
Opinión
Gracias, María Corina, tumbarás al tirano
“Rendirse” es un verbo que no existe para María Corina.
En un mundo donde proliferan los gobernantes mediocres, autoritarios, corruptos, pendencieros, incoherentes y falsos, donde votamos con frecuencia sin ilusión y más en contra que a favor de un candidato, María Corina Machado representa el liderazgo soñado. Una persona fiel a sus principios, coincidentes con los de cualquier amante de las libertades; una dirigente que persigue y sacrifica su vida para recobrar los derechos y los anhelos de sus compatriotas. Una mujer capaz de ceder su lugar con tal de avanzar en un largo proceso desbordado de atropellos, desgracias, decepciones y traiciones.
Hace un año, por estas fechas, en vísperas del mítico 28 de julio, todo eran alegrías, esperanza, ilusiones, sonrisas, entusiasmo. Después de tanto padecimiento, María Corina había prendido la luz al final del túnel. La caída se antojaba cercana. Bastaba un empujoncito para derribar la dictadura.
Con tesón y una fe inquebrantable, ella sola había obrado el milagro. Devolvió la esperanza a millones de venezolanos resignados a soportar otras décadas de una existencia miserable.
La proeza de aquella jornada pasará a la historia como la más extraordinaria lucha pacífica de todo un país para sacudirse el yugo de los tiranos. No solo María Corina y su equipo orquestaron un plan perfecto, impecable, destinado a certificar ante el mundo que su victoria era incontestable. También la gente del común hizo acopio de una valentía que creían exterminada y, además de acompañar en las calles a la más admirable líder que hayan tenido nunca, salieron a votar sorteando todos los obstáculos.
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Echando la vista atrás, sigo pensando que faltó que el millón de ciudadanos que celebraba en Caracas el aplastante triunfo hubiese caminado hasta Miraflores para sacar al sátrapa del palacio. En ese glorioso momento, era una multitud imparable, decidida, envalentonada. Nadie habría podido detenerla. Sumado al secreto apoyo de militares hastiados de la dictadura cleptómana.
También era comprensible que confiaran en que el mundo occidental y los Gobiernos latinoamericanos democráticos acudirían al rescate del mandato de las urnas. Que, por una vez, actuarían de forma implacable para obligar a la mafia chavista a salir por las buenas. Aceptaban pagar el precio de dejarlos escapar hacia un exilio dorado financiado con plata robada al erario.
Un año después, y pese a la frustración de reconocer que ganaron la batalla los criminales con las trampas de siempre y aun con mayor descaro, he multiplicado al infinito la profunda admiración hacia María Corina Machado.
Hay que tener una fe ciega en el futuro, espíritu combativo inquebrantable, amor al país, a la libertad y a sus compatriotas para resistir no solo las torturas locales, sino las bofetadas de los países amigos y de las supuestas naciones hermanas.
No sé cómo hará para levantarse cada mañana, entre las cuatro paredes donde permanezca escondida, con la moral en alto y mostrando idéntica fortaleza en las entrevistas que acepta para que el mundo no olvide la causa venezolana.
Ha sobrellevado la inocultable debilidad de Edmundo González –única opción que había–, aunque ahora pueda ser entendible teniendo a su yerno secuestrado por los matones y amenazada su hija. También, la puñalada trapera de Rosales y demás alacranes. La misma que le asestaron Gustavo Petro y Lula da Silva. De pronto ella no esperaba la del cordobés, aunque en Colombia no sorprendió a nadie. Ni siquiera se debe definir como “trapera”. La clavó de frente y con la altanería del exguerrillero que amaba a Hugo Chávez.
Pero, quizá, lo más duro para Machado haya sido el errático comportamiento del impresentable Trump, máxime tras la designación de Marco Rubio como secretario de Estado. La decisión de que Washington aceptará los resultados electorales de cualquier nación, que dejará de ser el estandarte de las cruzadas por la democracia, supone un duro revés.
Entretanto, y mientras devuelve a Chevron el aval para explotar petróleo en Venezuela, oxígeno para el tirano, amenaza con aranceles del 50 por ciento a Brasil si no cierran el proceso contra Jair Bolsonaro. Concesiones a la dictadura que mata y encarcela opositores y castigo a un Estado de derecho, por imperfecto y torcido que sea su sistema judicial.
Ni qué decir del pacto con Maduro para intercambiar reclusos. Permitió al capo venderlo como un triunfo personal, ni siquiera entregó los 80 presos políticos comprometidos; al día siguiente detuvieron a unos cuantos más para reponer el inventario, y entre los 10 gringos que volaron a su país incluyeron a un asesino de tres inocentes, condenado a 30 años.
Podría seguir con el listado de golpes, pero solo con los descritos muchos líderes se habrían rendido. Pero “rendirse” es un verbo que no existe para María Corina.
NOTA: Dudo que una jueza de Paloquemao se atreva a dictar sentencia contra el siniestro ministro de Justicia, “víctima” en el caso. ¿A quién teme más? ¿A Montealegre, Petro y Cepeda o a un Uribe sin poder alguno?