Diana Saray Giraldo Columna Semana

Opinión

¡Cínicos!

Lejos de pedir perdón, los líderes de las extintas Farc pretenden reescribir una historia en la que ellos son las víctimas y no los victimarios.

Diana Saray Giraldo
29 de marzo de 2025

Deisy tenía 11 años cuando se la llevaron las Farc. Mientras asistía a las fiestas de su pueblo, en Casanare, Jair, comandante del frente 28, se apareció frente a su familia y le dijo a su mamá que venía por su hija. “O la entrega o le pegamos un tiro”. El último recuerdo que Deisy tiene es ver a su mamá de rodillas, rogando que no se la llevaran.

“Me llevaron a un campamento, no solo a mí, sino como a diez niñas, de 12, 13, 11 años. Yo era la más pequeña. Me dijeron ‘quítese los pantalones’. Dije ‘Dios, ¿qué nos van a hacer acá?’. Mientras esperaba, a las otras les estaban haciendo el procedimiento… no entendía qué era. Una de ellas salió llorando, le dije ‘¿qué le hicieron?’. ‘Me metieron algo en mi parte íntima. Me duele demasiado’. Me tocó mi turno. Nunca se me va a olvidar que me dijeron: ‘Abra las piernas’. Una de esas guerrilleras me metió como una espátula en mi útero. Ahorita que entiendo, me metió una T de cobre. ¡Cuando apenas era una niña y ni siquiera me había desarrollado! Salí con el dolor más grande del alma.

Sentí que me desgarraba por dentro”, cuenta Deisy. “A los 15 días me abusaron. Ahí empezaron los abusos más horribles de mi vida, me violaron cuando ni siquiera había sanado mi útero. Me desgarraron el alma…”.Junto a Deisy, decenas de niños y niñas fueron violados, sometidos a tratos crueles, esclavizados y llevados como carne de cañón a los combates por las Farc. Estos niños eran asesinados en combate o bajo las mismas balas de la guerrilla por comerse un pedazo de panela. Deisy señala directamente a los exmiembros del secretariado de las Farc como cómplices de los abusos. Asegura que la hoy congresista Sandra Ramírez (o Griselda Lobo, como se llama) la ponían a ella y a otros niños a hacer fila, para que los comandantes escogieran a cuál niña querían violar durante la noche. También señala a Catatumbo. “Ese es otro violador que se está ganando 50 millones en el Congreso. Ese señor me abusó”, dice.

El mismo relato de Deysi lo repite Johanna. A ella la reclutaron muy pequeña, aunque no quiere decir la edad; solo que la violaron a los 11 años. La obligaron a abortar dos veces. Relata que una de sus compañeras quedó embarazada y ocultó la gestación. Tenía cerca de ocho meses de embarazo, cuando pidió permiso para tener al bebé. Se le arrodilló a Tirofijo. Al lado estaba su mujer, Sandra Ramírez. “Ya el niño estaba con todo… no le faltaba sino nacer, pero entonces le dieron los medicamentos para abortar… El niño nació vivo, pero murió como a las dos horas”, dice Johanna.

Esta mujer vivió la tragedia de tener que cuidar a su propio padre, que trató de rescatarla de las Farc y fue secuestrado: “… ¿Quién va a estar preparado para ver a su papá amarrado con cadenas, atado a un árbol y que lo pongan a uno a custodiarlo? Eso me marcó mi vida”. Su papá fue asesinado con una carga explosiva que lo voló en pedazos.

La Justicia Especial para la Paz (JEP) investiga los abusos de las Farc bajo el Caso 007. Ha establecido que reclutaron 18.677 menores. Determinó cinco patrones: reclutamiento de menores de 15 años; malos tratos, torturas y homicidios en contra de niños; violencias reproductivas; violencias sexuales contra niños reclutados y violencias contra niños con orientación sexual o identidad de género diversas.

Por estos hechos, la JEP imputó a Rodrigo Londoño (Timochenko), Jaime Parra Rodríguez (el Médico), Milton Toncel (Joaquín Gómez), Jorge Torres (Pablo Catatumbo) y José Lascarro (Pastor Alape). En abril deberán aceptar o no estas imputaciones.

A pesar de los relatos de las víctimas, los exmiembros de las Farc han decidido que nada de esto pasó. La senadora Ramírez, escudándose en que no fue incluida en la imputación de la JEP, ha iniciado acciones judiciales contra cualquiera que la señale. “¿Dónde están las sentencias en mi contra?”, repite, a sabiendas de que no existen, pues parte de este acuerdo de paz fue renunciar a condenas fuera de la JEP.

Hoy, sentada en su silla de congresista, Ramírez vocifera que todo es un montaje, un invento de los medios para desprestigiar su labor por la paz. A su vez, Comunes afirma que solo se quiere “estigmatizar y denigrar” a la senadora. “Rechazamos la manipulación mediática y la violencia simbólica contra las militantes del partido Comunes”.

De forma coincidente, han empezado a publicarse mensajes de mujeres que aseguran haber estado en las Farc y dicen que nunca ocurrieron los abusos. “Ingresé a las Farc siendo menor de edad y jamás vi ni escuché que hicieran algo como de lo que hoy acusan a Sandra Ramírez. Es una calumnia cruel, que desconoce nuestra historia como mujeres rebeldes”, dice una usuaria que se identifica como Ingrid. “En las Farc encontré un centro de sapiencia campesina, respetuoso de los derechos humanos”, dice otra. Hasta Rodrigo Londoño asegura que estas denuncias “rayan en la inmoralidad y en la ilegalidad”.

Lejos de pedir perdón, los líderes de las extintas Farc pretenden reescribir una historia en la que ellos son las víctimas y no los victimarios.

¡Qué cinismo! ¿En qué momento este país decidió callar la voz de sus víctimas y contar la historia del conflicto a través de la voz de sus victimarios? Estos comandantes recibieron los beneficios de reintegrarse a la vida civil, pero olvidaron por completo sus obligaciones con esta sociedad a la que hicieron tanto daño.

Mientras la senadora Ramírez recorre el país en vehículos blindados, denuncia a todo aquel que le recuerde su paso por las Farc y se declara perseguida, los niños reclutados por las Farc, hoy adultos, viven con miedo, sobreviviendo a sus heridas del alma y, por supuesto, en la pobreza.