
Opinión
Desgracia en el poder
La nación requiere liderazgos responsables, que prioricen la seguridad y la institucionalidad por encima de los caprichos y las ambiciones personales.
Desde estos escritos, de manera reiterada, se han planteado dos tesis que cada vez y con mayor claridad se corroboran. La primera es que al Pacto Histórico, partido de gobierno liderado por Gustavo Petro, le importa un comino el bienestar, los sueños y la dignidad de los colombianos. La segunda es que, más allá de su supuesta postura de izquierda, Petro no es sino un defensor de las estructuras criminales desde la institucionalidad, de quienes desafían las leyes y, en esa actitud, resultan siendo víctimas los propios colombianos.
Que al señor Petro le importa poco el bienestar de los colombianos se ha evidenciado en múltiples acciones. Ha destruido el sistema de salud; según datos de la Superintendencia Nacional de Salud, en 2023 se reportaron más de 1.200 errores médicos y un incremento del 15 % en las quejas de los usuarios. Además, canceló los subsidios destinados a los más necesitados en educación y vivienda, afectando a cerca de 4 millones de colombianos en pobreza extrema.
Nos tiene al borde de un apagón energético: en 2024, el 30 % de la matriz energética del país dependió de la generación térmica, y las frecuentes fallas en la operación de las principales hidroeléctricas, sumadas a las políticas de desinversión, amenazan con profundizar la crisis. También, ha restringido la libertad de los habitantes del campo y la ciudad, en un contexto donde los grupos criminales operan con total impunidad en al menos 16 departamentos, según reportes de la Fiscalía.
Cada vez que Petro enfrenta un problema derivado de su comportamiento, se victimiza y utiliza al pueblo como escudo. Es contradictorio que, ante hechos como la destrucción de embarcaciones por parte de la armada estadounidense—que Petro acusó, sin evidencia, de que se trataba de embarcaciones de pobres pescadores—, el presidente emite declaraciones que parecen buscar cuestionar la legitimidad de la autoridad y minimizar la gravedad del delito. En su mentalidad, desafortunadamente, combatir el crimen equivale a borrar la ‘i’ de ilegal, una visión que desprecia los derechos y la seguridad de los colombianos.
El acto más reciente que evidencia su desprecio por los intereses nacionales ha sido la confrontación que, por asuntos puramente personales, ha desatado con los Estados Unidos. Pero para Petro, esto poco importa; prefiere incitar a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos a desobedecer a su comandante en jefe. Una postura irresponsable y de consecuencias inmensas para el país en lo económico, lo social y lo ético.
El respaldo del Gobierno a la criminalidad tiene raíces profundas. Proviene en parte de su propia historia—recuerden que Petro fue un criminal, hoy indultado—, y de la alianza que forjó su hermano en el pacto de La Picota. Desde entonces, el Gobierno se ha dedicado a desmantelar a las Fuerzas Armadas, que representan la mejor defensa contra la criminalidad, despidiendo a más de 80 generales y recortándoles el presupuesto en un 40 %, según la Contraloría. En muchos municipios, alcaldes y población deben colaborar con gasolina para sostener la seguridad. Además, Petro les ha limitado legalmente la capacidad de respuesta ante ataques de manifestantes, que ya se aventuran hasta a utilizar flechas para atacarlos, por medio de procesos judiciales poco claros. La impunidad y la falta de sanciones del presidente en estos temas evidencian el compromiso de su administración con esas agendas.
Pero el apoyo del Gobierno a las estructuras criminales no solo está en esas acciones. Se han generado fugas de prófugos, como Carlos Ramón González, con la complacencia de Presidencia. También, se han interrogado a empleadas domésticas, algunas con testimonios extraídos bajo amenazas y en condiciones irregulares, en una tendencia que en enrojecería a cualquier juez que valore la justicia verdadera. La popularidad de Petro cae en picada, a pesar de que ha quebrado la regla fiscal y se ha endeudado sin límites, en un intento por aparentar fortaleza. Sin embargo, con esos errores, el país ha quedado sumido en una crisis profunda, y ahora estamos en la mira de posibles ataques militares de una superpotencia mundial.
Para proteger a Colombia, puede contar conmigo. Pero para proteger a Petro, no espere ni un movimiento de mi parte. La nación requiere liderazgos responsables, que prioricen la seguridad y la institucionalidad por encima de los caprichos y las ambiciones personales.