Simón R. Barth Columna Semana

Opinión

Aranceles al rojo vivo: ¿proteccionismo o riesgo global?

El 2 de abril de 2025, durante la celebración del “Liberation Day”, el presidente Donald Trump desató una nueva ofensiva comercial. Estados Unidos impondrá aranceles de hasta un 54 % sobre productos importados, con énfasis en bienes provenientes de China y la Unión Europea.

Simón R. Barth
6 de abril de 2025

Según la Casa Blanca, el objetivo es claro: proteger la industria estadounidense y reducir el déficit comercial. Sin embargo, la magnitud y velocidad de esta decisión despiertan profundas inquietudes sobre sus efectos económicos globales.

El decreto incluye un arancel adicional del 34 % a bienes chinos, sumando un total del 54 %, aplicable a vehículos, acero, baterías y paneles solares. A esto se suma un gravamen del 20 % a importaciones europeas —incluidos automóviles—, y un 25 % adicional al acero y aluminio bajo la Sección 232. También se impone un 10 % base a todas las importaciones no exentas.

El listado completo de aranceles que impuso Donald Trump, presidente de Estados Unidos
El listado completo de aranceles que impuso Donald Trump, presidente de Estados Unidos | Foto: Casa Blanca

Aunque estas medidas buscan reducir la dependencia externa, sus repercusiones rebasan las fronteras estadounidenses. La industria automotriz ejemplifica bien estas tensiones. Mientras que un automóvil estadounidense enfrenta un 10 % de arancel y hasta un 25 % de IVA en Europa, y hasta un 40 % de arancel en China, los vehículos europeos ingresaban a EE. UU. con un arancel del 2,5 %. Ahora, los autos chinos pagarán un 54 %. La brecha era real, pero la demanda por autos norteamericanos en esos mercados ha sido históricamente baja por factores técnicos y culturales.

Las barreras no arancelarias agravan el escenario. China y la UE utilizan regulaciones técnicas, sanitarias y restricciones agrícolas que limitan el acceso a sus mercados. En contraste, Estados Unidos ha mantenido una política comercial más abierta, lo cual ha contribuido a un déficit comercial creciente. Esta guerra de aranceles es el intento más reciente por revertir esa tendencia.

Pero elevar aranceles tiene un efecto directo: aumentan los precios, cae la demanda, se ralentiza el comercio y disminuye la circulación de capital. El consumo se contrae, el crecimiento económico se debilita. Así de simple. Y así de predecible.

Los mercados no tardaron en reaccionar. El S&P 500 cayó un 9,58 %, el Nasdaq un 10,02 % y el Dow Jones un 7,86 % esta semana.

Más del 60 % de los hogares estadounidenses, cuyos ahorros están ligados a la bolsa, vieron disminuir su patrimonio. La confianza económica se desplomó, cuando esto sucede, los ahorradores se sienten “pobres” y son menos propensos a consumir.

Y esto es apenas el inicio. Los mayores costos derivados de los aranceles podrían desatar nuevas olas inflacionarias, obligando a la Reserva Federal a mantener tasas de interés elevadas. Un crédito más costoso y menor liquidez podrían ser la antesala de una recesión global.

Paradójicamente, una recesión podría resultar funcional para el gobierno estadounidense. Con millones de millones en deuda pública por vencer en 2025, un escenario de tasas más bajas permitiría refinanciar obligaciones con menor presión fiscal. ¿Podría esto ser parte del cálculo?

Llevar la producción de vuelta a Estados Unidos tampoco será fácil. Con desempleo bajo y salarios altos, la relocalización enfrenta múltiples barreras. Las cadenas de suministro globales no se reconfiguran de la noche a la mañana.

Reducir el déficit comercial y fortalecer la economía doméstica son metas legítimas. Pero la manera abrupta en que se ejecutan estas medidas amenaza con generar crisis innecesarias. Una transición gradual habría permitido a las empresas —locales y extranjeras— adaptarse sin provocar una disrupción global.

En Asia, Europa y América Latina, millones de empleos dependen de las exportaciones. Cambiar las reglas del juego de forma unilateral y repentina destruye confianza, desata incertidumbre y agrava desigualdades. Una estrategia más escalonada no solo sería más justa, sino más eficaz.

Y sin embargo, no todo es pesimismo. Como suele decirse: en toda crisis, unos lloran y otros venden pañuelos. La caída de algunas acciones podría abrir ventanas para inversionistas de largo plazo.

Para Colombia, el desafío también es estratégico: con tratados comerciales vigentes, ubicación privilegiada y relativa estabilidad, ¿por qué no estamos exportando más? ¿Dónde están los empresarios capaces de colocar nuestros productos y servicios de maquila frente a gigantes como Walmart o Nike?

Esta guerra de aranceles podría redefinir el orden económico global. Y aunque representa riesgos evidentes, también ofrece oportunidades para quienes estén listos para actuar con visión y determinación.

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