
Opinión
Los viejos valores
Es necesario darle una nueva oportunidad a la vieja axiología y plantearnos qué tipo de sociedad queremos para nosotros, para nuestros hijos.
Estamos hoy en el mundo de la ironía inmediata. Esta misma semana, mientras un reconocido caricaturista se quejaba de cómo los periódicos cerraban espacios a esa forma de crítica, otro colega suyo —señalado por abuso familiar— soltaba en sus redes un panfleto, porque ninguna altura de caricatura tenía, demostrando la forma más execrable que un ser humano puede hacer sobre nuestra violencia y el dolor humano.
Cómo cambia el mundo. Hoy, hablar de valores suena arcaico, a naftalina, a gente vieja que se quedó en el pasado. Actualmente, asistimos, de la mano de las redes sociales, al nacimiento de una nueva ética, una nueva axiología —la teoría de los valores—.
La velocidad a la cual generamos pensamiento ha cambiado. Los medios la aceleraron intensamente, pero las redes sociales la llevaron a la velocidad de la luz. Hoy el pensamiento se impone de manera instantánea, todo corre en esos túneles digitales que sirven de atajos entre seres humanos, que viven interconectados en una nueva dimensión cibernética.
Pero esta situación no termina allí. Existe una nueva realidad que también se impone: la inteligencia artificial que, a través del aprendizaje automatizado o machine learning, genera contenidos que utilizamos sin beneficio de inventario, se imponen y se transforman en dogmas cuya autoría y verificación damos por sentado.
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Vivimos en ese nuevo mundo donde la humanidad cada vez está más estática, donde el hombre se encierra en sí mismo y su único referente es un dispositivo inteligente. Todo sucede, depende y se resume en ese aparato: es su realidad. Quienes alimentan esos instrumentos de alienación no son más que cuatro o cinco empresas tecnológicas, que tienen la capacidad técnica —y, sobre todo, económica— para tener acceso privilegiado y manejar los millones de bytes que se requieren para controlar las plataformas tecnológicas y los algoritmos que sustentan el aprendizaje profundo (deep learning).
“Dios anda abajo en las encuestas”, pontificaba esta semana alguna pseudofilósofa de las redes sociales —ya toda la retórica se resume en una frase, es un mundo efectista en el que lo que importa es el impacto inmediato—. Y, de pronto, tiene razón; pero, al lado de ese Dios menguante, está naciendo uno de mil cabezas cuyo proyecto siempre está en llevarnos al corto plazo, en evitar la generación de algún tipo de reflexión, en que la emocionalidad instantánea nos lleve a un like que será olvidado entre otros millones de likes. Literalmente, no se construyen pensamientos, solo se acumulan momentos de emoción.
¿Y entonces dónde quedan los valores? ¿Acaso alguien aún aprecia la honestidad, la lealtad y el sentido del honor? Probablemente todavía permanecen en un mundo subliminal que ya no es el cotidiano, sino el de la saturación. Convivimos en un mundo en el que el morbo se sobrepone y una nueva ‘casta de sacerdotes’ alimenta diariamente esa liturgia, a quienes llamamos pomposamente influencers. Nos movemos en su morbo, pero solo reaccionamos cuando ya el asco es intolerable. Es la posmodernidad, en que todo es visual, en que la moral es relativa y en que es posible ver a un condenado por corrupción aparecer con su novia dando lecciones de moral.
En este entorno, la política dejó de ser un oficio de las ideas y del convencimiento para transformarse en una bajeza de fabricación de fake news para destrozar reputaciones. El costo-beneficio de una demanda por injuria es mínimo frente al efecto masivo de cualquier mensaje viral. Quien controla las bodegas tiene el poder; así se lamentaba, por estos días, el mayor promotor de estas, con la violencia callejera, como métodos de “trabajo” político.
Este mismo personaje, después de haberlas utilizado para varias campañas políticas, pedía que las bodegas se etiquetaran como publicidad política pagada. Es el dolor que proviene del desamor y deviene en la pérdida del poder.
Tal vez deberíamos —como la convención sobre el tabaco— ponerles una foto de los cánceres y deformaciones que generan. Pero el problema de estos es que ese cáncer está enquistado en lo más profundo de nuestra sociedad y los ciudadanos no reaccionamos frente a ese entorno. Si el presidente es el mayor generador de noticias falsas, difícilmente podremos superar este momento aciago que atravesamos.
Es necesario darle una nueva oportunidad a la vieja axiología y plantearnos qué tipo de sociedad queremos para nosotros, para nuestros hijos, y qué formas de liderazgo vamos a aceptar, privilegiar, en las elecciones del próximo año. Se está jugando por completo el futuro de nuestra sociedad.