Opinión
Democracia totalitaria
Censurable la conducta del presidente en los debates y preocupante su ideología.
Un grupo de personas que tienen en común haber desempeñado con honorabilidad cargos públicos, ejercido como maestros e investigadores, y participado a lo largo de muchos años en debates de interés nacional, se ha dirigido al presidente para pedirle que suspenda la reforma a la salud.
Dijo el presidente: “El señor [Alberto] Carrasquilla me pide retirar la reforma a la salud. Yo le pedí, cuando era ministro de hacienda, retirar la reforma tributaria. Se repite la historia: Carrasquilla iba contra los pobres y los trabajadores en la reforma tributaria y de nuevo va contra los pobres y los trabajadores al pedir que se retire la reforma a la salud”.
Petro finge ignorar que la carta fue suscrita por 142 personas, no solo por quien destaca para agraviarlo. Y elude debates cruciales sobre la reforma que versan, como muchos lo han señalado, sobre su conveniencia social y factibilidad financiera. Trivializar asuntos complejos como si las glosas fueran producto de mezquinos intereses puede generar algunos réditos políticos, pero no le sirve al país.
El director de Impuestos ―que no tiene responsabilidades en el área de la salud― ha salido a descalificar esas mesuradas opiniones. Considera que lo que aquel grupo persigue es que se negocie con sus integrantes, no con el Congreso, una ostensible tergiversación. Lo que en realidad se propuso fue un debate más amplio, justamente para que este tome mejores decisiones.
Curioso, además, que mientras se lanza al ruedo como defensor del poder legislativo, su jefe moviliza a “su pueblo” para presionarlo. La carta de la que hablamos sería un chantaje; las marchas contra el parlamento promovidas por el gobierno, ¡el non plus ultra de la democracia!
A lo anterior añade “que las tendencias antidemocráticas son especialmente pronunciadas entre ciertos tecnócratas”. El uso de este sustantivo entre comillas denota la intención de descalificar a quienes hacen parte de una élite intelectual. Ese larvado desdén por quienes poseen saberes humanísticos, científicos o técnicos, delata una filiación, tal vez inconsciente, con la revolución cultural en la China de Mao a mediados del siglo pasado, que estuvo dirigida precisamente contra los sectores modernos de la sociedad: académicos, tecnócratas y escritores. Muchos fueron asesinados; los demás enviados al campo para que se reeducaran en contacto con los campesinos.
El rechazo a la modernidad también es petrista. Es evidente el bajo nivel de muchos de los funcionarios que han llegado al Estado. “¡Abajo los que saben, ahora nos toca a nosotros!”. Los bárbaros se hallan en las puertas de Roma. “De malas”, dice Doña Francia.
Quizás intervenciones presidenciales como la aquí reseñada, no constituyan, por sí solas, faltas a la dignidad en el ejercicio de la presidencia. Sin embargo, por su agresividad, maniqueísmo y proclividad al sofisma, no generan un ambiente adecuado para adelantar discusiones maduras sobre la salud o cualquier otro tema.
Preguntémonos ahora: ¿es Petro un demócrata? La respuesta es compleja. Nos obliga a definir qué entendemos por democracia.
Su modalidad más conocida es la democracia liberal, tanto que se la suele considerar como la única existente. Se basa en el respeto de las libertades individuales. En comicios periódicos. En la representación política que recae en el Congreso, encargado de la expedición de las leyes que el Gobierno debe ejecutar. En la separación de poderes y en la autonomía del poder judicial. En el mercado como eje de la generación de riqueza en el contexto de una economía mixta. En la prestación de los servicios públicos tanto por el Estado como por los particulares. Y en la libertad de prensa que cumple un papel insustituible en la prevención de abusos de poder y en la crítica de quienes lo detentan.
Si esta fuera la única noción posible de democracia, sería evidente que Petro no es un demócrata. Cada día que pasa su rechazo a las actuaciones de otros órganos estatales y de la sociedad civil se perfila con mayor nitidez. Considera que sus acciones configuran un “golpe blando”, lo que es legal lo presenta como ilegal. En su incendiario discurso callejero de la semana pasada invitó a sus partidarios a movilizaciones revolucionarias. De ahí a organizarlas…
Nuestro mandatario, al igual que otros gobernantes populistas se inspira en la democracia totalitaria. Esta modalidad proviene del pensamiento de Rousseau en su obra clásica El Contrato Social, publicada en 1770. Allí se sostiene que para superar el estado de naturaleza y fundar la sociedad civil: “Todo individuo se enajena, con todos sus derechos a favor de la comunidad; porque, dándose cada uno por entero, la condición es la misma para todos los contratantes, y dándose a la comunidad, la comunidad por acto recíproco del contrato, se da a cada uno de los individuos”.
El consenso absoluto, contenido en un contrato social hipotético, excluye cualquier disidencia. En “La traición de la Libertad” con horror anota Isaiah Berlin: “(…) quien no desea un fin racional, lo que desea no es la auténtica libertad, sino una falsa libertad (…)”. De allí se desprende el derecho del gobernante a reprimir al que considera hereje: “Yo lo obligo a hacer ciertas cosas que lo harán feliz”. Por eso concluye diciendo que no hay dictador que “…en los años posteriores a Rousseau no se valiera de esta monstruosa paradoja para justificar su conducta”
Esta concepción de la democracia explica por qué los estados de la órbita soviética se llamaban oficialmente “democracias”. No se trataba de simular que eran democracias liberales o representativas, sino de señalar que profesaban una concepción diferente de la democracia: una vez el poder se consolida en un líder carismático, en quien encarna la voluntad general, este debe gozar de poderes absolutos, los cuales se refrendarán cada tanto en comicios no competitivos. Esta versión totalitaria de la democracia subyace en la ideología petrista. Estamos avisados.
Briznas poéticas. Me entristece encontrar una adhesión a posiciones totalitarias en nuestro gran poeta Darío Jaramillo: “No soy, / en primera persona no soy, / mi sustancia forma parte de otra sustancia, / a ella soy fiel sin entender, / equivocándome, / sintiendo dolor, remordimientos, / cada vez que la traiciono”.