
Opinión
La pulga y el elefante
Confrontar a Trump de “tú a tú”, como pretende Petro, conduce al fracaso. Astucia, prudencia y diplomacia son armas poderosas que no sabe —ni quiere— usar.
El panorama internacional no puede ser más oscuro. Los aranceles compensatorios impuestos por Trump (no se sabe con claridad qué compensan) han sido decretados contra multitud de países, son contrarios a los compromisos asumidos por los Estados Unidos en el seno de la Organización Mundial de Comercio, en los tratados bilaterales suscritos con varios de ellos (Canadá, Mexico, Colombia, Perú, Chile, entre otros) y en la legislación interna de ese país. Asombra que la existencia de derechos al libre acceso al mercado estadounidense no sean mencionados.
De antemano se supone que, ante el hecho desnudo del poder, esas consideraciones son baldías. El derecho internacional, como vínculo civilizatorio entre los pueblos, ha caído en desuso en una nación que ha sido, en numerosas ocasiones, faro moral del mundo.
Estamos igualmente en la era de los aranceles punitivos, que sirven para castigar a ciertos países por actuaciones suyas que ocurren en el ámbito puramente interno y de acuerdo con sus propios sistemas jurídicos. Una versión remozada del gran garrote.
Es lo que acaba de suceder con Brasil. Se le sanciona porque su sistema judicial adelanta un proceso penal contra el expresidente Bolsonaro por la asonada realizada para evitar la posesión del actual presidente. Un episodio tan grave como el que se intentó para bloquear en 2020 el perfeccionamiento de la elección del presidente Biden, evento en el que, al menos, Trump fue instigador.
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Avanza Estados Unidos en la destrucción del mundo de instituciones, reglas y compromisos que, bajo su liderazgo, se construyó al concluir la Segunda Guerra Mundial: Naciones Unidas, Fondo Monetario, Banco Mundial, Organización Mundial de Comercio. Cierto es que todas ellas, y en mayor medida la primera, requieren reformas, aunque abolirlas sería un enorme error. Nada peor que el vacío.
Sin embargo, transcurridos unos cuantos meses de la avalancha trumpista, es evidente que, en general, los gobiernos que la padecen, han logrado éxitos, así sean parciales. Estados Unidos tuvo que retirar los aranceles impuestos a China cuando esta respondió con la misma moneda. Ucrania, a pesar de las humillaciones de que fue víctima el presidente Zelenski, no se doblegó ante el chantaje y sigue recibiendo apoyo militar de quienes lo humillaron. Con astucia y firmeza, pero sin agravios, Canadá y México resisten.
Los discursos altisonantes sobre la “compra” de Groenlandia y la “recuperación” del Canal de Panamá son cosa del pasado. Y a pesar del compromiso personal de Trump por finiquitarlas, las guerras en Palestina y en Ucrania siguen aportando su carga de cotidiano horror.
Cuando los Estados Unidos despierten de la pesadilla actual, recordarán que su incuestionable poder militar puede servir para destruir países, pero no para gobernarlos. Nada ganaron aniquilando el régimen de Hussein en Irak, y, luego de causar muerte y desolación durante años en Vietnam y Afganistán, tuvieron que retirarse en condiciones deshonrosas.
Lo anterior demuestra que el poder y la arrogancia nunca son absolutos. Que si bien el elefante puede aplastar a la pulga, esta, a veces, puede esconderse entre sus patas.
Por segunda vez en un breve lapso, hemos logrado superar una crisis en nuestras relaciones con Estados Unidos. En el primer caso, el conflicto causado por impedir el ingreso de aviones que traían colombianos deportados, a pesar de que esa era la forma acordada de proceder, se resolvió aceptando que, en el futuro, enviáremos a recogerlos pagando nosotros los costos.
Ningún país ha cometido una torpeza semejante. En el segundo, Petro tuvo que recoger sus palabras reconociendo que nadie del Gobierno o el Congreso de Estados Unidos está detrás del golpe de Estado imaginado por Leyva, un oscuro personaje.
Ya estamos listos para la tercera crisis: la que vendrá a propósito de la certificación, dentro de unas semanas, de la buena conducta de nuestras autoridades en la lucha contra la producción de drogas ilícitas. (Un futuro gobierno, que estuviere dotado de elevada jerarquía moral, debería rechazar este abusivo mecanismo unilateral: igualmente nosotros deberíamos ‘certificar’ a los países consumidores).
Mi preocupación por lo que puede suceder es enorme. Temo que Petro, como es usual, no perciba el desbalance estructural de poder y, además, no ahorre insultos. En fin de cuentas, es un idealista de la estirpe de Don Quijote, que nunca puso en duda que, con la fuerza de su brazo, podría vencer los molinos de viento. Semejante es también al coronel Aureliano Buendía, que tanto convencido estaba de sus capacidades militares que promovió —y perdió— treinta y dos guerras civiles.
Vaya ironía: en este inminente escenario confió más en el papel que pueda desempeñar el secretario de Estado, Marco Rubio, que en el previsible de Petro. Tendrá claro que la imposición de duras medidas a Colombia generaría un grado mayor de acercamiento a China, su enemigo predilecto, tal como ha venido sucediendo en toda la región.
Por ejemplo, el recién construido puerto de Chancay en el Perú —un proyecto chino— va a convertir en obsoleto el canal de Panamá para el tráfico marítimo entre Brasil y la región Asia-Pacífico; una ganancia estratégica colosal.
Para la licitación del metro de Bogotá, que mejorará la calidad de vida de millones de personas, no hubo ningún proponente de Estados Unidos. Le dejaron el campo libre a los chinos. Brasil y México, los países más grandes y poblados de la región, por estos días reciben bofetadas del Tío Sam. Y así, de a poco, el gran país que muchos admiramos va destruyendo sus vínculos con aquellos países situados “al sur del río Grande”.
Espero que el Secretario de Estado sea consciente de que convertir a Petro en una víctima del “imperialismo yanqui” puede ser el ingrediente que necesita para intentar alzarse con el poder por medios constitucionales o revolucionarios. Y que se dará cuenta de lo grave que sería que las costas del sur del Caribe —tanto Venezuela como Colombia— estuvieren controladas por gobiernos hostiles a su país. Así como Estados Unidos incomoda a China en el estrecho de Taiwán, los chinos podrían hacer lo mismo con una pequeña base en nuestro territorio…
Aforismo. Escribe Hannah Arendt, la gran intelectual judía del pasado siglo: “Los revolucionarios no son los que hacen revoluciones. Las realizan aquellos que descubren el vacío de poder y le echan mano”. Aun si tuviere razón, añado que siempre hay excepciones…