Claudia Varela

OPINIÓN

Hasta dónde

Debo decir que en el camino he conocido también mujeres que discriminan, que no dejan hablar, que juzgan durísimo e incluso que acosan a algunos chicos y tratan más duro a las mujeres.

2 de mayo de 2022

No me gusta hablar de todés. Ni siquiera sé si tiene tilde, pero la verdad no critico a los que quieran hacerlo, solo que me gusta respetar el idioma. Tampoco me voy encima a criticar a quienes hablan de lenguaje inclusivo porque alguna vez escuché a un político hablar de “los corruptos y las corruptas” y en realidad ahí no se ni para qué diferenciar y ser inclusivo.

Pero cuando ya no podemos decirle nada a otro porque termina siendo acoso, se vuelve un poco falsa la relación. Es que en la vida no podemos estar de acuerdo con todo lo que piensan los demás. De hecho, me generan un poco de desconfianza aquellos seres humanos que se ven permanentemente en consenso con el mundo.

Desde mi punto de vista, que abraza lo diverso, y que hasta se tomó años para escribir un libro al respecto, nos estamos confundiendo un poco. En redes, como Twitter, la gente se enciende a decir todo lo que piensa muchas veces con perfiles falsos y unos niveles de odio que ni vale la pena sentir. Pero en la vida real parece que tenemos miedo.

Miedo de todo. De que nos demanden, de que una frase mal dicha no nos deje crecer en la organización, miedo a lucir muy rebelde, miedo a decir demasiado, miedo a no verse corporativo, miedo a no ser popular. Solo por mencionar algunos.

Si pensamos en un equipo en el que todos están de acuerdo en todo, ¿Dónde está el reto? Pero también hay que entender los contextos y los motivadores individuales.

Y aquí entramos también a un punto de relacionamiento importante hoy entre humanos, no solo entre géneros. Leyendo una columna de Claudia Palacios en El Tiempo, hace poco después de una de la misma autora titulada “No me llames Linda”, veo que definitivamente ni en un piropo estamos de acuerdo. Ella recibió muchos comentarios de una y otra posición al respecto. Quisiera sin embargo resaltar algo que ella comenta: “…para muchas personas, los piropos, halagos o comentarios no solicitados, no consentidos y/o no correspondidos sí son acoso…y si estos se dan en una situación de superioridad jerárquica, siempre son acoso, aunque sea o parezcan ser bien correspondidos”.

Creo que no es una controversia fácil. Creo que cada cosa tiene su ambiente, su momento. Soy convencida del respeto entre humanos, de que a trabajar se va con el fin de llegar a objetivos y construir relaciones de equipo y que en realidad nunca me ha interesado sentirme “linda” en un ambiente laboral.

Estoy en contra de los discursos ocultos que maltratan a las mujeres en las organizaciones. Pero tampoco quiero estereotipar a los hombres dentro de una misma canasta de maltratadores.

De nuevo, entonces, las relaciones humanas se están volviendo un poco inhumanas. Si una compañera en la oficina me dice que hoy me veo linda me haría muy feliz y si me dicen algo positivo con respeto desde cualquier género también lo veo genial.

Pero es que no podemos pasar a terrenos donde ya nada es soportable. No todo es piropo ni ofensa. Hay que respetar y tratarnos de manera profesional. Y siento que eso va para todos los humanos, no solo para hombres.

Debo decir que en el camino he conocido también mujeres que discriminan, que no dejan hablar, que juzgan durísimo e incluso que acosan a algunos chicos y tratan más duro a las mujeres. Entonces la igualdad no debe conducir a que todos irrespetemos, sino a que haya mas equidad en el trato desde lo correcto.

Al final, sin decir que tengo la razón revelada, es importante poner las reglas de comunicación claras para todos, no permitir abusos, ni chistes de mal gusto y mandar al patio de atrás a los machos que hacen comentarios de mal gusto a las mujeres y a las mujeres que le dan “palo” a sus congéneres.

¿Hasta dónde se pierde lo genuino por tanto miedo a hacerlo mal? Habrá que seguir resolviéndolo en el camino.