
Opinión
Cuando los aplausos vienen del infierno
Los aplausos deben venir de los laboratorios, no de los túneles; de las universidades, no de los escondites.
En la diplomacia, los elogios dicen tanto como los silencios. Y cuando los aplausos provienen de grupos designados como terroristas por buena parte del mundo, conviene preguntarse qué es exactamente lo que se está celebrando.
Hamás ha mostrado su enorme gratitud hacia Gustavo Petro. No por una mediación humanitaria, ni por una defensa del derecho internacional, sino por su ruptura con Israel, por expulsar diplomáticos, por suspender tratados y por prohibir la exportación de carbón que —según Hamás— alimenta bombas israelíes.
El medio digital Filastín, heredero simbólico del periódico fundado en Jaffa en 1911 y tradicionalmente alineado con el nacionalismo palestino, lo registró con entusiasmo: “Agradecemos la declaración de Petro que prohíbe la exportación de carbón a la entidad sionista…”. No es una interpretación. Es una cita.
Los hutíes de Yemen, otro grupo clasificado como terrorista por Estados Unidos y sus aliados, se sumaron al coro. Aplaudieron la propuesta de Petro de crear un “ejército global” para “liberar Palestina”, lanzada primero en una marcha propalestina en las calles de Nueva York y luego reiterada en su discurso ante la Asamblea General de la ONU. Petro, lejos de incomodarse, agradeció públicamente el respaldo hutí. En el ajedrez diplomático, eso equivale a recibir flores de quien lanza misiles a barcos civiles en el mar Rojo.
Hezbolá, por su parte, no ha emitido comunicados de gratitud. Pero el presidente colombiano sí ha expresado admiración por sus líderes caídos. No hay reciprocidad oficial, pero sí una afinidad simbólica que incomoda a quienes aún creen que la política exterior debe distinguir entre resistencia legítima y terrorismo armado.
Y si se busca el origen de esa afinidad, basta con revisar el expediente histórico. El M-19, grupo guerrillero en el que militó Petro, atentó dos veces contra la Embajada de Israel en Bogotá: en 1981 y en 1982, como muestra de solidaridad con la Organización para la Liberación de Palestina. En uno de los ataques, se usó una bazuca; en el otro, con ráfagas de metralleta y explosivos, destruyeron la sede diplomática. El objetivo era el embajador Jaime Aron, que por fortuna no se encontraba allí.
No es descabellado pensar que hay algo de nostalgia en el aplauso recibido. Una empatía ideológica con el terrorismo, mezclada con el enemigo común. Porque si el pasado guerrillero enseñó a ver a Israel como extensión del imperialismo, el presente diplomático parece confirmar que esa lección no se ha olvidado.
Y aquí el giro irónico: hace años, Hugo Chávez acusó a Colombia de ser “el Israel de América Latina”. Lo dijo en 2008, tras el bombardeo colombiano en Ecuador que mató a Raúl Reyes. Para Chávez, Colombia era el brazo armado de Estados Unidos en la región, como Israel lo era en Medio Oriente.
La resonancia de Petro en el mundo árabe no se limita a los comunicados de Hamás o los elogios hutíes. Varios medios regionales han recogido sus declaraciones con entusiasmo, especialmente aquellas que condenan a Israel o proponen alternativas al orden internacional. El canal libanés Al Mayadeen, cercano a Hezbolá, ha reproducido sus discursos sobre Gaza con tono celebratorio, presentándolo como líder del “sur global” que desafía el imperialismo occidental. Al-Akhbar, también con sede en Beirut, lo ha citado como referente latinoamericano en la causa palestina.
Incluso medios más institucionales como Al Jazeera (Catar) y Asharq Al-Awsat (Arabia Saudita) han cubierto sus intervenciones, aunque con matices distintos. Mientras unos lo celebran como voz disidente, otros lo registran como actor disruptivo en la diplomacia latinoamericana. En todos los casos, Petro aparece como figura visible en el tablero árabe, no por sus propuestas de paz, sino por su confrontación directa con Israel. Y cuando la prensa que simpatiza con grupos armados lo eleva como referente, el eco no es diplomático: es ideológico.
Hoy, bajo Petro, Colombia parece haber invertido el espejo. Ya no es el Israel de América Latina. Ahora es el país que recibe aplausos de Hamás, de los hutíes, y que admira a Hezbolá. El péndulo ideológico ha girado. Y los que antes eran enemigos, hoy son los nuevos mejores amigos.
Hasta ahora, ni Al Qaeda, ni ISIS, ni el Talibán han mencionado a Petro. Pero si el patrón continúa, no sería extraño que algún día lo hagan.
Yo también quisiera que Colombia fuera el Israel de América Latina por su capacidad de innovar. Que florezcan los desiertos con tecnología, que la medicina salve vidas más allá de las fronteras, que la inteligencia se traduzca en desarrollo.
Pero para eso, los aplausos deben venir de los laboratorios, no de los túneles. De las universidades, no de los escondites. De quienes construyen futuro, no de quienes celebran el terror.
Porque cuando los aplausos vienen del infierno, lo que se celebra no es la luz. Es la sombra.