Luis Carlos Vélez Columna Semana

OpiNión

Jaque a Trump

Trump está acorralado en su propio juego. O logra garantías absolutas de que un operativo quirúrgico sacará a Maduro y permitirá instalar un Gobierno opositor estable, o termina retirándose silenciosamente del Caribe.

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Luis Carlos Vélez
6 de diciembre de 2025

Nicolás Maduro ya puso sus cartas sobre la mesa. Y lo hizo de la única manera que sabe jugar: tensando la cuerda hasta que el adversario parpadee. Maduro no es bobo y puso a Trump contra la pared. Me explico.

En las últimas horas se conoció –según reveló The Telegraph– que el régimen venezolano está exigiendo inmunidad total para él y su círculo más cercano, además de 200 millones de dólares

para sus “gastos” a cambio de una salida negociada. Maduro pide lo que sabe que Estados Unidos no está dispuesto a conceder.

El gobernante venezolano sabe que Donald Trump no quiere enviar tropas a Venezuela. Comprende el costo político devastador que tiene en Estados Unidos aparecer asociado a la imagen de soldados regresando en ataúdes en caso de que se diera una operación fallida o una invasión. Esa es la fotografía que ningún mandatario americano quiere cargar. Por eso, el chavista apuesta por lo que siempre le ha funcionado: aguantar.

Hasta ahora aguantó cuando el portaviones más grande de Estados Unidos estuvo frente a sus costas. Aguantó los 22 ataques cinéticos contra el narcotráfico ordenados desde Washington. Aguantó la presión internacional, las sanciones, los sobrevuelos de bombarderos estratégicos y la amenaza constante de un cerco económico y militar. Y, después de todo ese desgaste, Maduro ha logrado reducir el menú de opciones de Trump a solo dos: bombardeos en tierra o un operativo encubierto de fuerzas especiales.

El problema es que, con la primera opción, Maduro gana. Un bombardeo estadounidense sobre estaciones militares o aeropuertos venezolanos produciría exactamente lo que el chavismo desea: una ola de nacionalismo interno que oxigenaría a un régimen desgastado y fracturado. Sería el combustible perfecto para reconstruir su narrativa antiimperialista y, de paso, para justificar una nueva ronda de represión interna.

Por eso, la única alternativa viable sería un operativo quirúrgico de fuerzas especiales capaz de capturar o neutralizar a Maduro y a su cúpula. Pero ese camino trae riesgos enormes. No solo implica un margen de error mínimo, sino que, además, Maduro ha ganado tiempo: tiempo para reforzar rutas de escape, tiempo para fortificar refugios, tiempo para esconderse mejor. Hoy es un objetivo más difícil, más protegido y más impredecible que hace seis meses.

A todo esto se suma un elemento que Trump no controla: la política interna estadounidense. El ala demócrata ya se ha alineado en contra de cualquier operación que no pase por el Congreso. Consideran estos movimientos ilegales, innecesarios y peligrosos. Cada paso militar puede convertirse en un misil político.

Así las cosas, Trump está acorralado en su propio juego. O logra garantías absolutas de que un operativo quirúrgico sacará a Maduro y permitirá instalar un Gobierno opositor estable, o termina retirándose silenciosamente del Caribe. Para muchos, sería una derrota estratégica. Pero también es cierto que, en un mundo volátil donde cada semana emerge una crisis más escandalosa que la anterior, Washington siempre puede justificar un repliegue como un simple cambio de prioridades.

Maduro lo sabe. Trump también. El reloj corre, y las ventanas tácticas se estrechan. Lo que está en juego no es solo la permanencia del chavismo, sino la credibilidad de un presidente que apostó alto, amenazó mucho y hoy enfrenta un adversario que domina el arte de resistir.

El jaque está puesto. La pregunta es si Trump tiene todavía un movimiento posible antes de que la partida termine.