
Opinión
La mentira como instrumento ideológico
“Cuando se pierde el respeto a la ley, se pierde el respeto a sí mismo”, dice Jean-Jacques Rousseau.
La mentira es un fenómeno complejo, empleado por diferentes actores políticos y usada por algunos gobiernos como sofisma de distracción para desviar la atención frente a grandes escándalos, para ganar adeptos, generar desinformación y fabricar ambientes desfavorables a los adversarios políticos, llegando incluso a tal punto en que el ciudadano de a pie no puede diferenciar entre las realidades y las mentiras y, con ellas, las falsas promesas de políticos embaucadores.
La mentira ha logrado posicionarse como un nuevo protagonista en la vida política de algunos Estados, de tal forma que —a pesar de ser una ‘jugada sucia’— muchos la aceptan sin pestañear. La estrategia de la desinformación que promovió Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler, ha sido empleada en el país y apoyada por las famosas ‘bodegas’ para influenciar la intención de voto, impactando a la opinión pública y produciendo una clara afectación a los procesos democráticos. Varios personajes han corrido públicamente la línea ética en el país y nada los afecta.
La cultura de la violencia y de la corrupción, así como la cultura de la mentira en ambientes políticos, está causando mucho daño a la sociedad, llegando inclusive hasta la posverdad, artilugio peligroso que no es otra cosa que la manipulación de la verdad para causar emociones y cambiar las realidades. Es una herramienta muy empleada por la izquierda para desdibujar los hechos, cambiar la historia y distorsionar las evidencias para lograr ventajas políticas.
La mentira se ha empleado como estrategia política, pero cuando esta forma parte del discurso diario, se convierte en engaño patológico, lo cual hace perder la confianza del interlocutor en el actor político que se encuentra en la tarima, llegando incluso a hacerlo reflexionar sobre si quien toma las decisiones dirigiendo un país reúne, o no, las facultades necesarias para ello. Paralelamente, el engaño desarrolla la sensación de inseguridad que a la larga conduce al caos, pues la mentira va a tipificar los actuares políticos. Maquiavelo decía: “Quien engaña encontrará siempre quién se deje engañar”.
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Un ejemplo claro de la tergiversación de la realidad se tiene con las marchas multitudinarias del pasado 7 de agosto, llevadas a cabo en más de 30 ciudades en favor del señor expresidente Álvaro Uribe Vélez, demostraciones voluntarias que fueron objeto de burla por parte de Saade, quien trató de minimizar la participación solidaria y pacífica de los colombianos, logrando con ello no solo ridiculizarse a sí mismo, sino mostrar que la autoridad que él representa emplea el engaño como arma política para desinformar.
Los Estados autoritarios se caracterizan por el engaño sistemático ante propios y extraños, adoptando igualmente argucias como la defensa de los derechos humanos, levantando una falsa bandera de rectitud e igualdad ante la ley para justificar sus actuaciones, aunque realmente restringen las libertades fundamentales y cometen arbitrariedades contra la población, buscando como fin una legitimación política dentro del país y ante la comunidad internacional.
El propósito de la paz total también se convirtió en un gancho para atraer votos, pues ni se logró la paz con el ELN en los primeros 90 días —como se pregonó en la campaña política— ni tampoco se ha logrado que los grupos al margen de la ley se acojan a esta; por el contrario, la violencia se ha incrementado, la inseguridad se ha disparado y el Estado ha perdido control territorial frente a estas bandas, lo cual influirá negativamente en las próximas elecciones, porque los delincuentes forzarán a la población a votar en favor de quienes ellos señalen.
La paz no significa solamente una ausencia de guerra, sino que se debe dar solución a los problemas que generaron las tensiones, de forma tal que se logre alcanzar una verdadera estabilidad del sistema; para ello, se requiere la voluntad política de los partidos para poner en marcha unas estrategias de Estado consensuadas que estén por encima de las ambiciones políticas y permitan mejorar la calidad de vida, respetar los derechos, cumplir los deberes ciudadanos y darles solución no violenta a los conflictos.
Todos los votos cuentan, tanto para las elecciones parlamentarias el 8 de marzo de 2026, como para las presidenciales el 31 de mayo. Hay que vencer la indiferencia y la apatía si queremos ser parte de la solución para el cambio de dirección en que nos ha encasillado la izquierda. Derrotemos la mentira y el engaño, pensemos en Colombia, pensemos en el futuro del país.