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Opinión

El mismo dolor

¡Fuerza, Miguel!, seguro que lo vas a lograr y nos vas a volver a dar el valor para seguir adelante y volver a creer que Colombia va a salir alguna vez de esta espiral de violencia.

Diana Saray Giraldo
14 de junio de 2025

Cuando vi la noticia del atentado contra Miguel Uribe, sentí dolor en el alma. Estaba junto a mis hijos, todos menores de edad, viviendo el primer día de vacaciones en familia. Se me borró la sonrisa.

–¿Lo conoces? –me preguntó mi hijo menor.

–Sí, es un político muy joven, muy pilo, y acabaron de atentar contra él –le respondí.

–¡Como cuando Pablo Escobar mandó matar a Galán! –me dijo. Esperó un momento en silencio y luego me preguntó: –¿Por qué?

No supe qué responderle. No supe cómo explicarle por qué un joven que hace un mes había cumplido 15 años le había disparado a Miguel Uribe Turbay cuando estaba en un acto de campaña en Bogotá. No supe responderle quién lo hizo ni qué decirle las muchas veces que me preguntó si iba a sobrevivir.

¿Por qué Colombia tuvo que volver a la época más dolorosa de su historia?

El atentado contra Miguel Uribe nos trae de inmediato a la memoria esa época triste y oscura en la que los colombianos vivíamos con miedo de salir a la calle por temor a volar en pedazos por un carro bomba, con miedo a viajar por carretera porque podíamos ser secuestrados, con miedo a despertar cada día con un magnicidio peor que el anterior.

Por esa violencia que vivimos a finales de los ochenta y entrados los noventa, cuando el narcotráfico, los nacientes paramilitares, las Farc y el ELN eran los dueños del territorio y del terror, fueron asesinados Jaime Pardo Leal (11 de octubre de 1987), Luis Carlos Galán (18 de agosto de 1989), Bernardo Jaramillo Ossa (22 de marzo de 1990), Carlos Pizarro (26 de abril de 1990) y Álvaro Gómez Hurtado (2 de noviembre de 1995), todos ellos candidatos a la presidencia de la república. Y al igual que en el atentado contra Miguel Uribe, en los casos de Jaime Pardo, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro, quienes apretaron el gatillo eran casi niños.

El 3 de marzo de 1989, el también candidato por el Partido Liberal Ernesto Samper se encontraba en el aeropuerto El Dorado de Bogotá, a la espera de un vuelo a Cúcuta. Lo acompañaba su esposa, Jacquin Strouss. Antes de abordar, se encontró con el líder de la Unión Patriótica, José Antequera. Mientras hablaban y Antequera le contaba a Samper que viajaba a casa de su madre en Barranquilla, precisamente para resguardarse de los atentados contra miembros de la UP, dos sicarios asesinaron a Antequera. Samper recibió 13 tiros y, al igual que Miguel Uribe, sobrevivió.

Cinco meses después del atentado contra Samper y el asesinato a Antequera, la periodista Diana Turbay, mamá de Miguel, fue secuestrada por orden de Pablo Escobar. Diana, en ese momento directora del Noticiero Criptón, fue engañada junto a cinco miembros de su equipo de trabajo, a quienes les dijeron que se encontrarían con el cura Pérez, comandante del ELN, para una entrevista. Pero cuando llegaron a Copacabana (Antioquia), les fue informado que habían sido secuestrados por Pablo Escobar.

Diana Turbay estuvo secuestrada cinco meses. El 25 de enero de 1991, 120 hombres, cinco helicópteros y dos camiones de la Policía y el DAS llegaron a la finca de Sabaneta donde Escobar la tenía secuestrada junto al camarógrafo Richard Becerra. Intentaron huir subiendo una montaña. Corrieron durante 15 minutos, hasta que Diana fue alcanzada por una bala de fusil. Fueron rescatados y trasladados a un hospital de Medellín, pero Diana no sobrevivió.

Diana tenía 40 años y dos hijos, que quedaron huérfanos por esta violencia: María Carolina Hoyos Turbay, que entonces tenía 18 años, y Miguel Uribe Turbay, que tenía 5 años. Veinticuatro años después, ese niño, hoy de 39 años, lucha, al momento de escribir estas líneas, por su vida. Su hijo Alejandro, de 4 años, espera el milagro de que su papá regrese sano a casa para poder vivir junto a él el resto de su infancia juntos, la infancia que no pudo vivir Miguel junto a su mamá.

Todo lo que vivimos es un maldito déjà vu. Mientras el país ora sin descanso por la recuperación de Miguel, en medio de una sociedad cada día más quebrada y dividida por su presidente, se registran bombazos en Cali y Buenaventura, las disidencias de las Farc aterrorizan a los pobladores del Cauca, el Valle y el Catatumbo, los paramilitares, agrupados ahora bajo distintos nombres como el Clan del Golfo o las Autodefensas de la Sierra Nevada, se disputan el territorio con los demás grupos ilegales. El ELN sigue insistiendo en que no hay garantías para avanzar en un diálogo de paz que ha iniciado y terminado infinidad de veces durante 40 años. El narcotráfico domina la economía de gran parte del país y se fracciona en capos, que son los dueños en su territorio.

La corrupción sigue ocupando los titulares diarios de prensa.

Hace 30 años yo era una adolescente que tenía la misma edad que tiene mi hijo menor hoy. Mi anhelo entonces era irme del país, porque sentía que no había futuro para quienes éramos jóvenes, porque jamás seríamos capaces de salir de esa violencia.

–Mami, si las cosas no mejoran, ¿nos vamos a tener que ir del país? –me pregunta mi hijo.–No lo sé, hijo, ojalá que no –y le veo en la cara su angustia. La misma angustia que tenía yo a su edad. El mismo miedo.

El mismo dolor.

¡Fuerza, Miguel!, seguro que lo vas a lograr y nos vas a volver a dar el valor para seguir adelante y volver a creer que Colombia va a salir alguna vez de esta espiral de violencia. Seguro que cuando salgas de allí, le voy a poder decir a mi hijo que sí vale la pena quedarse en este país y luchar por él, como me lo dijo entonces mi mamá. Y yo le creí.

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