Julio Londoño Paredes Columna Semana

Opinión

De la amenaza nuclear a la pérdida de la esperanza

Después de 80 años, afrontamos el terrorismo, el narcotráfico y la minería ilegal.

Julio Londoño Paredes
8 de agosto de 2025

Hace 80 años, el 6 de agosto de 1945, un avión B-29 llamado Enola Gay, piloteado por el coronel Paul Tibbets, dejó caer la primera bomba atómica con núcleo de uranio sobre la ciudad de Hiroshima, en Japón. Tres días después, el 9 de agosto, otra bomba atómica, esta vez con núcleo de plutonio, cayó sobre Nagasaki: Japón se rindió y el mundo se conmocionó. Entre 130.000 y 140.000 personas murieron instantáneamente en Hiroshima y entre 60.000 y 70.000 en Nagasaki.

Millones de libros y artículos se han escrito sobre ese nefasto episodio. Ocho décadas después, el mundo ha cambiado. El país que posea armas nucleares es potencia, y el que no las tenga, un vasallo. Los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad son potencias nucleares.

Pero, además de que se sepa, también son Israel, India, Pakistán y Corea del Norte. El miedo nos ha preservado de la guerra total. Las derrotas de los Estados Unidos en Vietnam y las de Rusia y EE. UU. en Afganistán, se dieron sin bombas nucleares. En la crisis de los cohetes en Cuba, estuvimos al borde, pero no sucedió.

Ahora podría no haber holocaustos como los de Japón, sino la utilización de armamento nuclear en escala limitada, que no por eso deja de ser catastrófica. En las guerras de Rusia contra Ucrania y de Israel contra Hamás e Irán, no se puede descartar el uso de ellas. Rusia para vencer e Israel para sobrevivir, por más muerte y destrucción que pudiera haber.

Ya Colombia no tiene el peligro que se alimentó durante muchos años, de sufrir las consecuencias de una eventual confrontación nuclear, por su vecindad con el canal de Panamá. Los riesgos son otros. La guerrilla del Llano, ocasionada por la violencia impulsada desde el Gobierno, finalmente se diluyó: el país se llenó de esperanza. Vino la época del bandolerismo de Chispas, Sangre Negra, Tarzán, etc., que finalmente fue superada: volvió la esperanza.

Llegó con Virgilio Barco la paz con el M-19, el EPL, el Quintín Lame y otros grupos: renació la esperanza. Quedaron, no obstante, el proceso de paz en La Habana, las Farc con sus diferentes denominaciones, los paramilitares, el ELN y luego, las guardias indígenas, el Clan del Golfo y los demás grupos que operan a lo largo y ancho de nuestro país: nuevamente se perdió la esperanza.

Vino Uribe y sacó a un país arrinconado de los guetos en los que estaba reducido; sin embargo, la acción armada continuó y decayó nuevamente la esperanza. Luego vino la relación complaciente con los bandidos y las cosas empeoraron. Ya nadie cree en la paz.

El telón de fondo es el narcotráfico y ahora la minería ilegal. Siempre ha habido explicaciones para su existencia y proliferación. Ya el consumo de drogas está no solamente en Europa y en los Estados Unidos, sino que se ha acrecentado en nuestros países, especialmente en Colombia.

Dicen las anécdotas que Napoleón Bonaparte usaba permanentemente agua de colonia de una conocida marca: su comercialización se generalizó y llegó hasta nuestros días. Fidel Castro, cuando fumaba, popularizó a los tabacos cubanos que adquirieron fama mundial.

En Colombia, si el incremento del consumo de drogas viene de las más altas esferas, ¿qué se le puede pedir al resto del país y cuáles son las esperanzas de paz?

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