
Opinión
El maremágnum mundial y el servicio exterior
En un momento como el actual, el servicio exterior debe ser de personas competentes y capaces.
No obstante que Trump ha perdido popularidad, sigue contando con un notable apoyo a pesar de los fuertes disturbios de hace algunos días en Los Ángeles y de la forma arbitraria en que está deportando a los migrantes, ilegales o no.
Ahora se está abriendo paso lo que algunos norteamericanos habían pretendido: que no por el hecho de que una persona haya nacido en Estados Unidos, automáticamente, es ciudadano con todos sus deberes y privilegios.
Por ahora, se ha dejado a discreción de cada estado de la Unión Americana la política que se adopte al respecto. Por lo tanto, si un niño nace en un estado determinado, adquiere la nacionalidad automáticamente, mientras que en otro, no. Eso no había pasado antes en la gran nación del norte, pero además es la punta del iceberg.
En medio del caos mundial que se está soportando en los cuatro puntos cardinales, la diplomacia adquiere un valor extraordinario. Durante mucho tiempo en Colombia, no solo el servicio exterior, sino la cancillería misma, sí eran un espacio reservado para un grupito de élite. Incluso, no obstante que precariamente se organizó la carrera diplomática con el absurdo pretexto de un decreto de estado de sitio (que era permanente), la carrera diplomática, casi que se extinguió.
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Pero a base de luchas, riesgos y amenazas contra los funcionarios, durante la administración de Virgilio Barco, las cosas empezaron a cambiar. Los costos fueron altos, ya que muchos sectores consideraron que se les estaba quitando casi que un derecho adquirido.
La carrera diplomática se fortaleció extraordinariamente y los condecorados no eran los magnates y políticos influyentes, ni los amigos de la administración, sino las aseadoras que silenciosamente trabajaban durante veinte años y los mensajeros y almacenistas que seguían como tales después de muchos años de servicio, sin decir una sola palabra.
Es absurdo decir ahora que los funcionarios de la carrera diplomática, que se han sometido y se siguen enfrentando a todo tipo de pruebas, son gente de élite. Es el desconocimiento absoluto de la realidad. No son escogidos por haber pertenecido a grupos armados —lo que ahora es una credencial—, a un partido político o un gremio cualquiera. Tampoco por ser amigos del presidente, por pertenecer a grupos económicos poderosos, por haber contribuido a la aprobación de leyes o por haberle hecho favores al mandatario o la administración de turno; ni mucho menos para tratar de eludir procesos penales o administrativos, como ha sucedido ahora y ha pasado anteriormente.
Que se exijan algunos requisitos para ser funcionario diplomático que represente al país, en los agitados momentos en que vive el mundo, es lo mínimo que se puede esperar. Así sucede en todas partes, incluyendo el magisterio, el poder judicial, el clero y las fuerzas armadas, para no mencionar sino algunos sectores.
El servicio exterior no puede ser una excepción.