Sofy Casas

Opinión

Iván Cepeda, el alfil de Petro y de las Farc para tomarse la democracia

Los antecedentes de Cepeda son tan evidentes, que resulta insultante el silencio cómplice de quienes deberían investigarlos.

Sofy Casas
24 de agosto de 2025

La izquierda está hundida y acabada tras el estrepitoso fracaso del gobierno de Gustavo Petro. Un país tomado por el narcoterrorismo, nadando en coca y con resultados mínimos en seguridad, economía y gobernabilidad, es la herencia que deja este proyecto. Ante semejante derrumbe, hoy pretenden reinventarse y lavarse la cara con Iván Cepeda, convertido en la nueva bandera del petrismo para intentar prolongar en el poder un modelo ya completamente fracasado, con un número muy bajo de colombianos apoyándolos.

Petro ya mueve sus fichas para 2026. A través de su alfil y camarada Cepeda, el petrismo busca reorganizarse. Mientras el país se distrae con la desestabilización generada por los ataques terroristas en Cali y en Amalfi, Antioquia, ellos siguen trabajando tras bambalinas en la entrega del país al narcosocialismo del siglo XXI.

No es casualidad. Cepeda, el mismo que entregó a la izquierda el trofeo más preciado —la persecución y condena contra Álvaro Uribe Vélez—, ahora es la carta del Pacto Histórico. Su papel es doble: mantener vivo el relato judicial contra Uribe y, al mismo tiempo, proyectarse como heredero político de Petro en 2026.

Y mientras desvían la atención de los grandes escándalos de corrupción, la maquinaria se prepara para asegurar la victoria electoral. Con el aparato judicial y comunicacional alineado, el cálculo es claro, perpetuar el proyecto político a costa de la institucionalidad.

Por lo tanto, cuando la justicia se politiza, el Estado de derecho se arrodilla y los actores de la extrema izquierda se sienten intocables. Esa es la razón por la cual un Iván Cepeda puede darse el lujo de amenazar a los hijos del expresidente Álvaro Uribe Vélez, simplemente porque se atreven a mostrar ante el mundo lo que realmente es él. No hay miedo ni vergüenza en quienes han convertido la justicia en un arma para callar a quienes les incomodan.

Los antecedentes de Cepeda son tan evidentes, que resulta insultante el silencio cómplice de quienes deberían investigarlos. En los archivos incautados al computador del terrorista alias Raúl Reyes —archivos cuya integridad fue certificada por Interpol—, aparece mencionado por su coordinación con estructuras de las Farc para promover marchas internacionales. Aunque la Corte Suprema se negó a admitirlos como prueba judicial, el contenido sigue existiendo y el país tiene derecho a conocerlo.

No se trata de simples coincidencias. Cepeda ha sido, desde siempre, un defensor acérrimo de la cúpula de los narcoterroristas de las Farc, escondiéndose bajo la figura de “defensor de derechos humanos” y escudándose en organizaciones como el Comité de Solidaridad con los Presos Políticos (CSPP) para blindarse de cualquier escrutinio. Esa fachada, construida con paciencia y precisión, le ha permitido operar desde el Congreso como pieza clave en el engranaje ideológico que busca legitimar a la guerrilla y demonizar a quienes la enfrentaron.

La historia tampoco se puede borrar. Su padre, Manuel Cepeda Vargas, asesinado en 1994, fue militante del Partido Comunista y del brazo político de las Farc, la Unión Patriótica. Tanto es así, que todavía hoy existe un frente de las Farc que lleva su nombre. Un símbolo que revela la conexión ideológica y política entre el apellido Cepeda y la estructura narcoguerrillera.

Lo más revelador fue en 2017, en pleno debate sobre la creación del partido político de las Farc. Ese día, Iván Cepeda recibió una llamada del prófugo narcoterrorista Iván Márquez, jefe de la Segunda Marquetalia y protegido de la dictadura venezolana. No fue un error. Fue una señal brutal de que los tentáculos del terrorismo siguen vivos dentro del poder legislativo. ¿Quién le responde a un criminal desde el Congreso? ¿Qué clase de democracia estamos construyendo si los autores de masacres aún marcan el ritmo del debate político? Esa llamada no fue un descuido, fue una línea directa con el crimen. Y si esa línea sigue activa, es porque hay quienes, desde dentro del poder, la mantienen viva.

A esto se suma un hecho igual de diciente: en un video, el narcoterrorista alias Jesús Santrich —armado hasta los dientes y con el disfraz de “defensor de la paz”— le agradeció públicamente a Iván Cepeda por su defensa. Una imagen que deja claro que su papel nunca fue neutral: siempre estuvo del lado de quienes usaron las armas contra la democracia.

Con esto se derrumba la mentira repetida por Iván Cepeda de que no tiene vínculos con los narcoterroristas de las Farc. La narrativa de víctima se desmorona frente a la realidad de un operador político que lleva décadas lavándole el rostro a la guerrilla y usando la justicia para perseguir a sus enemigos.

Por eso Uribe Vélez se convirtió en el trofeo más codiciado para esa izquierda radical que opera desde las sombras del poder judicial y político, porque fue quien combatió con contundencia a sus amigotes de las Farc y porque saben que saldrá aún más fortalecido de este proceso, siendo él quien pondrá presidente en 2026.

La democracia está en juego. Lo que pretenden no es ganar una elección más, sino atornillarse en el poder por décadas y entregar el Estado a un modelo que ya devastó a otros países de la región. Colombia no puede permitirse repetir esa historia.