Aurelio Suárez Montoya. Columna Semana

Opinión

Historias de conspiraciones con el gringo ahí

Aunque Petro le cumple en todo a Estados Unidos, el ambiente creado sirve para “apretarlo” más, para acatar hasta sin chistar. Veremos.

Aurelio Suárez Montoya
5 de julio de 2025

En el libro Grandes conspiraciones en la historia de Colombia, Enrique Santos Molano refiere como factor común el de la dependencia económica, política y social de nuestro país.

En el siglo XIX destaca la del 25 de septiembre de 1828 contra Simón Bolívar, por la que acusa a Francisco de Paula Santander de “conspirar junto con el Gobierno de Estados Unidos para que los deseos de una América unida, liderados por Bolívar, fracasaran”. Inauguró, asevera, el vicio de “la historia política de Colombia”, el vicio de que enemigos y opositores quieran tumbar a un Gobierno legítimo.

Al cabo del tiempo, José María Melo –a quien tanto admira Gustavo Petro– defenestró del poder en 1854 al presidente José María Obando y cerró el Congreso. Encabezó a los artesanos armados que se oponían a las ideas librecambistas impulsadas por comerciantes “a gran escala y que tenían relaciones con comerciantes extranjeros”. Esa dictadura no duró ni un año.

En 1867, el 23 de mayo, fue la conjura contra Tomás Cipriano de Mosquera dentro de la contradicción entre conservadores y radicales, con mayorías en el Legislativo, contra los liberales. Buscaban bloquear el préstamo contraído con Gran Bretaña para desarrollar la industria nacional y el transporte; echar atrás la compra a Estados Unidos del barco de guerra El Rayo y, según Liévano Aguirre, acallar la controversia por los corruptos remates de los bienes públicos en el Gobierno anterior, de Murillo Toro. El presidente declaró el estado de guerra, fue apresado y condenado en un juicio espurio por el Senado en 23 de 28 cargos. Un lawfare lo llamarían ahora.

En el siglo XX, en 1953, el general Gustavo Rojas Pinilla tumbó el 13 de junio a Laureano Gómez. Para la CIA, según archivos desclasificados, “acabó con el poder tiránico que tenía un grupo muy pequeño”, que permitió “parar lo que muchos sentían como una dictadura de Laureano Gómez”. Dijo Daniel García-Peña que “llegó al poder con el respaldo de los liberales y conservadores ospinistas (…) con muy estrechas relaciones con EE. UU.” (El Tiempo, 14/5/2017). Después cayó, el 10 de mayo de 1957, por una junta militar, ya que “la preocupación de la CIA era que el Ejército le cogiera gusto a su posición y no devolviera el poder” (El Tiempo, ídem).

Una crónica de la revista SEMANA (16/11/97) con el título “El ‘complot’ de Santos”, narra cómo este, en condición de candidato presidencial, “decidió medírsele” al tema de la paz. “Después de organizar un exitoso foro (…) se había reunido en Costa Rica con el miembro del secretariado de las Farc Raúl Reyes (…) contactó a Álvaro Leyva, quien (…) se entusiasmó con la idea de Santos (…) se reunió con el secretariado y les transmitió la idea. Las Farc manifestaron que veían con buenos ojos la iniciativa”.

En cuanto a los paramilitares, Santos “buscó al zar de las esmeraldas, Víctor Carranza”, por quien “logró una reunión con Carlos Castaño”, que asimismo mostró interés. Las Farc exigían una constituyente y “que la paz no era posible durante este Gobierno”. Ante eso, dice SEMANA, “quedó flotando en el aire la posibilidad de un retiro de Samper”. En la cárcel de Itagüí también se contactó con comandantes del ELN y del EPL y se movió con gremios, la Iglesia, sindicalistas y miembros de los partidos Liberal y Conservador.

Santos habló con García Márquez en Washington, aprovechó para reunirse “con el asesor del presidente Clinton, Thomas McLarty” y consultó a los expresidentes, bajo la premisa de incluir “la salida de Samper”. Gaviria estuvo en desacuerdo, “una locura pretender hacer la paz sin el Gobierno”, Belisario Betancur lo animó a seguir adelante, con Turbay no habló, pero sí con Alfonso López un día antes de que saliera a la luz la supuesta conspiración.

En 2021, Samper, ante la Comisión de la Verdad, identificó tres clases de conspiradores: sociales, políticos y de sangre. Seguro ubica a Santos en los segundos, y en los primeros, a Myles Frechette, embajador de Estados Unidos, quien le quitó la visa; lo que originó el consabido dicho de Jaime Garzón: “Y el gringo ahí”. En los terceros ponía a los asesinos de Álvaro Gómez Hurtado, que 25 años después resultaron, según lo confesaron, ser las Farc.

Aparece ahora la conspiración fantasiosa del reincidente Álvaro Leyva contra su exjefe Petro, con componentes de las anteriores, como la búsqueda de apoyo en congresistas de la estrella polar del Norte y de los actores armados, de unir “buenos y malos”. Es la grabación de una conversación y que sí, que vaya a la Fiscalía, para saber si es “prueba reina”, de un golpe de Estado.

Aunque Petro le cumple en todo a Estados Unidos, el ambiente creado sirve para “apretarlo” más, para acatar hasta sin chistar. Veremos.

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