Lewis, la alegría de vivir con sencillez

Esta humilde morada, en la que Maud vivió junto a su esposo Everett Lewis, se convirtió también en su taller, donde desplegó su talento artístico pintando cada espacio.

Alejandro Cheyne García
29 de junio de 2024

La pequeña casa de Maud Lewis, que fue restaurada y trasladada a una galería de arte de Nueva Escocia, es la mejor representación del legado de la artista canadiense. Esta humilde morada, en la que Maud vivió junto a su esposo Everett Lewis, se convirtió también en su taller, donde desplegó su talento artístico pintando cada espacio, desde las paredes y las ventanas hasta los muebles que utilizaban.

La película “Maudie, el color de la vida” (2016), protagonizada por Sally Hawkins, y los documentales de la National Film Board of Canada nos ofrecen una ventana al arte folclórico de Maud, pero, quizá más importante aún, transmiten la esencia de su proyecto de vida, hoy testimonio de resiliencia, entrega sin límites a su vocación y una profunda sencillez.

Las precarias condiciones económicas marcaron la vida de Maud. De hecho, su relación con Everett comenzó cuando ella se ofreció para realizar labores domésticas en su casa de Marshalltown, que carecía de servicios básicos como la electricidad, a cambio de un pago mínimo con tal de alejarse de la complicada vida que llevaba con su tía tras la muerte de sus padres. Al principio, los ingresos del hogar eran escasos, pues provenían únicamente de la pesca que realizaba Everett. Sin embargo, la situación mejoró poco a poco cuando Maud comenzó a vender sus obras a precios bajos a los compradores de pescado de su esposo y en algunas tiendas locales.

Con el tiempo, su trabajo consiguió llamar la atención de los transeúntes, quienes se detenían a comprar sus obras expuestas frente a su casa, y años después, su arte alcanzó una amplia visibilidad al ser destacado en un programa de la CBC Televisión y al despertar el interés del presidente Richard Nixon. Maud, una vez más, demostró que la persistencia puede triunfar sobre las dificultades, incluso cuando el reconocimiento más significativo hacia su obra llegó después de su fallecimiento en 1970.

Pero tal vez el desafío más complejo para ella fue la artritis reumatoide, que desde su adolescencia afectó su movilidad y su capacidad para desenvolverse en la comunidad. A pesar de enfrentar burlas y discriminación por su apariencia física, así como el rechazo inicial de Everett, Maud Lewis no permitió que estas dificultades mermaran su pasión por el arte y encontró la manera de seguir creando con formatos pequeños que le eran manejables. Su historia nos recuerda otras extraordinarias, como la de Renoir, quien amarraba los pinceles a sus dedos para seguir pintando a pesar de la artritis, o la de Matisse, quien no dejó de crear arte desde su lecho de enfermedad.

Maud no recibió formación artística formal. Su talento era innato y, con sus colores, lograba capturar la esencia de la vida rural que observaba a diario. Comenzó con lecciones de su madre haciendo tarjetas navideñas, pero se desarrolló de forma autodidacta.

La lección más significativa que Maud dejó al mundo es su búsqueda incansable de la felicidad. Sus obras, lejos de reflejar la soledad o las adversidades que enfrentó, expresan alegría a través del arte naíf, con sencillez, inocencia y colores vibrantes, como se plasma en piezas como “Three black cats” (1955), “Deer in winter” (1950) o “Lighthouse. Yarmouth County” (1965). Las fotografías de Maud y su sencilla vida cotidiana irradian la misma alegría y muestran a una bella y excepcional mujer, siempre fiel a su vocación.

En la sociedad actual, marcada por el consumismo, aún es posible aspirar a un estilo de vida sencillo en el que prioricemos las necesidades básicas y valoremos las experiencias por encima de los bienes materiales, con sobriedad y moderación. Gracias, Maud, por tu inspirador testimonio y por enseñarnos que la felicidad no siempre depende de las circunstancias externas, sino de nuestra actitud ante la vida.