
Opinión
Diplomacia en crisis: los costos del poder sin forma ni fondo
El manejo errático de la política exterior, entre incumplimientos internacionales y un discurso ideologizado, está dejando a Colombia aislada, debilitada y vulnerable.
En el ámbito internacional, donde el presidente encarna a toda la nación, la forma es fondo. Sin embargo, el presidente Petro, guiado por una visión ideologizada del poder, ha convertido los escenarios diplomáticos en tribunas personales, desentonando con el rigor institucional que tradicionalmente ha caracterizado a Colombia. En lugar de construir puentes o presentar propuestas concretas, ha optado por la crítica simplista a las grandes potencias —a las que despectivamente llama “el Norte”—, olvidando que en la comunidad internacional pesan más el respeto, la coherencia y los resultados que la retórica inflamatoria.
Su oratoria, cargada de metáforas grandilocuentes, se ha tornado vacía e improductiva. En su afán de proyectarse como un redentor global, ha culpado a las potencias occidentales de prácticamente todos los males: cambio climático, migración, pandemias, inteligencia artificial, hambre y narcotráfico, sin proponer soluciones viables ni articular posiciones diplomáticas serias. El más reciente ejemplo de este desgaste se vivió en la Cumbre de Sevilla, España, donde su intervención fue recibida con evidente incomodidad. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, le exigió públicamente mayor mesura y respeto en sus señalamientos, dejando en evidencia que la comunidad internacional comienza a perder la paciencia frente a un discurso reiterativo, confrontacional y carente de propuestas concretas.
A ello se suman fallas reiteradas en el cumplimiento del protocolo: ausencias injustificadas en eventos oficiales, llegadas tardías, omisión de saludos institucionales e incluso descuido del vestuario requerido en actos diplomáticos. Aunque puedan parecer detalles menores, estos gestos reflejan de respeto y seriedad. En diplomacia, las formas también comunican fondo.
La gestión de la Cancillería ha sido igualmente errática. En menos de tres años han pasado tres ministros, lo que ha impedido consolidar una política exterior coherente. A esta inestabilidad se suma el prolongado y polémico escándalo por la contratación del servicio de pasaportes y la administración de la base de datos, actualmente en manos de la firma Thomas Greg & Sons. No existe claridad sobre los verdaderos intereses detrás de la intención de revocar este contrato, pero la controversia ha sido tan persistente y politizada que ha puesto en entredicho a tres cancilleres de la República. Algunos analistas advierten incluso posibles motivaciones electorales, dada la sensibilidad de la información involucrada.
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La interferencia directa del presidente Petro en asuntos diplomáticos ha generado contradicciones públicas con sus cancilleres y debilitado la coherencia de la política exterior. En el caso de Venezuela, cuestionó la legitimidad de las elecciones mientras ordenaba la asistencia del embajador colombiano a la posesión de Nicolás Maduro.
En el de Ecuador, desautorizó públicamente a su canciller tras un pronunciamiento anticipado y, para sorpresa de muchos, asistió personalmente al acto de posesión del presidente Novoa. A esto se suman dos días adicionales en la ciudad de Manta, sin agenda oficial conocida, lo que ha dado lugar a todo tipo de conjeturas ante la ausencia de explicaciones formales. Esta falta de transparencia alimenta la desconfianza y debilita aún más la credibilidad de la política exterior del gobierno.
La ruptura de relaciones diplomáticas con Israel —presentada como un gesto de apoyo a Palestina, pero en la práctica alineada con la narrativa de grupos terroristas como Hamás— constituye un golpe fuerte para la seguridad nacional. Sin desconocer posibles excesos en la respuesta militar israelí, la decisión fue políticamente costosa. Israel ha sido un aliado estratégico por más de seis décadas, con cooperación clave en inteligencia, aviación de combate, sistemas de mando y control, mantenimiento de aeronaves y armamento, como los fusiles Galil, aún en uso por nuestras fuerzas. Esta alianza ha sido esencial para enfrentar amenazas híbridas y fortalecer la doctrina militar colombiana.
Aún más grave ha sido el reciente llamado a consultas mutuas de los embajadores de Colombia y Estados Unidos, un hecho sin precedentes en la historia reciente. Washington ha justificado esta decisión como respuesta a una acumulación de tensiones generadas por el enfoque confrontacional del gobierno Petro. Entre las principales causas se encuentran los reiterados ataques del presidente colombiano al expresidente Donald Trump —a quien ha calificado públicamente de fascista—, así como las acusaciones sin fundamento sobre un presunto complot de senadores estadounidenses para promover un golpe de Estado en su contra. A esto se suman las trabas sistemáticas al cumplimiento del tratado de extradición, los escasos avances en la lucha contra el narcotráfico y la firma de un memorando de entendimiento con China para adherirse a la iniciativa de la Ruta de la Seda, lo que ha sido interpretado en Washington como un distanciamiento estratégico.
Expertos advierten que el país podría enfrentar una descertificación en la lucha antidrogas, lo que implicaría, además, sanciones comerciales, restricciones de visas, pérdida de beneficios arancelarios como el ATPDEA y dificultades para acceder a créditos internacionales. Los más afectados serían los empresarios, en especial los exportadores, que ya enfrentan presiones fiscales internas y generan buena parte del empleo nacional.
En conclusión, el manejo errático y confrontacional de la política exterior, marcado por el incumplimiento de compromisos internacionales y un discurso ideologizado que reemplaza la diplomacia por la provocación, está dejando a Colombia aislada, debilitada y vulnerable. El precio de esta desconexión con la realidad global no será pagado por quienes gobiernan desde los micrófonos, sino por los ciudadanos y sectores productivos que sostienen al país.
En tiempos de incertidumbre internacional, Colombia no necesita activismo diplomático, sino pragmatismo: una política exterior seria, estratégica y centrada en la defensa de los intereses nacionales.