
Opinión
Antonio Nariño: empresario y revolucionario
Es hora de inspirarnos en los padres de la patria y no dejarnos engañar de los falsos revolucionarios como Petro, que en vez de libertad nos ofrecen cadenas.
Hay una faceta de Antonio Nariño que ha sido soslayada, y tal vez ocultada, que es aquella de gran empresario. Y la razón es que los historiadores contemporáneos han creído que, acaso por frívola, revelarla le quitaría lustre al precursor de nuestra independencia. Error. Es en esa faceta donde se esconde una de las claves de su más elevado espíritu revolucionario, y del de su época.
Nariño era un criollo de la clase alta cuyo padre, oriundo de Galicia y funcionario del virreinato, les había dado una vida de abundancia económica. A la muerte de este cesan los ingresos del hogar y Nariño aconseja a su madre, que queda con nueve hijos, que venda su mansión en la calle de La Carrera y se mude a un inmueble más pequeño. Y le pide que le anticipe parte de la herencia. Con tan solo 20 años y seis mil pesos, viaja a Cartagena y compra mercancía para traer a Santa Fe. Ese es el comienzo de su rutilante carrera como empresario.
A los 24 años aplica para el cargo de tesorero de diezmos, para lo cual le hace una disertación al virrey Gil y Lemos sobre cómo desarrollar económicamente a la Nueva Granada, que deja estupefacto al virrey: él invertirá los fondos recaudados de la Iglesia, que en esa época se confundía con el Estado, en empresas de producción y exportación de la recién descubierta quina, de cacao, azúcar y otros productos, para que la Nueva Granada se abra al mundo. Pero como cada año tiene que rendirle cuentas a la Iglesia, y las inversiones son de más largo plazo, él pondrá dinero de su bolsillo y captará de otros para tener la liquidez necesaria. El virrey no duda en darle el cargo. En ese sentido, Nariño fue una especie de banquero, el primero en nuestro país, y así empezó nuestro desarrollo económico.
También Nariño fue ganadero. Era dueño de las haciendas Barbosa y Castilla en Sopó, y de la famosa hacienda de Fucha, en la hoy localidad de Puente Aranda. Sus tierras estaban dedicadas principalmente a la ceba de novillos para surtir de carne a la creciente Santa Fe.
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Y claro, fue el primer empresario de medios que tuvimos: importó una imprenta nueva de España en la que imprimió la traducción de los derechos del hombre, y fundó El papel periódico de la ciudad de Santa Fe.
¿Cómo conciliar su espíritu empresarial con el de revolucionario? La respuesta es que de su tío heredó una gran biblioteca que devoró febrilmente y que incluía a los principales filósofos de la ilustración europea, entre ellos Adam Smith. Leyendo su tratado sobre la riqueza de las naciones, entendió que el motor del progreso de los pueblos era la economía de mercado con sus libertades económicas, que se fundaban en la propiedad privada, y que el combustible de la máquina era el ánimo de lucro.
Entendió que el régimen estatista monárquico que lastraba de impuestos a los ciudadanos y controlaba excesivamente la economía a través de los estancos y otros monopolios estatales, solo traía pobreza y servidumbre. En ese entonces el visitador real Gutiérrez de Piñeres había dejado el recaudo tributario, según el historiador Adolfo Meisel, en 9,4 % del PIB, y eso inflamó los deseos de independencia. Hoy en Colombia estamos por el 20 % de PIB y la izquierda quiere más. Épocas aquellas en que el pueblo se rebelaba ante los abusos alcabaleros del Estado...
Nariño entendió que la verdadera revolución era la emancipación del individuo del yugo estatizante para que pudiera desarrollar el potencial de sus talentos. Fue Nariño quien construyó el edificio doctrinario de la revolución independentista, nadie lo igualó en erudición y vuelo intelectual.
Bolívar selló la independencia, y junto con él y otros próceres fundaron nuestra nación inspirados en esos principios libertarios que incluían las libertades económicas. Por eso Nariño dijo: “Los derechos de propiedad, libertad y seguridad son los tres manantiales de la felicidad de los Estados”.
Qué ironía que hoy los neomarxistas como Maduro y Petro se autoproclamen revolucionarios, cuando no son más que promotores del viejo estatismo monárquico, pero en una versión más radical y liberticida como es el marxismo. Y qué cinismo que abusen de la memoria de nuestros padres de la patria como Nariño y Bolívar, pretendiendo ser sus herederos políticos, cuando representan todo lo contrario. Así quedó comprobado con la diatriba visceral que el mismo Marx en 1858 lanzó contra Bolívar.
Es hora de inspirarnos en los padres de la patria y no dejarnos engañar de los falsos revolucionarios como Petro, que en vez de libertad nos ofrecen cadenas.