
Opinión
¿El hombre es el lobo para el hombre?
Si bien es un hecho que biológicamente el ser humano es agresivo por naturaleza, queda claro que hemos avanzado progresivamente para crear sociedades mucho más pacíficas.
Cada vez que abrimos un portal de noticias o vemos la televisión, nos percatamos de las múltiples historias de asesinatos, masacres y violaciones que superan la perversa imaginación de cualquier escritor de una película de terror. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿por qué el ser humano es tan agresivo y cruel? ¿Cuál ha sido la evolución de dicha violencia hasta nuestros tiempos? Esta milenaria incógnita, ha generado debate entre diversos eruditos a lo largo de la historia. En la época moderna, dicha cuestión se volvió mucho más relevante con las tesis de los contractualistas: “El hombre es el lobo para el hombre”, esta es la controvertida frase perteneciente al filósofo Plauto y popularizada por el pensador del siglo XVII Thomas Hobbs, quien sentó la tesis en la que, sin la organización de un Estado fuerte, la humanidad viviría en un estado constante de guerra (bellum omnium contra omnes). Por otra parte, otros pensadores como Rousseau concibieron al hombre como bueno por naturaleza, quien por un entorno hostil se torna en un ser agresivo y malvado, creando así el mito del buen salvaje que más adelante fue utilizado para describir a las tribus indígenas previo a la llegada de los conquistadores, sentando la leyenda negra de la hispanidad.
Lamentablemente, la psicología ha seguido la tesis de Hobbs; de hecho, uno de los primeros psicólogos, el renombrado William James, afirmó que la agresividad se manifiesta como un instinto constantemente suprimido por el ser humano. Sigmund Freud, por su parte, planteó la existencia de dos instintos dentro del ser humano, el Thanatos (muerte) que lleva al ser humano a infringir daño y el Eros (vida) que lleva a la persona a preservar la vida y a unir a sus semejantes. Juntos crean un balance en la vida del hombre, sin embargo, una vez el primero toma posesión del hombre, puede redirigir esa agresión interna y herir a otros. No obstante, la aproximación contemporánea da una explicación mayormente biológica, dejando de lado a la psicología y a la filosofía para encontrar esta respuesta.
En la naturaleza, existen casos de asesinatos interespecies, que se dan por disputas territoriales para la reproducción de su sangre y los recursos del territorio, como en el caso de leones que constantemente se encuentran en luchas por territorios y por las hembras de la manada del macho dominante. Ahora bien, este tipo de comportamiento ocurre en animales sociales y territoriales, en especial en la familia de los primates, quienes a diferencia de otros animales tiene mayores índices de guerras entre especies.
Los investigadores Gomez J., Verdu M., Gonzalez Megias et. al. realizaron un estudio cuantitativo observando 137 familias de mamíferos, en el que concluyeron que la muerte por ataque interespecies se da mayormente en primates, llegando al 2 % de la población primate. Este porcentaje es idéntico a lo teorizado por estudios realizados a los restos del humano primitivo, los cuales estuvieron envueltos en forma de guerras tribales y masacres a la tribu derrotada e incluso problemas de convivencia dentro de la misma comunidad, lo que podría implicar que la violencia es un comportamiento conectado a nuestro ADN.
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Este estudio respalda la tesis del anatomista Raymond Dart, quien concluyó que el origen de la violencia del ser humano se remonta a la época de nuestro ancestro más lejano, el australopiteco, un animal que no solo era carnívoro, sino un caníbal que asesinaba por mera diversión y para buscar poder político dentro de su misma tribu. En ese sentido se puede llegar a establecer que nuestra agresividad se concibe desde un ámbito instintivo, impulsada por la propia naturaleza.
No obstante, la agresividad instintiva del ser humano, a mi parecer, sufrió una metamorfosis con la introducción del Estado y la organización de las sociedades desde tiempos inmemoriales. Considero que la sociedad llevó a concebir la agresividad y la violencia en dos ejes, el primero siendo su concepción en la sociedad civil y el segundo como inclusión de una política de Estado.
En el primero, la introducción de los regímenes jurídicos llevaron a la sociedad a organizarse y, poco a poco, utilizando mecanismos de resolución de conflictos diferentes a la violencia física, que se fueron perfeccionando a lo largo del tiempo para dirimir sus disputas. De esta forma, los métodos violentos se tipifican como delitos si son ejecutados por un civil o un agente de la ley en una extralimitación de sus funciones, tema que es rechazado por la sociedad en general, especialmente si la violencia es utilizada con fines perversos o abyectos.
Por otra parte, la violencia fue monopolizada por el Estado, transformando un instinto natural del hombre en un mecanismo de protección de la nación en contra de amenazas externas e internas, y justificando su actuación por el bien general, una postura utilitarista, enfocada a crear el mayor bienestar posible. Dicha legitimación de la violencia, combinado con un sentimiento patriótico y moral llevó a ejércitos a derrotar a tiranos como lo fueron Adolf Hitler, o a conseguir la libertad del pueblo. No obstante, si esta es utilizada para crear un mayor daño, como la búsqueda de un genocidio o la comisión de una guerra, solo para atornillarse en el poder, resulta no estar legitimada y aceptada por la sociedad humana.
En conclusión, si bien es un hecho que biológicamente el ser humano es agresivo por naturaleza, queda claro que hemos avanzado progresivamente para crear sociedades mucho más pacíficas. De la misma manera, puede comprenderse la metamorfosis de la violencia en una manifestación del Estado, que legitima la violencia para proteger y, por otra parte, una deslegitimación de la violencia basada en criterios éticos, sociales y jurídicos establecidos por el Estado de derecho.