CULTURA

El turbante, una prenda icónica de la resistencia afro

Producen juntos en las Escuelas Rurales Alternativas (ERA), que son un modelo laboral y social donde la reincorporación es un asunto comunitario. Así se siembra y se bebe la paz.

9 de septiembre de 2019
El sector moda representa el 27 por ciento de los empleos de la industria manufacturera del departamento. | Foto: Jair Coll

Entrelazados siempre estaremos / por herencia, tradición, ancestralidad / para la pervivencia resiliente / de mi pueblo negro pujante y pudiente”. Con estas líneas de su poema Entrelazados, la afrofeminista Mercedes Segura Rodríguez hace alusión al turbante, un trozo de tela que adorna su cabeza, que para ella es mucho más que un accesorio. Lo usó desde niña para proteger su pelo cuando recogía plátano y arroz en una playa inmensa en Salahonda, el pueblo nariñense donde creció. “¡Póntelo que te va a doler la cabeza!”, le decía su madre. En ese momento lo usaba por simple practicidad.

Pero a sus 20 años, cuando llegó a Buenaventura y alguien le preguntó despectivamente por qué no se quitaba ese trapo de la cabeza, su turbante tomó un nuevo significado. Se convirtió en una antítesis del racismo y en un símbolo de la resistencia de su pueblo. Y no ha dejado de usarlo, lo lleva como una diadema para dejar a la vista su pelo rizado.

La historia de esta prenda es tan larga e intrincada como la del pueblo afro. Como explica Emilia Valencia Murraín, académica y presidenta de la Asociación de Mujeres Afrocolombianas (Amafrocol), “es de origen asiático y lo usaban mayoritariamente los varones musulmanes como muestra de religiosidad, sabiduría y espiritualidad”. En diferentes países de África se extendió su uso porque ayudaba a protegerse de la arena del desierto y con el tiempo se transformó en una prenda lujosa que entraña poder y elegancia.

Luego de la diáspora africana, en la que llegaron más de 22 millones de esclavos a América, el uso que se le dio a la prenda cambió radicalmente. Las mujeres blancas les impusieron a sus esclavas y criadas negras llevar el turbante para que no sedujeran a sus pálidos maridos con la belleza de sus cabelleras. La periodista sudafricana Khanya Mtshali, en un artículo sobre el tema lo contaba así: “El gobernador de Louisiana, Esteban Rodríguez Miró, aprobó (en 1786) el ‘Edicto de buen gobierno’, que requería que las mujeres negras usaran ‘su cabello atado en un pañuelo’ o un ‘tignon’”.

Con el paso del tiempo, las afrocolombianas resignificaron aquel trozo de tela que buscaba segregarlas. Por ejemplo, al huir de la esclavitud la empleaban para cargar las semillas que garantizaban su sustento. Así mismo, en las zonas rurales, el turbante fue testigo y soporte económico de sus vidas: durante las labores del campo se usó para proteger el cabello de la inclemencia del sol –así lo hizo Mercedes en su infancia– y sirve como totuma para tomar agua. También es la base donde las palenqueras llevan las poncheras para vender sus productos. Incluso tiene funciones rituales: el turbante protege a las madres del ‘pasmo’ después de parir a sus hijos y cubre sus cabezas en los entierros.

Hoy el turbante es un elemento estético que sobresale en las ciudades. Desde 2012 esta prenda se ha tomado las tiendas y pasarelas. En la más reciente edición de Colombiamoda fue uno de los accesorios más populares y diseñadoras como la caleña Miss Balanta y la bogotana Lia Samantha lo han incorporado a sus colecciones. Además, es utilizado por mujeres blancas y mestizas.

En palabras de Nelia Preciado, una diseñadora afroputumayense abanderada del turbante: “Lo que ha pasado es importante porque esta industria crea ideales de belleza que trascienden generaciones. Pero si no se visualiza e incluye a las comunidades el proceso se convierte solo en una máquina de generar dinero”.

A las mujeres afro no les molesta la comercialización. Pero muchas sí se oponen a la explotación económica que grandes emporios están haciendo de este accesorio, que ellos mismos rechazaban. Actualmente es apetecido gracias a todas aquellas valientes afrodescendientes que, pese a ser discriminadas en aeropuertos, bancos y empleos, y de ser señaladas como sucias o desprolijas, insistieron en vestirlo. El objetivo: decirle al mundo, tal como lo hace Mercedes, que “las negras somos hermosas, que nuestros saberes tradicionales son valiosos y que siempre tenemos algo en la cabeza”.