
Opinión online
Algunos asuntos pendientes: sobre la salida de Abello de la Luis Ángel Arango
La curadora María Wills defiende la gestión de la dirección cultural del Banco de la República en respuesta a la columna “¿Por qué le corrieron la silla a Abello en la dirección de la Luis Ángel?”, publicada esta semana en ARCADIA por el escritor Alonso Sánchez Baute.
Nadie ha mencionado varios aspectos clave para poder hablar de la salida de Alberto Abello Vives de la dirección de la Biblioteca Luis Ángel Arango de una manera equilibrada. Empiezo diciendo que no pongo en duda las credenciales del doctor Abello, que son excelentes. Muy acorde con la filosofía del Banco de la República, donde laboré casi 10 años, esta columna no va proyectarse desde personajes ni protagonismos de empleados. No entraré a hablar tampoco de rencillas personales, ni de guerras internas (creo esto sobra cuando lo que hay son una gran cantidad de proyectos culturales que han beneficiado, desde hace más de cincuenta años, a amplias poblaciones alrededor del país, y que en los últimos diez años se han intensificado en cuanto a impacto e infraestructura).
Las personas maravillosas que han estado detrás de estos programas de altísima envergadura jamás han buscado titular o portada alguna que los relacione a nivel personalizado con estos. Si algo aprendí trabajando para esta institución es que lo que brilla son los contenidos de los proyectos y no la infraestructura o el motor detrás de ellos: el Banco de la República a veces peca por su discreción y, precisamente por ello, me aventuré a escribir esto. Los usuarios o espectadores nunca sabrán qué hay detrás de cada concierto, exposición, taller o sala de lectura, ni cuántas personas increíbles los hacen posibles.
Este sano anonimato, que se enfoca en una proyección institucional y no personal, crea zonas inciertas que permiten lagunas y especulaciones como las que se han hecho en la última semana sobre la salida de Abello de la dirección de la Biblioteca. Para nadie es un secreto que estar en el sector público y lidiar con el dinero del Estado se ha vuelto una tarea de amazonas y titanes. Los procesos contractuales y la burocracia terminan, en muchos casos, eliminando cualquier poética de un camino creativo. Sin embargo, ese es el costo de trabajar con el Banco de la República de un país: ese trabajo implica negociaciones, saber poner límites y abogar por el feliz término de cada proyecto con profesionalismo.
Se ha insinuado una necesidad de limitar los periodos de los subgerentes y directores, pero los resultados muestran lo contrario. Tanto Darío Jaramillo, Jorge Orlando Melo y Clara Isabel Botero, quienes estuvieron más de 15 años en la institución, como Margarita Garrido y Ángela Pérez, actual subgerente cultural, muestran que liderar y concretar proyectos de alto impacto cultural y educativo requiere mucho más de cuatro años. Es la continuidad la que ha generado una coherencia institucional, y eso se ve en programas relacionados con las colecciones que muy juiciosamente han comprado y custodiado. La aparente acumulación de poder de la que se ha hablado no lo es, porque cada uno de ellos actúa asesorado por miembros de comités externos que abogan por una diversidad de intereses.
No hay tantos misterios, simplemente realidades: sin duda, en Colombia entera se ha vivido un extremo proceso de burocratización, que pareciera ser un monstruo ya incontrolable. Y es claro que esa burocracia duele, que todos quisiéramos un mundo sin tanto RUT y papeleo —procesos que desmotivan a cualquier mente intelectual, cuyos valores creativos se sienten menguados por las crecientes necesidades de justificarse legal y tributariamente cuando su oficio no ha sido nunca reconocido en un país que se siente culturalmente pobre—.
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Sin duda existen retos para la institucionalidad cultural del país. No obstante, me resulta sumamente injusto ver cómo se esta atacando al Banco y a sus representantes en la dirección cultural, pues me consta que la lucha por facilitar los trámites sin incumplir la ley muchas veces evoca el mito de Sisífo, y es mucho más lo que se hace que lo que no. El Banco es un ejemplo de un manejo descentrado y regionalista: no solo por los conciertos y exposiciones o la riqueza bibliográfica (se adquieren más de 50.000 títulos al año) que hay en la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, sino por la forma como esta ha logrado llegar a cada esquina del país. Sus sucursales y agencias culturales están permanentemente gestando proyectos de inclusión y accesibilidad que han permitido que en los últimos años, por ejemplo, en Buenaventura los grupos de rap de adolescentes tengan dónde grabar sus improvisaciones o que en San Andrés haya un centro de memorias orales que crea archivos para salvaguardar la identidad propia de la región.
Los museos regionales en Santa Marta y en Leticia se crearon después de consultas con las comunidades para evaluar sus deseos. En Tunja se han creado programas de lectura rural, enviando en burro maletas viajeras llenas de libros a zonas aisladas. Proyectos de arte como Obra viva e Imagen regional han abierto espacios de creación y exposición para artistas en las regiones que han permitido una circulación del arte nacional y un intercambio real. Todo esto ha sucedido y sigue sucediendo gracias a personas valiosas que están detrás impulsando cada engranaje, por más trabas que haya en el camino.
Buena mar al doctor Abello en sus nuevos proyectos y buen viento para quien asuma su cargo en la Luis Ángel Arango. Las preguntas que me quedan son: ¿Estos cargos directivos estatales de la cultura deben ser asumidos por intelectuales o por administradores públicos? ¿Será hora de reformular los cargos directivos y dividir las tareas terrenales de las más elevadas tareas de pensamiento? Es difícil juzgar desde afuera. Lo que sí está claro es que dentro del área cultural del Banco de la República muchos (entre ellos Ángela Pérez, quien la dirige) sí hacen su tarea.
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