
Opinión
Es la fiebre amarilla, ministro
Hoy, los colombianos tenemos que aceptar que enfrentamos solos un brote de fiebre amarilla que se originó en la propia tierra del ministro.
Se les vino encima y los cogió dormidos. En los últimos cuarenta años, la fiebre amarilla en Colombia dejó de generar grandes brotes urbanos y pasó a manifestarse solo de forma esporádica en zonas selváticas, pero nunca dejó de representar un riesgo. Desde el año pasado ya se venía registrando un aumento atípico de casos en algunos municipios del centro del país, con circulación confirmada del virus en áreas donde no solía aparecer. No le prestaron un ápice de atención y, ahora, estamos enfrentando un brote de magnitud inusitada que está muy lejos de ser controlado.
La negación, incluso, dio espacio a la grandilocuencia. El presidente, en uno de sus frecuentes ataques de demagogia, salió a vanagloriar a su ministro de Salud argumentando —de manera vehemente— que se había controlado el brote y atribuyó el éxito a su programa preventivo. Aseveró incluso haber evitado que los micos infectados subieran a la zona cafetera, en una clara confusión sobre los ciclos del virus. Abundaron también las recriminaciones a la prensa que no registró ‘semejante éxito’, el mismo que ya antes había declarado cuando creyó que el problema se había controlado. Lo cierto es que el sistema preventivo resultó un total fiasco y, esta semana, el departamento de Caldas tuvo que declarar la alerta naranja por el riesgo de contagio.
Irónicamente, a un ministro que parece no creer en las vacunas —se usan para “experimentar con la gente”, dijo en su momento sobre las vacunas contra la covid-19—, le ha tocado empujar tarde la vacunación. Muerto del susto, con cajas destempladas, llegó hasta a amenazar la patria potestad de los padres para endosarla al Estado —o mejor, al gobierno, porque al Estado poco lo reconocen. Es un claro ejemplo de la salud pública manejada a las patadas.
Uno se pregunta: ¿en qué país viven? Hace tan solo una semana el ministerio encabezó un Puesto de Mando Unificado (PMU), firmemente creo que imaginan que con citar un PMU todo se resuelve mágicamente, donde literalmente los lineamientos de los técnicos tuvieron que dar paso a las explicaciones esotéricas y delirantes de un ministro desinformado, que habló de todo lo divino y lo humano, incluyendo el mal cálculo de la UPC y la imposible reforma a la salud.
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Totalmente desconcertados quedaron los funcionarios de las secretarías de salud del país que asistieron al PMU para conocer la estrategia del Ministerio para afrontar el brote de fiebre amarilla. Regresaron a sus despachos con lecciones irrelevantes sobre cómo se calcula (mal) la UPC y las supuestas bondades de la reforma. Todo al estilo de un Gobierno de izquierda que divaga mientras naufraga en los conflictos de interés, desprecia el conocimiento técnico y, de manera intransigente, atropella al país con su agenda política. “Insistir, persistir y nunca desistir”, como todo el tiempo nos amenazan.
El problema es que ni los virus, ni sus vectores, ni los contagios entienden de narrativas, ni de órdenes destempladas. Es la salud pública la que ha estado al garete durante los pasados tres años. Viruela símica, dengue, malaria se han paseado por nuestro país, mientras el ministerio de Salud solo se ha interesado en destruir el sistema de salud, culpar a los demás, lavarse las manos y desmantelar las capacidades instaladas.
El Instituto Nacional de Salud, que ha sido la fuerza más importante para responder a las emergencias sanitarias, se encuentra en la más completa decadencia y a merced de los apetitos burocráticos. En el último mes sacaron al subdirector, uno de los profesionales más curtidos; también botaron al director de vigilancia en salud pública y al director del Observatorio Nacional de Salud. ¡En plena crisis, tamaña irresponsabilidad!
Hoy los colombianos tenemos que aceptar, enfrentamos solos a un brote de fiebre amarilla que se originó en la propia tierra del ministro. Una enfermedad que no tiene tratamiento específico y cuya letalidad puede alcanzar el 40 % entre los infectados. En lo corrido de este año ya van 55 casos y 22 fallecidos.
El contagio de la fiebre amarilla en las zonas urbanas es lo que todos los países temen. Las zonas urbanas, en riesgo de contagio, se han extendido con el calentamiento global y la ampliación de las fronteras ecológicas de los vectores. A esos mosquitos que suben las montañas sí hay que tenerles miedo. Tenemos mosquitos transmisores como el Aedes aegypti en muchas ciudades ubicadas por debajo de los 1.800 metros de altura. La letalidad por fiebre amarilla puede ser del 10 % entre personas que viven en áreas selváticas y han desarrollado cierta inmunidad natural, pero puede llegar hasta el 50 % entre poblaciones altamente susceptibles que no han tenido contacto previo con el virus.
Durante varios años, cada vez que había un caso de fiebre amarilla, tanto el Instituto Nacional de Salud como el ministerio de Salud prendían las alarmas y se desplazaban masivamente para controlar el brote lo más rápido posible. Hoy se movilizarán, quizá los activistas y bodegueros, que han venido copando las posiciones técnicas del sector salud. Desgraciadamente, los mensajes virales no contienen los virus de verdad.