OPINIÓN
Desconfianza, el incentivo perverso para el desarrollo del país
Lo más importante a la hora de implementar una política pública será preguntarnos si la vida de los ciudadanos cambió, y si no, fracasamos.
Quienes eligen dedicarse al servicio público por convicción, se enfrentan diariamente a un sistema de reglas formales e informales complejas, contradictorias, e inhibitorias. ¿La razón? La historia de Colombia y de la construcción de sus instituciones vista desde cualquier lente ideológico o político, tiene una base común: la desconfianza. La motivación general de nuestras normas legales y sociales, terminan estando basadas muchas veces no en el propósito transformador, sino en el como “evito que”, evito que me roben, evito que se cuelen, evito que se beneficien, evito que otro tenga más, evito, evito, evito. Todos estos Evito se traducen en una maraña de procedimientos, reglamentos, protocolos, administrativos y jurídicos, en los que se termina diluyendo el sentido transformador de nuestra intención y de las políticas públicas. Al final, buscando evitar que ocurra el desastre, terminamos complicando tanto la gestión pública, que va expulsando poco a poco a los que quieren hacer las cosas bien, quitando esa llama de intención transformadora por la que se arranca este camino, y en el peor de los casos, no se termina ni evitando, ni transformando.
Debo confesar que en mi recorrido profesional como politóloga y servidora pública, he visto en otros funcionarios el desarrollo de una fobia por el exceso jurídico. Quienes la hemos padecido, hemos llorado literalmente al ver irse oportunidades y recursos, que podrían haber generado grandes impactos o cambiado vidas, por culpa de un procedimiento o por una norma inflexible que se creó en un contexto específico, y que, aún cuando ya ese contexto desapareció, ¨por si acás¨ la mantuvimos. Y como toda fobia tiene un detonante que la activa. Allí están como una amenaza permanente de aparecer en el presente y en el futuro, los organismos de control, las “ías” que recuerdan a ese árbol de afuera de la ventana de la habitación, que durante la noche hace sombra y se transforma en todos los tipos de fantasmas posibles, entre ellos amenaza directa o indirecta, real o imaginaria, de que podrían aparecer en cualquier momento, por haber hecho, por no haber hecho, por no haber hecho suficiente, o por no haber dejado evidencia de que se intentó.
Como todo miedo, o paraliza o nos mueve, y quienes se quedan en esta última opción terminan perdiendo el miedo, y asumiendo el servicio público casi como una profesión de alto riesgo. Confieso que no es fácil expresar esto, porque parecería ir en contra de toda esta sofisticada normatividad que nos hemos inventado para promover la “transparencia” o luchar contra la corrupción, y por supuesto, no es así. Pero debemos aceptar, queramos o no, que esta sofisticación viene afectando gravemente la eficiencia de la gestión del Estado, y es un debate que inevitablemente debemos emprender con sinceridad, seriedad y sensibilidad social. Esto también incluye el exceso de planeación, metas e indicadores perfectamente medibles e inamovibles, que buscan reducir la compleja realidad en números exactos, comprobables en una lista de asistencia, un documento, o una relatoría, pero que no dan cuenta del impacto real en el ciudadano. Finalmente, lo más importante a la hora de implementar una política pública será preguntarnos si la vida de los ciudadanos cambió, y si no, fracasamos.
Por supuesto, no estoy en contra de la sofisticación de la política, pero como toda sofisticación, de nada sirve incluirle a unas gafas la ultima tecnología, el mejor material, lo último en color, si el lente no se va a adaptar a lo que necesita cada persona. Reconstruir la confianza interpersonal y en las instituciones a través de cambios en los comportamientos sociales, será la principal tarea a emprender. La cultura puede cambiarse, pero ello debe ser intencional y decidido, aumentando la recompensa colectiva en el mediano y largo plazo. Elionor Ostrom finalizando su discurso en el que recibió el Premio Nobel de Economía -primera mujer en recibirlo- mencionó: ¨Un objetivo central de la política pública debería ser facilitar el desarrollo de instituciones que saquen lo mejor de los seres humanos. Necesitamos preguntarnos cómo las diversas instituciones policéntricas ayudan u obstaculizan la innovación, el aprendizaje, la adaptación, la confiabilidad, los niveles de cooperación de los participantes y el logro de resultados más efectivos, más equitativos y más sostenibles, en múltiples escalas¨.
Hoy enfrentamos un escenario global cada vez más complejo y con mayores demandas de bienestar en un país con históricas necesidades y donde sus ciudadanos sienten que el Estado les ha fallado o que lo que hace es insuficiente, necesitamos aventurarnos a pensar con mayor creatividad e impulso transformador, necesitamos un Estado más ágil y eficiente, con procedimientos que ayuden a controlar pero también a implementar políticas públicas, para recuperar la confianza en la acción política y en el otro. Para lograrlo, tendremos que huir del actual reino de la desconfianza, y así, sin duda ganaremos colectivamente.
* Experta en gestión pública, exdirectora de Insor y asesora de entidades públicas.