Luis Carlos Vélez Columna Semana

Opinión

El país que no se rinde

Colombia, aunque de forma incipiente, está llegando a un punto de madurez cívica. Está comprendiendo que no necesita un “salvador”, porque la salvación empieza en casa.

Luis Carlos Vélez
31 de mayo de 2025

La avalancha de noticias en Colombia es avasallante. Son tantas y tan graves que se vuelve difícil tomar distancia, respirar hondo y ver el bosque más allá de los árboles. Sin embargo —y a pesar de todo—, soy optimista. Me explico.

Esta semana, los colombianos nos enteramos de presiones políticas para que la ministra de Justicia removiera a un funcionario como venganza. Supimos de la millonada que Ecopetrol está destinando para evaluar el impacto reputacional de su presidente. Escuchamos nuevas dudas sobre una posible manipulación de pruebas en el caso del coronel Dávila. Y, como si no bastara, la Procuraduría confirmó que en la campaña Petro Presidente se violaron los topes de gasto. Todo esto, en medio de marchas, bloqueos y una campaña presidencial anticipada.

El Gobierno cada día se supera a sí mismo en escándalos, señalamientos, ineficiencia y falta de ética. Pero algo distinto ocurrió esta semana. Lo que vimos en las calles no fue solo protesta: fue carácter. Ciudadanos espontáneos —sin pancartas ni micrófonos— enfrentaron a los vándalos, retiraron obstáculos de las vías, alzaron la voz con dignidad. Una madre trabajadora reprendiendo a los jóvenes de su barrio. Unos señores moviendo canecas gigantes que bloqueaban TransMilenio. Grupos defendiendo su derecho a trabajar, a estudiar, a vivir en paz.

Ese comportamiento me recordó a la Revolución de Terciopelo en Checoslovaquia, en 1989: una ciudadanía que sin violencia enfrentó y derribó a un régimen represivo. Liderados por Václav Havel, los checos salieron en masa a exigir libertad, haciendo sonar sus llaves como símbolo de cambio. En menos de dos meses, el Partido Comunista cayó sin que se disparara una sola bala. La dignidad venció al miedo.

Colombia, aunque de forma incipiente, está llegando a un punto de madurez cívica. Está comprendiendo que no necesita un “salvador”, porque la salvación empieza en casa. Después de buscar en falsos mesías y dar bandazos, el país empieza a despertar. La extrema izquierda, que prometía ser la alternativa al pasado, no ha sido más que un giro hacia algo peor.

Y entonces levanto la cabeza y veo perspectiva. Este país ha sobrevivido a lo más oscuro del narcotráfico, al terrorismo de las guerrillas y a las amenazas externas. Siempre nos hemos levantado. Esta vez no será la excepción. Las voces que dijeron “no” al paro —aunque el Gobierno insista en negarlo— son las mismas que hoy nos dan razones para creer. El futuro le pertenecerá al candidato que sepa leer este momento, que canalice esa energía con propuestas, ilusión y respeto.

Soy optimista. El país que vale la pena está de pie. Todo va a estar bien.

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