
Opinión
Aniversario del terror
La intención de Petro —como ha sido su costumbre— es tratar de escribir e imponer una narrativa libertadora en titularidad del M-19, cuando la realidad histórica ha sido otra.
El 19 de abril de 2025 es una fecha en la que coinciden dos eventos un tanto paradójicos, pero que —de una u otra manera— resultan necesarios destacar. Por un lado, es la fecha del nacimiento del presidente Gustavo Petro, quien celebró su cumpleaños número 65; y, por el otro, se recuerda el inicio y la fundación del Movimiento 19 de abril, conocido por todos como el M-19.
En pasados días, Petro publicó en sus redes sociales mensajes alusivos al aniversario de la fundación del M-19 que han generado controversia, y que procuran —por parte del mandatario— reescribir la historia de sangre y muerte del otrora grupo guerrillero. A manera de ilustración, en su cuenta de X, el mandatario compartió una fotografía del escritor Gabriel García Márquez junto a Jaime Bateman, fundador del M-19, y escribió: “En esta foto de García Márquez y Jaime Bateman, fundador del Movimiento 19 de abril (M-19), se resume una corriente de la sociedad colombiana que, partiendo de Bolívar y Nariño, pasa por el general Melo, el general Rafael Uribe Uribe, López Pumarejo, Gaitán, y llega hasta nuestros días […]”. Además, compartió un video de aproximadamente 14 minutos sobre la vida de Bateman, a quien describió como su guía e inspiración en su pensamiento y acción política.
La intención de Petro —como ha sido su costumbre— es tratar de escribir e imponer una narrativa libertadora en titularidad del M-19, cuando la realidad histórica ha sido otra. Es admisible que algún pasaje de la historia del M-19, Bateman y sus seguidores pudieron tener una loable finalidad. Contrario a esta intención, los medios armados y la insurrección violenta y criminal serían la impronta de sus actuaciones. No se puede pretender “lavarles la cara” a los guerrilleros que, en su momento, causaron tanto dolor y sufrimiento; y que, si bien suscribieron un acuerdo de paz que les permitió incorporarse a la vida civil y política del país, ejecutaron crímenes en vigencia de su lucha armada que cobraron víctimas y dejaron heridas en el corazón de la sociedad colombiana. Lo anterior es importante reiterarlo cuando, a la fecha, un autodenominado “hijo de la guerra” —y hoy presidente de la República— acude a sus viejas prácticas de la lucha armada y con espurios apoyos de sectores políticos cuestionables de vieja data para llegar al poder.
Sin dudarlo, las publicaciones del presidente han sido interpretadas por diversos sectores como una apología al M-19, una organización guerrillera urbana que operó en Colombia entre 1970 y 1990, y que fue responsable de múltiples hechos violentos, incluyendo —entre otros— el secuestro de diplomáticos, el robo de armas del Cantón Norte y la trágica toma del Palacio de Justicia en 1985, que aún se registra como el ataque más vil a la estructura de la Rama Judicial de nuestro país.
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La constante referencia de Petro al M-19 y la integración de exmiembros de este grupo en su gobierno han generado debates sobre la influencia de esta organización en la administración actual. No en vano, las estrategias de este grupo fueron reconocibles a lo largo y ancho del ejercicio de “oposición” que ejerció Petro en contra del presidente Iván Duque. Según un artículo de El País, desde el inicio de su mandato, Petro ha destacado abiertamente su pasado en el M-19 e integrado a varios exmilitantes en posiciones clave de gobierno, lo que de por sí es bastante vergonzante cuando, producto de otro “proceso de paz”, adicional a la trampa a la paz realizada en el gobierno Santos, le hemos tenido que pagar —de nuestros impuestos y por tres períodos seguidos, al margen de todo criterio democrático— salarios de congresistas a los terroristas de las Farc.
Se reitera: el M-19 no fue un movimiento democrático. Aunque no se niega que algunos de sus miembros firmaron la paz y participan legítimamente en política, su origen, métodos y hechos violentos lo definen como un grupo guerrillero. Celebrarlo desde el poder es una falta de respeto con la historia y las víctimas. No se puede glorificar un pasado violento. Petro, como presidente, no puede seguir actuando como activista del pasado; utiliza su rol para legitimar la narrativa de que su lucha armada tuvo un “propósito noble”, olvidando que ese relato borra la tragedia que vivió Colombia en esos años.
La exaltación del M-19 es una muestra más de la desconexión del Gobierno con la realidad de seguridad. Ahora, mientras el país vive una ola de violencia, con masacres, extorsión y presencia creciente de disidencias de grupos guerrilleros, el presidente decide dedicar su energía a revivir viejas glorias revolucionarias. La narrativa del perdón sin justicia y sin verdad de Petro pretende hablar de reconciliación, pero no hay memoria verdadera si se ocultan los crímenes. No puede haber paz, sin verdad ni justicia para las víctimas del M-19, como las familias de los magistrados asesinados en el Palacio de Justicia. La distorsión histórica como arma política al reescribir la historia desde la Casa de Nariño busca moldear a las nuevas generaciones para que normalicen la violencia como vía legítima de acción política. Eso no es memoria, es propaganda, y una forma desafiante de celebrar el aniversario del terror.