
Opinión
Iván Cepeda: ¿miliciano impune o defensor de derechos humanos?
El germen de la violencia en Colombia siempre ha sido el maridaje de la política con las armas y, últimamente, con el narcotráfico.
Antes de entrar en materia sobre Iván Cepeda, es importante hablar sobre su padre, Manuel Cepeda Vargas. Era marxista, como lo reconoció el presidente Petro en un trino reciente. Quien sepa algo de Marx sabrá que en su doctrina política la violencia es el catalizador necesario para lograr la dictadura del proletariado, así que todo aquel que sea marxista es promotor de la violencia por definición. Es por eso por lo que en muchos países europeos que han sufrido esa violencia, el Partido Comunista, igual que el nazi, están proscritos por la ley.
En 1958 era ya un dirigente importante del Partido Comunista, y en 1964 fue puesto preso por su apoyo a la naciente guerrilla que Tirofijo formaba en el sur del Tolima. Luego fue enviado por el partido a Cuba para integrar la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), liderada por el Che Guevara.
Para entender la naturaleza de OLAS, y el trabajo que debía hacer Cepeda desde Cuba para las ya fundadas Farc, basta traer dos frases de su documento fundacional: “La situación latinoamericana determina y exige que se desate la violencia revolucionaria” o “la lucha revolucionaria armada constituye la línea fundamental de la revolución en América Latina”. Manuel Cepeda era, según reza en la correspondencia de Tirofijo, el enlace entre las Farc y el Partido Comunista Colombiano. Y claro, se hacía pasar como defensor de derechos humanos, que ha sido la fachada predilecta de quienes tienen un rol político con apariencia de legalidad dentro de la lucha armada.
Cayó asesinado siendo senador por las balas del narcotráfico en la disputa que tenían con las Farc. Luego estas entendieron que era mejor ser socias de los carteles que extorsionarlos o secuestrarlos. Manuel Cepeda murió en su ley. Por sus servicios prestados a la causa revolucionaria, uno de los frentes más sanguinarios de las Farc lleva su nombre.
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Iván fue adoctrinado en el marxismo por su padre, pero también por su madre, Yira Castro, quien ha sido inspiración para integrantes de las Farc que han escogido su nombre como el alias de guerra. Estuvo en Cuba y luego fue a formarse en la Bulgaria comunista. Regresó a Colombia para tomar el lugar de su padre en la política, pero luego se supo que también en la guerra, cuando apareció en los computadores de Raúl Reyes. “Por pedido del compañero Iván Cepeda, estoy coordinando la unidad de las marchas que se harán en todos los países…”, era una de las alusiones a su nombre que probaban su vinculación directa con el grupo terrorista. La prueba era suficiente para ponerlo preso como agente político de las Farc, por eso, unos magistrados afines a su causa invalidaron la prueba bajo la excusa de falta de cadena de custodia.
De su padre habría heredado su rol en las Farc y, como él, se arropó con la fachada de defensor de derechos humanos para poder hacer mejor su trabajo para la organización que más los ha violado. Así lo confirmaron varios testigos, incluso de la Fiscalía, en el juicio contra el expresidente Uribe, cuando dijeron que en las reuniones con Iván Cepeda el tema de los derechos humanos de los presos apenas se tocaba porque las conversaciones rápidamente viraban a la búsqueda de testimonios contra Uribe a cambio de dádivas.
Pero sus servicios a la criminalidad no habrían terminado con el acuerdo de paz de La Habana: se empleó a fondo en la defensa de su amigo Jesús Santrich cuando fue puesto preso por narcotráfico y pedido en extradición por Estados Unidos y, una vez más, sus amigos togados acudieron en su ayuda ordenando la libertad de Santrich con la excusa de un dudoso fuero parlamentario. Santrich, libre, evadió su extradición volándose para Venezuela.
El germen de la violencia en Colombia siempre ha sido el maridaje de la política con las armas y, últimamente, con el narcotráfico. No habrá paz, ni libertades, ni democracia, si el Pacto Histórico, que representa ese trío diabólico, sigue en el poder, pero también la justicia se tiene que depurar de sus manzanas podridas y actuar con decisión contra todos los agentes políticos del narcotráfico y la violencia. Ese es el gran desafío existencial de la sociedad colombiana.
Escribiendo esta columna me enteré de la muerte de Miguel Uribe. ¡Qué dolor de patria! Otra víctima de quienes hacen política con armas.