JUSTICIA
Exclusivo: así avanza la investigación por el asesinato del esmeraldero Hernando Sánchez. El responsable sería el mismo francotirador que mató a Pedro Pechuga
SEMANA conoció detalles de la investigación por el asesinato de dos esmeralderos en Bogotá a manos de un francotirador. La principal hipótesis, soportada en la evidencia recaudada, señala que se trata del mismo sicario, un “experto tirador”.

El asesinato de Hernando Sánchez, el heredero del imperio de las esmeraldas, estaba cantado. Todos en el mundo de la famosa piedra verde sabían que su crimen era cuestión de tiempo. En 2012 fue atacado en una exclusiva tienda de ropa del norte de Bogotá. Le dispararon en varias oportunidades y hasta perdió un ojo, pero sobrevivió.
Desde entonces, Hernando Sánchez, al igual que otros esmeralderos, reforzó su seguridad, lo que hizo casi imposible que un sicario se acercara para matarlo. Los victimarios cambiaron la estrategia y optaron por ataques a larga distancia con un francotirador. El primero en caer, en lo que para algunos pudo ser un crimen perfecto, fue Juan Sebastián Aguilar, conocido con el alias de Pedro Pechuga.
En agosto de 2024, Pedro Pechuga fue asesinado de un único y fulminante disparo. Estaba en la puerta de su casa, en un conjunto residencial del norte de la capital y, mientras despedía una visita, fue impactado por una bala calibre 7.62. Un poderoso cartucho que solo pudo salir de un fusil de largo alcance y ser empleado por un francotirador experto. Desde entonces, la Fiscalía inició una investigación que, siete meses después, no revela mayores detalles o la identificación de responsables.

Al contrario, el francotirador volvió a asesinar y una nueva víctima terminó en el piso de su casa, en el mismo conjunto residencial, y se investiga si fue con la misma arma. Los detalles del crimen que dejó muerto a Hernando Sánchez el pasado domingo en horas de la tarde son casi calcados del asesinato de su colega Pedro Pechuga. Mismo calibre del arma, mismo punto de disparo y, de acuerdo con las evidencias recaudadas, mismo asesino. Un francotirador, un “experto tirador”, como advirtió la Policía.
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“Está la cerca de la urbanización y ahí solamente hay árboles y bosque, seguramente ahí estuvo escondida esta persona. Estamos con la Fiscalía General de la Nación, pues es el CTI quien asume la investigación. Están en actos urgentes y estamos haciendo el barrido de la zona para determinar cuál persona pudo haber ejecutado la acción”, explicó el general Giovanni Cristancho, comandante de la Policía Metropolitana de Bogotá.
Al igual que Juan Sebastián Aguilar, la nueva víctima, Hernando Sánchez, recibió un disparo fulminante. Quedó tendido en el piso del balcón de su casa; no alcanzó a ser trasladado a un centro médico.

El francotirador logró con un disparo lo que sicarios no pudieron, ni siquiera descargando la totalidad de los proveedores. El crimen fue perfecto. Esta vez el asesino no dejó muestras, casquillos de cartuchos o rastros en su zona de disparo. Llegó, se ubicó por varias horas, identificó a su víctima y disparó. Luego desapareció sin dejar huella. Las autoridades buscan un fantasma que se mueve por Bogotá con un fusil de largo alcance.
SEMANA ha sido el único medio que ha llegado al punto exacto en el que, según las autoridades, se ubicó el francotirador, diagonal a la casa de Hernando Sánchez, en una zona boscosa en los cerros orientales de Bogotá y, curiosamente, rodeado de conjuntos residenciales y edificios estrato seis, llenos de vigilancia privada. Para llegar a este punto, el acceso más rápido se encuentra en la carrera Séptima, un lote que en cuestión de meses se convertirá en un lujoso edificio de apartamentos. El predio está en la mitad del conjunto residencial donde vivían los dos esmeralderos, y hay un concesionario de vehículos. Basta con atravesar una cerca con alambre de púa y tomar un pequeño sendero.
Se empieza a subir por el camino que en época de lluvia, como el día del crimen, se cubre de barro. Por momentos, la vía desaparece o se abre paso a otras rutas, lo que facilita perderse. Solo quien conoce el sendero puede llegar a la zona de tiro en menos de una hora.

Por el camino se encuentran cintas amarillas con la señal de peligro, que indican la ruta trazada por los investigadores para no perderse en este bosque al norte de Bogotá. En algunos tramos, la vegetación se hace tan espesa que resulta complejo avanzar. Recorrer esa senda hace pensar que se está en otro lugar, no en Bogotá.
El bosque tiene trazadas algunas rutas y basura descomponiéndose por meses de abandono, lo que denota que el francotirador no fue el conquistador de estas tierras, sino que se trata de un sendero para deportistas, exploradores y viciosos.
Cuanto más se camina, se escucha la actividad en las zonas residenciales, que se separan del bosque con una reja y una cerca eléctrica en la parte más alta. El punto de tiro, donde al parecer se ubicó el asesino, es un pedazo de tierra oculta con un esqueleto de ramas, una cueva perfecta que deja ver, pero imposible detectar a quien fue el francotirador.

La improvisada cueva de ramas está diagonal a la casa de la víctima, a unos escasos 100 metros, y ofrece un ángulo de disparo certero para un asesino con la experiencia de un francotirador. En ese sitio, el asesino se ubicó, esperó y encontró el momento exacto para disparar. Su crimen lo completó en un segundo entre las dos y tres de la tarde del domingo 6 de abril.
El crimen de los dos esmeralderos no solo comparte las circunstancias. La forma, el sitio y el arma se convirtieron en una coincidencia premeditada por el francotirador. Los testigos en los dos crímenes comparten la misma historia, que más bien parece una orden para guardar silencio y olvidarse lo más rápido posible de que un asesino les apuntó por varios días desde la zona verde.
Resulta insólito que mientras los ciudadanos se negaban a la idea de un francotirador por las calles de Bogotá, contratado para matar a cambio de dinero, las autoridades poco a poco fueron reconociendo que un asesino “experto tirador” escogió como víctimas a los esmeralderos que habían escapado a la muerte.

Ahora, con una segunda víctima de un francotirador, lo que eran dudas se convierte en certezas, pues los ciudadanos en Bogotá deben entender cómo un asesino de película está esperando un nuevo contrato para sacar su arma, treparse en cualquier bosque o edificio y disparar.
El homicida y quienes lo contrataron siguen libres y, aunque digan que no hay crimen perfecto, este quiere ganarse el título. Los hallazgos de los investigadores y los esfuerzos de la Fiscalía están dando vueltas en un asunto que incluso para las víctimas está resuelto, no con la respuesta de la justicia, sino con el mensaje de los asesinos: nadie está a salvo.