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‘Nuevo Milenio’, así es el pabellón de enfermos de Sida en La Modelo. Los reclusos piden que no se les estigmatice
SEMANA estuvo en este lugar destinado para hombres y mujeres trans con VIH. Un sitio lúgubre, en el que no hay hacinamiento. Los guardias le temen al contagio, pues los detenidos se cortan para evitar requisas.
La cárcel La Modelo de Bogotá es la única de las 128 prisiones del país que tiene un pabellón para personas portadoras del virus de inmunodeficiencia humana. Pero detrás de estas rejas no se habla de VIH, lo llaman “24 X”, tal vez, como forma de esconderlo, de dejar de lado un estigma más grande que la misma condena que purgan los reclusos de esta zona aislada y conocida como el patio Nuevo Milenio.
SEMANA se internó en las entrañas de Nuevo Milenio, irónicamente, uno de los pocos espacios en los que no hay hacinamiento. En La Modelo habitan 3.400 reclusos, con un sobrecupo del 12 por ciento. El temor, el estigma, el rechazo y, por qué no, la ignorancia han hecho que en este lugar solo permanezcan 18 hombres y mujeres trans.
Es un lugar frío, lúgubre, con pisos de cemento y baldosa; paredes blancas de las que cuelgan como testigos imágenes religiosas y fotos familiares. Es el patio más cercano a los filtros de ingreso, al cruzar la puerta de barrotes, hay un pasillo con tejas y rejas, allí se cuelga la ropa.
En este espacio conviven Miguel, Ernei y Luisa. Los tres tienen historias muy diferentes. Miguel es un hombre que estuvo casado, incluso, tiene hijos, pero su familia no lo visita, ni siquiera saben de su enfermedad. Ernei fue miembro de los paramilitares. Y Luisa es una mujer transgénero detenida por tráfico de drogas. Solo tienen en común que son portadores del “24 X” y que comparten patio.
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Al fondo hay una destartalada cocineta, con un mesón de madera y dos estufas eléctricas, cada una de dos puestos. Un comedor con mesas y sillas de cemento, y un espacio social con un televisor puesto sobre una mesa de madera, con algunas sillas rimax. Nuevo Milenio se podría calificar como un salón vip si se tiene en cuenta que hay 20 celdas, con dos camas cada una; es el único patio en el que los internos no comparten calabozo.
Miguel, de 44 años, lleva ocho en La Modelo, cumpliendo una condena de 15 años de cárcel por delitos sexuales. Desde hace 20 conoce su diagnóstico de VIH, pero no se atreve a revelarlo a su familia y conocidos por temor al rechazo. “Por eso, uno no habla casi, lo ignoran y lo discriminan, ese es el problema de nosotros. Hay personas que cuidado lo tocan a uno”, cuenta el recluso.
Aquí los días comienzan temprano, a las seis de la mañana, una rutina, día tras día, igual al anterior. En la estufa preparan tinto mientras esperan el desayuno, un trozo de pan con chocolate o una arepa con un café, aunque en el contrato de la Uspec está establecido que debe incluirse una fruta y una proteína. Cuentan que hay días en los que llega pasado el mediodía y es habitual que esté cruda, entonces, la estufa se usa para terminar de cocinar los alimentos.
En las tardes, Miguel, Ernei y Luisa, al igual que los otros reclusos, hacen tareas de limpieza en otras áreas del penal para descontarle meses a su condena. Otros hacen talleres de tejidos y telares, que les entregan a sus familiares para que los vendan y recibir algunos pesos. Otros se han resignado a que simplemente transcurra el tiempo mientras están frente al televisor.
Parece un sitio tranquilo, pero la guardia dice que es peligroso, pues los reclusos con diagnóstico de VIH ponen cuchillas con sangre en las puertas y barrotes para evitar operativos y requisas; también amenazan con jeringas u otros elementos. Los guardias, atemorizados, dicen que evitan entrar a este pabellón. Para ellos es casi un castigo tener que cuidar o hacer operativos en Nuevo Milenio. Eso también pasa por la cruz que significa ser portador de VIH, evitan tocarlos. “El temor es porque a veces utilizan formas de poner en riesgo la salud de nuestros funcionarios.
Para procedimientos como verificar las instalaciones, hay antecedentes de que los internos dejan elementos que de pronto han tenido contacto con su sangre”, le dijo a SEMANA Víctor Quevedo, teniente de prisiones de La Modelo. Luisa es otra de las internas de este patio, es una mujer trans, como otras que están en este pabellón. Ha pagado nueve años en diferentes cárceles por tráfico de drogas y lleva seis meses en La Modelo. Carga consigo una carpeta azul de la que no se despega. En ella guarda documentos de su proceso penal y tutelas que, según dice, son las herramientas para lograr atención médica y acceder a las raciones de comida. La otra herramienta, como denuncia la guardia, es cortarse los antebrazos. Es catalogada como una reclusa problemática.
“Un día mío es muy deprimente, uno se enferma mucho. Estoy recibiendo un tratamiento psiquiátrico, porque he tenido múltiples problemas. Acá hay una problemática de alimentación y de salud; no me sacan ni para el médico ni para nada. La alimentación no me la entregan, y la guardia es muy dura con nosotros, los que somos de la comunidad LGTBI”, denuncia Luisa. La guardia del Inpec asegura que es una práctica común que algunos reclusos se lesionen para ser trasladados al área de sanidad. Debido a la falta de personal de vigilancia, este se ha convertido en el punto de encuentro de reclusos de todos los patios para hacer trueques por droga, elementos prohibidos o sostener encuentros de tipo sexual.
Estos reclusos también son pacientes médicos por ser portadores de “24 X”. La IPS Vivir, aliada de la Cruz Roja, les suministra los medicamentos para evitar el progreso de la enfermedad o complicaciones secundarias. Sin embargo, coinciden en que, más allá de los fármacos, la atención médica es precaria. “El medicamento, bien, pero aquí sí es maluca la atención. Yo llevo cinco años esperando para una operación y nada, manda uno un papel y no contestan. Pregunta uno si ya está la cita y lo único que responden es: ¿cuándo la pidieron?, ¿cuándo pasó el papel?”, asegura Miguel.
Ernei es un exsoldado que se vinculó al paramilitarismo y está detenido por concierto para delinquir. Sobre su vida en Nuevo Milenio dice: “A nosotros nos visita mucha gente de la Iglesia cristiana, de la católica, pero no los dejan ingresar con el argumento de que somos peligrosos. Que nos demuestre el Inpec por qué somos lo peor de la sociedad”.
Con cierta alevosía, en tono de reclamo, responde: “Dicen que somos peligrosos. ¿En qué sentido? ¿Porque tenemos una enfermedad? Ninguno en este patio tiene una condena alta; cuando una persona es peligrosa, hablamos de una condena de 30 o 40 años”. Ernei dice que “es ignorancia por nuestra patología, eso no se transmite por una cuchara, ni porque yo le preste el plato, porque estemos hablando usted y yo, no, yo no veo ningún sentido en eso”.
Su contagio se produjo debido a una transfusión de sangre que le hicieron mientras formaba parte de los paras. “Yo presté el servicio en el comando operativo número 2, de Arauca. Ahí distinguí al coronel Mario Montoya, quien me incorporó a los paramilitares; al oriental del Meta y Vichada, al mando de Guillermo Torres, que era el comandante. Tuve combates y me hirieron, me aplicaron sangre contaminada y después de ahí me entregué”, cuenta. Los días en este pabellón transcurren siempre de la misma manera, excepto por los fines de semana cuando hay visitas.
En La Modelo no hay un área destinada a las visitas conyugales, por lo que la privacidad se pacta entre los internos, incluso, si forman parte de los recursos de Nuevo Milenio. La condena para los “24 X”, como se les conoce, es doble.
Por un lado, temen salir de prisión a enfrentarse a una sociedad que no está preparada para reintegrarlos. Por otro lado, su diagnóstico de VIH será de por vida y, aunque en la actualidad la ciencia ha avanzado y se puede llevar una vida normal, sigue existiendo el prejuicio que señala y rechaza a quien lleva esa sigla en su historial médico.