Opinión
El último Aureliano Buendía
Petro no consiguió su sueño de ser el contradictor global de Trump, pero sí de ser la primera cabeza que está exhibida en su escarpia para que el mundo escarmiente y vea cómo no se deben conducir las relaciones con Estados Unidos.
Que Gustavo Petro dañe algo que estaba funcionando o empeore una situación que deba mejorarse no es sorprendente. Su manera de ejercer el poder consiste en generar hechos que son destructivos para la sociedad, pero que le permiten sacar provecho político, ya sea con la concentración de poder, como —por ejemplo— las reformas a la salud y pensional, o agitando un relato político, como sería en el caso de la crisis que creó con Estados Unidos, donde buscó representar la dignidad de los deportados y convertirse en el contradictor, no solo de la región, sino global, de Donald Trump.
Ese proceso de destrucción empezó el 7 de agosto de 2022 y en él ha contado Petro con unos coequiperos que han hecho la tarea para asegurarse su porción de poder y su parte en el expolio. La lista va desde sus más cercanos colaboradores hasta congresistas y magistrados. No les ha importado cuán delirantes, extremistas y destructivas son sus acciones, ellos han seguido ahí, ayudando al último Aureliano Buendía a hacer su revolución.
Pero algo cambió el 26 de enero cuando Petro desafió a Estados Unidos: en el hoyo 9 le contaron a Trump sobre el delirante trino que había obligado a sus aviones a regresar con los deportados, y antes de llegar al hoyo diez, ya había dictado la lista de sanciones: aranceles del 25 % y luego del 50 %, cierre de expedición de visas para los colombianos y retiro de estas para Petro y todos sus colaboradores, incluyendo congresistas.
Lo diferente fue que esta vez los acólitos se amotinaron, no siguieron el libreto del jefe, sino que, por primera vez, lo acorralaron y le quitaron el mando en el asunto para enmendar el problema. Según reportan fuentes de varios medios, la reacción del canciller Murillo, de Laura Sarabia y del embajador en USA fue muy fuerte, y a ellos a su vez los habían llamado otros compañeros de gobierno y congresistas a decirles que esta vez sí se había cruzado una línea roja que no podían aceptar. Ante el órdago lanzado por sus más cercanos colaboradores, Petro no tuvo otro camino que avenirse a sus términos que no eran otros sino que él se apartara de la situación y los dejara a ellos maniobrar, no ya para negociar nada con Estados Unidos, sino para regresar el estado de cosas a como estaban antes del trino.
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Tanto que habla Petro de un golpe de Estado, y se lo dieron sus funcionarios más cercanos, así fuera uno quirúrgico y limitado en el tiempo. Tan es así que despojaron a Petro de sus competencias en el manejo de la política exterior, que la primera decisión que tomó la de facto junta de gobierno fue la de llamar al expresidente Uribe para que lograra que el Gobierno Trump los recibiera y les aceptara un acto de contrición, lo cual Uribe hizo en un gesto de grandeza y empatía con los millones de colombianos que estaban a punto de perder sus ingresos por las medidas contra Colombia.
Pero, ¿qué fue aquello intolerable que produjo el amotinamiento? ¿Acaso fue la desgracia de las decenas de miles de madres cabeza de familia del sur de Bogotá que trabajan en cultivos de flores y quedarían en la calle? No, eso no fue; la reforma laboral que los mismos amotinados han impulsado hace tanto o más daño económico y social desde el lado de la oferta que el que ocasionan los aranceles de USA desde el lado de la demanda. El problema es que esta vez la revolución de Aureliano se metió con ellos y los dejo sin visa.
Nada les había ablandado su corazón frívolo y codicioso: ni los miles de muertos evitables de la paz total, ni los que mueren hoy y morirán por cientos de miles con el shu shu shu de la salud, ni el apoyo decidido al dictador Maduro mientras todo un pueblo gime de dolor. Nada. A toda esa desolación han ayudado entusiastas. Pero un socialista sin visa para ir al paraíso del capitalismo, donde más les gusta gastarse la plata expoliada, y a cuyas universidades sueñan con mandar a estudiar a sus hijos, eso sí que no, y menos ahora que hay tanto nuevo rico trabajando con la revolución.
Petro no consiguió su sueño de ser el contradictor global de Trump, pero sí de ser la primera cabeza que está exhibida en su escarpia para que el mundo escarmiente y vea cómo no se deben conducir las relaciones con Estados Unidos. Pero la cosa no parara acá, Aureliano ha encontrado un filón y volverá al ataque. Por eso el Partido Liberal se salió oficialmente del Gobierno y el canciller renunció prematuramente. Ojalá el Departamento de Estado no caiga en el juego de Petro y afecte la economía. Eso es lo que viene haciendo el mismo Petro, porque según su afirmación, necesita a los colombianos pobres para que no se le vuelvan de derecha. Pero las sanciones de la visa para él y su familia, sus funcionarios y sus familias, y, sobre todo, para los congresistas y sus familias que voten sus leyes, y los magistrados y sus familias que prevariquen en nombre de su revolución, sí serían un mecanismo muy útil para sacar a Colombia del abismo socialista, que es lo que al final corresponde con los intereses estratégicos de Estados Unidos y, por supuesto, de Colombia. Y al final, quién quita que el amotinamiento llegue hasta que el Congreso cumpla con su deber y lo enjuicie por sus delitos y por su indignidad.