
Opinión
Doña Violeta, San Andrés y Venezuela
El fallecimiento de doña Violeta Barrios hace recordar un capítulo importante de la historia política latinoamericana.
Ha muerto en San José, Costa Rica, doña Violeta Barrios de Chamorro, quien fue presidenta de la Junta de Gobierno de Reconstrucción de Nicaragua entre 1979 y 1980. Fue también una figura emblemática de la fallida democracia nicaragüense.
A ella le correspondió, impulsada por Daniel Ortega, también miembro de la Junta; por el canciller Miguel D’Escoto, un cura que había colgado los hábitos y algunos de sus asesores, proclamar sorpresivamente en enero de 1980 que el archipiélago de San Andrés era de Nicaragua. Sostuvo que los títulos que Colombia había invocado para reivindicar su propiedad medio siglo atrás, no eran pertinentes y que, el tratado firmado en 1928 mediante el cual Nicaragua había reconocido a la soberanía colombiana, era nulo, porque había sido suscrito supuestamente bajo presión de los Estados Unidos.
Las pretensiones de Nicaragua sobre San Andrés se remontan a tiempos anteriores. En 1890, ese país invadió las islas Mangles, que pertenecían al archipiélago, expulsando a los colombianos. El Gobierno colombiano solo envió una nota diplomática, cortés y amistosa.
Posteriormente, en 1913, Nicaragua, inducida por los Estados Unidos, de quienes eran prácticamente una colonia, reclamó la totalidad del archipiélago. Se firmó el tratado en 1928; sin embargo, las pretensiones continuaron. En 1969, el general Anastasio Somoza, dictador de Nicaragua, alegó soberanía sobre los cayos de Roncador, Quitasueño y Serrana, así como sobre toda la plataforma continental frente a la costa nicaragüense, desconociendo los derechos de Colombia.
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La “fraternal” pretensión de la Junta Sandinista sobre el archipiélago en 1980 y a través de doña Violeta, se llevó a cabo a pesar de que el Gobierno colombiano, conjuntamente con los de México, Costa Rica y Venezuela, había venido apoyando políticamente a los sandinistas para el derrocamiento de Somoza. Colombia convenció a Estados Unidos de que no siguiera apoyando al dictador, graduado en la Academia militar de West Point y casado con una ciudadana estadounidense.
Incluso le había sugerido al general, que abandonara el poder para evitar más derramamiento de sangre. No atendió la sugerencia.
Cuando Somoza fue derrocado, después de que Washington le quitó su respaldo, Colombia apoyó activamente a los sandinistas. Incluso el canciller colombiano, Diego Uribe Vargas, esperó en Managua la entrada triunfal de una caravana, con doña Violeta y los jefes sandinistas procedentes de Costa Rica, como si fuera Radamés en su regreso victorioso a Egipto, en la ópera Aida.
Carlos Andrés Pérez, entonces presidente de Venezuela, quien se involucraba en todos los asuntos del continente, cuando posteriormente doña Violeta fue elegida presidenta y se enfrentó a Ortega, asumió con fondos reservados de la presidencia venezolana todo el staff de la seguridad de la mandataria.
Por ese hecho, fue destituido y sometido a un juicio, de tinte claramente político, fomentado por algunos de sus copartidarios. Lo condenaron a dos años y medio de prisión. Nunca había sucedido algo semejante en Venezuela. Fue el costo que pagó por tratar de volverse en el tutor de doña Violeta, la primera mujer elegida como presidenta en América Latina.
Carlos Andrés, buen amigo de Colombia, expresó durante su juicio “Hubiera preferido otra muerte”.