
Opinión
La pandemia silente
Colombia no ha sido ajena a la progresión e incremento de las enfermedades crónicas.
La Asamblea General de las Naciones Unidas abordará próximamente una de las metas globales más importantes: El Objetivo de Desarrollo Sostenible 3.4, que busca, a través de la prevención y el tratamiento, reducir para 2030 en un tercio de la mortalidad prematura causada por enfermedades crónicas. Un objetivo muy ambicioso que incluye las enfermedades cardiovasculares, el cáncer, la diabetes y las enfermedades respiratorias crónicas desde un concepto más amplio. Así como las enfermedades mentales, causa mayor de discapacidad y pérdida de bienestar.
El problema el objetivo está muy lejos de cumplirse en el plazo planteado. La velocidad de reducción de la mortalidad ha sido demasiado lenta y muy pocos países están en camino de lograrla.
Esa velocidad ha sido más ralentizada en los países de mediano desarrollo, donde subsisten pobreza y factores de riesgo como la obesidad. Sumado a las limitaciones de sistemas de salud con baja capacidad de respuesta y profundas inequidades en el acceso a los servicios de salud, tanto preventivos como curativos.
Latinoamérica ha sido especialmente golpeada. En el año 2000 el 67 % de todas muertes eran causadas por enfermedades crónicas; para 2019 esa tasa aumentó al 81 % y la tendencia continúa siendo creciente. Es una pandemia silenciosa con muchos agravantes: El 57 % de los latinoamericanos tiene exceso de peso y el 19 % obesidad. Brasil y México suman 30 millones de diabéticos y, en este el último aspecto, la prevalencia de la enfermedad duplica el promedio de los países europeos.
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Por otro lado, el cáncer también tiene un panorama preocupante. La tasa de incidencia por cáncer de seno —en Uruguay y Argentina— es cerca de 20 por 100.000 mujeres/año, superior al promedio de Europa. En los demás países, la tendencia es creciente llegando a los 15 casos anuales por cada 100.000 mujeres. Lo cual afecta a las mujeres latinas en la etapa más productiva de su vida.
Es evidente que existe una limitada capacidad de los países para controlar los factores de riesgo. El 35 % de los adultos latinoamericanos tienen presión arterial alta y se estima que otro tercio de la población la presenta, pero aún no lo sabe. El 43 % de los adultos mayores diagnosticados en nuestra región está viviendo con más de una enfermedad crónica. Parecerá paradójico que la expectativa de vida ha venido aumentando, pero es un hecho que vivimos más tiempo, pero con deficiente calidad de vida por la alta carga de enfermedad crónica.
Quienes asistan a la Cuarta Reunión de Alto nivel para la Prevención y el Control de Enfermedades no Transmisibles —convocada por Naciones Unidas para este otoño— tendrán que hacerse varias preguntas difíciles si quieren, aunque sea avanzar, en una meta que muy seguramente no se cumplirá.
Una primera inquietud está relacionada sobre la efectividad de las políticas de prevención de la enfermedad. Desde 1978, el paradigma de la prevención ha sido la Declaración de Alma Ata, que contiene una atractiva formulación de principios de acción, pero que en su operación no ha logrado los resultados esperados. En 2028, se cumplirán 50 años de mucha retórica desde los organismos multilaterales, pero muy pocas nueces. Es hora de revisar sus resultados y de proyectar quizá enfoques más acordes con un mundo donde hoy imperan las enfermedades no transmisibles.
La segunda pregunta que deberían plantearse es cuántos recursos debemos invertir en salud y cómo los estados tienen que apropiarlos para que la salud sea vista —no como un gasto— sino como una inversión. La mayor parte de los países de Latinoamérica están lejos de cumplir con la meta de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de invertir más del 6 % de sus presupuestos en salud. Esto incluye, también, cómo hacer más eficiente el uso de los recursos que dedicamos a la salud.
Colombia no ha sido ajena a la progresión e incremento de las enfermedades crónicas. Sin embargo, las tasas de crecimiento de la diabetes, la hipertensión y el cáncer han sido moderadas frente a la mayoría de la región. Pero hay que estar atentos al deterioro sobre la salud de la población que generó la crisis del sistema de los últimos tres años. Existen indicios muy preocupantes que solamente podrán ser estimados en el crecimiento de la enfermedad y mortalidad evitables, que se registrarán en los años subsiguientes.
Los datos son obtenidos de diferentes fuentes como Organización Mundial de la Salud (OMS); Banco Mundial, NIH y La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde).