
Opinión
Autosabotaje diplomático
Esta crisis no le sirve a nadie. No ayuda al exportador que depende del mercado estadounidense, ni al estudiante que espera una visa, ni a las familias que viven de remesas.
La ruptura entre Colombia y Estados Unidos no es una simple “crisis pasajera”, ni puede atribuirse a un malentendido. Es el resultado directo de una cadena de decisiones erráticas y profundamente irresponsables por parte del Gobierno colombiano. Lo que está ocurriendo es, sin rodeos, un autosabotaje de proporciones históricas. Me explico.
Los hechos hablan por sí solos. Todo comenzó en la madrugada del 26 de enero. A las 3:41 a. m., desde un lugar aún no identificado, el presidente Gustavo Petro publicó en su cuenta de X (antes Twitter) una serie de mensajes contra el expresidente estadounidense Donald Trump, acusándolo de tratar de forma inhumana a los colombianos deportados desde Estados Unidos. Las críticas, lejos de tener un propósito diplomático, tenían el tono de una provocación personal. Washington reaccionó con firmeza: amenazas de suspender relaciones comerciales, imponer aranceles e incluso cortar la relación financiera bilateral.
En menos de 24 horas, el presidente tuvo que recular. Colombia aceptó enviar aviones propios para recoger a los deportados y la tormenta pareció aplacarse. Pero quedó una sombra inquietante: ¿en qué estado se encontraba el presidente cuando decidió incendiar la relación con el principal aliado internacional del país? Hasta ahora no hay una explicación oficial. Durante la crisis, el presidente no apareció en público. Dirigió todo desde las sombras, a través de su equipo.
La segunda escena se escribió en Bogotá, durante una reunión oficial con la secretaria de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Kristi Noem. Antes de ese encuentro, la entonces canciller Laura Sarabia celebró prematuramente un supuesto éxito diplomático. Sin embargo, la conversación entre Petro y Noem fue tensa, según relató ella misma días después. En una entrevista con la prensa de su país, Noem dijo que el mandatario colombiano criticó duramente a Trump, defendió a narcotraficantes y llegó incluso a calificarlos de “amigos”. Si eso es cierto, la diplomacia colombiana cruzó una línea muy delicada.
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Y luego vino la tercera parte: la publicación de un artículo en El País de España que sugería que el excanciller Álvaro Leyva habría intentado conspirar con sectores cercanos a Trump para remover a Petro del poder. Más allá del titular llamativo, el contenido plantea dudas serias. El autor del texto reconoce que las grabaciones clave no fueron obtenidas directamente, sino entregadas por una fuente. ¿Quién filtró ese material y con qué intención? Además, el mismo artículo aclara que las propuestas de Leyva nunca llegaron a su presunto destinatario en la Casa Blanca. Se pensaron, pero no se ejecutaron.
La suma de estos episodios desembocó en lo impensable: el llamado a consultas del encargado de negocios de Estados Unidos en Colombia. Es un gesto diplomático que suele preceder a una ruptura formal de relaciones. No ocurría algo así desde hace más de un siglo.
Como si todo esto no fuera suficientemente grave, el día en que estalla la crisis coinciden una serie de eventos que difícilmente pueden calificarse de fortuitos: la renuncia de Laura Sarabia a la Cancillería; la expulsión por parte de Estados Unidos del coronel Feria, vinculado al escándalo del polígrafo a la niñera Marelbys Mesa; y el retiro casi simultáneo de representantes diplomáticos de ambos países. ¿Coincidencias? Pocas cosas en diplomacia lo son.
Esta crisis no le sirve a nadie. No ayuda al exportador que depende del mercado estadounidense, ni al estudiante que espera una visa, ni a las familias que viven de remesas, ni a quienes desean simplemente visitar a sus seres queridos. ¿A quién sí le sirve? A los narcotraficantes, que se benefician de una menor cooperación judicial. A un Gobierno que necesita alimentar el nacionalismo en momentos de bajo respaldo interno. Y a los actores políticos que buscan destruirse entre sí en una lucha por el poder.
Esta no es una crisis causada por enemigos externos. Es un conflicto generado desde adentro. Un ejemplo doloroso y evidente de cómo un país puede dinamitar sus propias alianzas más valiosas por errores de juicio, improvisación y cálculo político.
Colombia no necesita enemigos cuando su propio Gobierno actúa como si lo fuera.