Antioquia
Un millón de abejas fueron envenenadas en Antioquia: “Nos duele el alma tener que ver esto; toda la colmena está muerta”
Anderson Rojas Restrepo, heredero de una tradición de apicultores de casi 90 años, habló con SEMANA sobre las afectaciones.

De la masacre, como la califica el apicultor, Anderson Rojas Restrepo, se enteraron el martes 8 de julio.
“Dios mío bendito, no quedó nada. Nos duele el alma tener que ver estas cosas. Todas las abejas están muertas, toda la colmena está muerta”, dijo su esposa, Luisa Fernanda Moná García, al ver la hecatombe.
Estremecedor: así fue el momento en que la apicultora Luisa Fernanda Moná se entera de que más de un millón de abejas fueron envenenadas en Andes, Antioquia. https://t.co/if1kX8q65f pic.twitter.com/KpkYm6PHxQ
— Revista Semana (@RevistaSemana) July 18, 2025
Las abejas estaban regadas por el suelo y las que sobrevivían, aún aturdidas por el efecto del veneno, se movían con dificultad en las colmenas, pero después murieron.
“Llegamos al cultivo y encontramos un manto de abejas muertas, con mal olor y pudimos observar que alrededor estaban haciendo aplicaciones a cultivos aledaños, creemos que presuntamente sea la causa de muerte de estas colmenas”, contó Anderson.
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Eran 15 colmenas, cada una de cerca de 80.000 animales, por lo que se calcula que son más de 1 millón las abejas sacrificadas.
Lo que Luis Fernanda y Anderson hicieron fue alertar a la autoridad ambiental. Primero, recibieron la inspección de Corantioquia, pero estos alertaron al Instituto Colombiano Agropecuario, el encargado de determinar qué ocurrió.
Varios funcionarios los visitaron, cuenta Anderson. Tomaron muestras de las colmenas, de algunas de las abejas muertas y de vegetación de la zona para establecer quién es el responsable y qué tipo de veneno rociaron sobre el apicultivo.
“Varios vecinos aseguraron que tenían todo en orden. Pero es algo repetitivo, nunca ha pasado nada. Ojalá la gente se dé cuenta de que esto está mal, muy mal; el ecosistema, la fauna que debió haber muerto es mucha”, dice el apicultor.
La función que cumplía este cultivo de abejas en la región era trascendental, de ahí que el impacto ambiental, por ahora, se desconozca.
“Ellas salían en la mañana todos los días a buscar sus flores, a polinizar, a producir alimento, lo que hacían es asegurar la alimentación de la humanidad”, cuenta Anderson.

Aunque la afectación económica puede estar alrededor de los 60 millones de pesos para esta familia apicultora, el daño más fuerte, según Anderson, está en el corazón.
“Sabemos la gran importancia que tienen para la vida, es un amor y un sentimiento por ellas y al ver esto es como si se me metieran con la familia, con mis hijas, con mis hermanitas”, afirma.
Por eso, no duda en exigir a los campesinos de la zona más responsabilidad y a las autoridades que actúen como lo permite el peso de la justicia.
“La ley nos ampara, el problema es que no se aplica, y eso queda como en el olvido y las abejas siguen desapareciendo; lo que más las está afectando son las malas prácticas agrícolas del hombre y el uso de pesticidas”, dice.
Anderson tiene 39 años, pero es un verdadero experto y no es para menos. Las abejas han ocupado un lugar preponderante en su hogar por legado de sus ancestros.
“Este trabajo tiene 87 años, mis ancestros fueron pioneros en apicultura y ahora en apiturismo ecológico. Nacimos en un mundo de abejas; la familia siempre dijo que debemos preservar la especie más que la producción”, cuenta.
El pionero fue su bisabuelo Juan de Jesús Rojas, que por allá en 1938 comenzó con la práctica de la apicultura.
“Lo tachaban de loco, de brujo, de desadaptado, no conocían los trajes de seguridad, pero las abejas lo empezaron a identificar y no lo atacaban”, recuerda.
Siguieron con el oficio su abuelo Diocleciano, su papá Javier y ahora su hija. “Ella es la quinta generación”, señala.
Su enseñanza se difunde a través del emprendimiento Tour Abejas Jardín, que recibe semana a semana personas interesadas en la conservación de esta especie.
Incluso, dice Anderson, la escuela de la vereda La Casiana, de esa zona de Antioquia, está vinculada al proyecto. “Vienen los estudiantes cada semana para aprender sobre la protección de las abejas”, menciona.
En diálogo con SEMANA, Sebastián Bedoya Mazo, zootecnista y doctor en ciencias animales, integrante del equipo de fauna de Corantioquia, explicó sobre el posible impacto para el ecosistema donde estaba el millón de abejas.
“Las abejas cumplen un rol importante en la polinización, ellas van, se asientan en las flores y permiten el transporte del polen. Cada abeja puede recorrer de dos a cinco kilómetros de distancia en un día, imagínate un millón de abejas haciendo polinización, recolectando néctar, la cantidad de hectáreas que pueden abarcar. Se han hecho muchos estudios donde dicen que cada abeja puede visitar de 100.000 a 180.000 flores; se encargan del 70 por ciento de la polinización de los cultivos de interés humano”, indicó.
“Si nos vamos a los registros del efecto de las abejas en los cultivos, se dice que estas pueden mejorar de 15 a 25 por ciento el rendimiento de un cultivo. Es decir, si la capacidad de producción de un cultivo es de cien kilos, sin abejas solo llega a 75”, explica el experto.
Aunque aclara que para saber realmente el impacto de estas muertes habría que hacer un estudio para determinar el área que abarcaban las abejas y cuántos cultivos se afectan en ese proceso de polinización.
“Además, hay que ver si afectaron la polinización incidental de plantas nativas”, concluye.