
Opinión
Guerra a muerte
Los mensajes violentos de Petro, en medio de actos multitudinarios, generan preocupación y enormes riesgos.
“Nada es más práctico que una buena teoría”, es regla útil para entender lo que sucede, en este caso, en el comportamiento de multitudes en diferentes contextos.
Existen las congregaciones pasivas: grupos de personas que interactúan en algunas situaciones sin tener conciencia, de ordinario, de que lo hacen. Cada quien, aunque hace parte de una multitud, está metido en su mundo interior; “juntos pero no revueltos”, suele decirse. Caben aquí los viajeros en un bus o los asistentes a una ceremonia religiosa, a los que solo el azar reúne. Su interacción es tenue o ninguna. Sin embargo, una interrupción prolongada del tránsito o un terremoto transforma esa comunidad pasiva en otra caracterizada por actividades febriles, con frecuencia caóticas e irracionales. El pánico se puede entonces convertir en el factor dominante de las actuaciones individuales.
En el polo opuesto encontramos las multitudes activas, que las hay de diferente naturaleza. Unas son las multitudes activas homogéneas como las integradas por los asistentes a un concierto, que cantan, bailan, aplauden, se abrazan, gritan, pero solo para compartir su adoración por los artistas que se encuentran en el escenario.
Una variante de esta categoría son las movilizaciones callejeras espontáneas, que pueden degenerar en actos de violencia. En esta categoría caben las explosiones violentas surgidas en Francia en mayo de 1968 a raíz de unas protestas estudiantiles que se extendieron por todo la nación. Igualmente, la Primavera Árabe, que comenzó en diciembre de 2010 en Túnez cuando un vendedor ambulante se inmoló en protesta contra un abuso policial. Y el Bogotazo de 1948, que fue cometido, hasta donde pudo saberse, por un individuo aislado.
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Los grandes partidos de fútbol, que implican la confrontación de los aficionados de uno y otro equipo, son un buen ejemplo de multitudes activas heterogéneas. Rodeados de símbolos, usando vestuarios que los diferencian unos de otros, antagonizan con los oponentes desde que ingresan al estadio.
En principio, la guerra entre ellos es vicaria: ocurre en el campo de juego, no en las graderías, pero cualquier incidente menor —una decisión disputada del árbitro, la agresión de un espectador a otro— puede originar una batalla campal. Los ejemplos abundan. Menciono uno notable: la guerra entre Honduras y El Salvador, que tuvo lugar en 1969, fue provocada por el resultado de un partido clasificatorio para un torneo mundial. Varios miles de personas murieron.
En su primera fase, los conatos de revolución social encuadran en este mismo tipo de dinámicas masivas. De ordinario comienzan con la movilización, inducida por sus líderes de las fuerzas políticas, que los apoyan.
Pero cuando sus enemigos adoptan la misma estrategia, se produce el choque de dos fuerzas homogéneas: la multitud resultante es heterogénea. La exitosa revolución rusa de 1917 y la fallida de Chile en 1973 encajan bien en este modelo.
La movilización del Primero de Mayo, en su dimensión formal, pretende impulsar una consulta popular que es legal. Los ciudadanos que acudan a las urnas lo harán en cumplimiento de una función constitucional.
No obstante, el presidente varias veces hizo referencia al pueblo como “constituyente primario”, libre, por lo tanto, de cualquier tipo de ataduras. Para mayor claridad dijo: “Si en una sesión del Senado, a medianoche, votan para decir ‘no’ a la consulta, el pueblo de Colombia se levanta y los revoca”. Esa revocatoria sería, en rigor, una revolución. Petro, sin duda, sería su caudillo.
Ahora me quiero detener en la insólita exhibición de una bandera roja y negra, la cual, como el presidente tuvo el cuidado de señalarlo, fue el símbolo utilizado por el libertador Bolívar cuando en junio de 1813 decretó la guerra a muerte contra los españoles.
Allí puede leerse: “Todo español que no conspire contra la tiranía en favor de la justa causa por los medios más activos y eficaces, será tenido por enemigo y castigado como traidor a la patria, y por consecuencia será irremisiblemente pasado por las armas”.
Sería pecar de una ingenuidad extrema si no le diéramos a la simbología usada por Petro el alcance que él mismo quiere darle: las condiciones propias de la guerra por la independencia de España son las mismas de hoy. La única diferencia es que los enemigos a los que es preciso derrotar —si es menester con el uso de las armas— son los sectores de la sociedad que sustentan este régimen caduco, simbolizado por la bandera tricolor adoptada desde los albores de la República y por la Carta Política de 1991.
Ignoro qué decidirá el Senado sobre la solicitud de consulta popular planteada por el Gobierno. Tendrá que hacerlo a sabiendas de que sobre esa institución fundamental de la democracia pende una grave amenaza.
Briznas poéticas. Retornemos por un instante a Barba Jacob:
“Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres, / como en las noches lúgubres el llanto del pinar. / El alma gime entonces bajo el dolor del mundo, / y acaso ni Dios mismo nos puede consolar”.