Valle del Cauca

Los muertos del río Cauca: así ‘desfilan’ cadáveres en este afluente a su paso por Cali. Muchos quedan sepultados bajo el agua

Este afluente, a su paso por Cali y el Valle del Cauca, es un depósito de cadáveres. Pobladores dicen que en un año ven hasta 100 cuerpos flotando. SEMANA lo recorrió y encontró historias desgarradoras.

22 de febrero de 2025, 5:09 a. m.
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Richard Anderson Vergara tenía 21 años cuando fue asesinado en el barrio Pizamos de Cali. Su mamá, Rosa Vergara, lo encontró seis días después flotando en el municipio de Yotoco. (Foto: Sebastián Castillo Cuéllar) | Foto: SEMANA

Pocos minutos después de encontrar el cadáver de su hijo Richard Anderson Vergara flotando en las aguas del río Cauca, Rosa Vergara sintió un alivio abrumador, de esos que el alma confunde con las ganas de querer morir. Luego de 144 horas (seis días) de búsqueda, lo halló muerto en Yotoco, Valle.

Vestía la misma ropa con la que ella lo vio la última vez a las 12:10 a. m. del 1 de enero de 2014 en el barrio Pizamos, oriente de Cali. La cara, destrozada por un disparo que ingresó por la parte trasera del cuello y salió por la boca; se notaban picotazos de gallinazos que buscaban desgarrarle la maltratada piel del rostro y un aura de dolor que lo envolvía de pies a cabeza. “Él venía bajando con las manos abiertas, como pidiendo justicia”, recuerda.

La búsqueda la había desgastado. Rosa llevaba 144 horas sin dormir, tocando puertas y enseñándole la foto de su hijo a todo aquel que le regalaba más de cinco segundos de atención. Trataba de conservar la esperanza de que estuviera vivo, de parranda con algunos amigos o enredado en las sábanas de alguna de las mujeres que frecuentaba, pero no fue así.

Los muertos del río Cauca

“Una señora vidente nos dijo: ‘Él está muerto, pero no lo busque por tierra, sino por agua’”, cuenta. Ese mismo día, ya el sexto de la búsqueda, arrancó para Yumbo. Llegó hasta la vereda Platanares, por donde pasa el río Cauca, porque alguien le explicó que allí los areneros acostumbraban a amarrar los cuerpos que desfilan a diario por ese afluente. Uno de los areneros le sepultó las esperanzas con las primeras cuatro palabras que pronunció tras ver la foto de Richard. “Sí, él está muerto. Él estuvo enredado aquí hace dos días, pero como no llegó nadie lo desenredamos”.

  Richard Anderson Vergara tenía 21 años cuando fue asesinado en el barrio Pizamos de Cali. Su mamá, Rosa Vergara, lo encontró seis días después flotando en el municipio de Yotoco.
Rosa Vergara y su hijo Richard Anderson Vergara. (Foto: Sebastián Castillo Cuéllar) | Foto: SEBASTIÁN CASTILLO

Ante la confirmación, Rosa sintió que desde el pecho hacia abajo su cuerpo no estaba presente, el vacío de la tristeza la derrumbó. “Me dolió el corazón, el alma. Fue algo que me dolió más que verlo personalmente. Eso me dolió muchísimo, él me dijo: ‘No, yo lo empujé con un palo para que siguiera el rumbo’. Fue muy duro para mí”.

El arenero vaticinó que el cuerpo iría por Buga o Yotoco. Rosa emprendió camino hacia esos municipios; allí le pagó a un lanchero que se encarga de recuperar cadáveres del río y en el trayecto encontró ocho muertos, algunos completos, otros sin cabeza o alguna de las extremidades, unos más viajaban en costales. Ninguno era Richard. Hasta que en la mitad del río vio un grupo de gallinazos sobre un trozo de carne bocabajo, y su instinto de madre lanzó esa señal inequívoca: por fin lo encontró.

“Cuando lo sacamos de la canoa, yo le cogí un pie, y mi esposo le cogió el otro pie. Lo llevamos hacia la orilla, y ahí mi marido se quedó con él. Yo fui hacia el pueblo para avisarles a las autoridades y poder sacarlo, porque no lo podía sacar así. Entonces, llegó el forense, pero se vino una lluvia que nunca en mi vida había visto. En mis años, nunca había visto una lluvia tan fuerte. Me tocaba agarrarme de los árboles. Y el cuerpo de mi hijo estaba ahí, como diciendo: ‘Gracias, mami, me encontraste. Por fin salí de eso’. Fue como muchas cosas encontradas, pero al final sentí paz, tranquilidad de que al menos estaba ahí y podía llegar todos los días a visitarlo a su tumba. Y yo también pude liberarme de esa agonía”, relata Rosa 11 años después de aquel 6 de enero.

“El cementerio más grande de Colombia”

Carlos Alberto Castro, habitante de la vereda Platanares de Yumbo y arenero de profesión, tiene una teoría que por su experiencia, asume, no es descabellada: “Yo tengo la certeza de que si este río Cauca llegara a quedar seco totalmente, sin agua, sería un playón inmenso lleno de esqueletos humanos, de cráneos sueltos. La cantidad de huesos humanos que hay en este río es inmensa. Este río Cauca es el cementerio oculto más grande de Colombia a la vista de todos. Por aquí a diario bajan muertos”.

Según sus cuentas, cada día ve entre tres y cinco cadáveres flotar por el río. “Al año, puedo contar 100 muertos. Y eso es solo los que yo puedo ver, porque en la noche también bajan. Algunos vienen por debajo del agua o encostalados, así como ese que va bajando ahí”, dice Carlos e inmediatamente interrumpe la entrevista. Mira fijamente un costal de líneas rojas pasar por el afluente, luego retoma con una sentencia casi inequívoca por su experiencia de 30 años en este sector: “Ese que va ahí es un cuerpo. ¿Lo alcanzaron a grabar?”, pregunta. Todo quedó registrado, tanto en video como en fotografía, en el lente del reportero gráfico de SEMANA.

 Carlos Alberto Castro vive hace 30 años en la vereda Platanares y ha ayudado a centenares de personas a rescatar a sus familiares desaparecidos.
Carlos Alberto Castro vive hace 30 años en la vereda Platanares y ha ayudado a centenares de personas a rescatar a sus familiares desaparecidos. (Foto: Sebastián Castillo Cuéllar) | Foto: SEBASTIáN CASTILLO

De nuevo a las cifras, don Carlos y los areneros más antiguos de Platanares han visto a lo largo de su vida más de 3.000 cuerpos desfilar por el río Cauca. “A la mayoría los matan en Cali y ya vienen a flotar cuando pasan por Yumbo”, agrega. Fue él quien le contó a Rosa que su hijo pasó por ahí en enero de 2014. “Aquí, en este río, uno ya no se sorprende al ver bajar un muerto, porque ya está acostumbrado a verlos pasar. En ocasiones, he llegado a ver bajar tres personas en un día, pero no se sabe cuántos bajan por la noche o cuántos bajan arrastrados en el fondo del río. Pero son muchos los cadáveres que bajan”.

Aunque su profesión es arenero, en muchas ocasiones se dedica a rescatar cadáveres del río. Cuando están cerca, los amarra a un palo por espacio de un día; si no aparece nadie, los suelta para que continúen su tránsito. “No son pocos los que he ayudado, porque me da dolor y tristeza ver a una persona llorando, suplicándole a uno que les colabore para sacar a sus familiares del río. Entonces, ellos dejan su número de teléfono. Uno lo saca, lo amarra en el río, lo deja aquí en la orilla, y los llama personalmente. Después, ellos van a la Policía y bajan aquí con el CTI”. Los muertos ya no lo asustan. Lo que sí lo desvela es la maldad de los seres humanos.

“Algunos vienen tiroteados, bastante masacrados, torturados. Bajan cuerpos sin cabeza, brazos solos, piernas solas, el cuerpo solo. Es un desastre tremendo lo que pasa en referencia a los muertos que bajan en el río. Aquí es impactante ver a los familiares y encontrar a su familiar torturado, en ocasiones sin manos, sin pies, y les toca reconocerlos por algunos tatuajes o por el corte de pelo que utilizaban”, dice con cierta resignación.

En sus cuentas, ningún año fue tan violento como 2021, cuando se registró el estallido social en Cali. En aquellos meses, el volumen de cadáveres que desfilaban por el río era de aproximadamente nueve por día. Mucho más abajo de la arenera, y cerca de Yotoco, otro de los areneros confirma lo dicho por don Carlos.

“Fue una época dura, pasaron cosas extrañas. Por ejemplo, aquí a veces viene la policía y nos dice: ‘Va a bajar un cuerpo con tales características, no lo vaya a recoger porque los familiares lo están esperando más abajo’. Pero cuando uno llama a los colegas areneros de esa zona, es mentira, nadie está esperando nada. La policía nos impide recoger algunos cuerpos”, señala un arenero que pidió reserva de su nombre.

  Mientras los reporteros de SEMANA llevaban a cabo una entrevista, vieron un cuerpo bajar dentro de un costal. Areneros de la zona lo rescataron metros más abajo.
Mientras los reporteros de SEMANA llevaban a cabo una entrevista, vieron un cuerpo bajar dentro de un costal. Areneros de la zona lo rescataron metros más abajo. (Foto: Sebastián Castillo Cuéllar) | Foto: SEMANA

Un depósito de cadáveres

Para Ricardo Montealegre, experto en seguridad, esta situación no es nueva, pero poco se habla de ella. “El río Cauca históricamente ha sido utilizado como una fosa común macabra, por decirlo en esos términos, durante décadas. Eso se debe a muchos factores relacionados con el conflicto armado y la violencia en el país. No es solo en Cali; nosotros somos el reflejo de lo que se vive a nivel nacional”. En su análisis, el río Cauca ha absorbido la violencia de Cali y el suroccidente de Colombia. Por ejemplo, en la época del narcotráfico era el sitio ideal para arrojar cuerpos, pues se ocultaban las pruebas.

“Ahí quedaban simplemente como personas desaparecidas, y ya, por allá, pasando Yumbo o llegando a Tuluá, era donde se daban cuenta de que el cuerpo llevaba 8, 10 o hasta 15 días desaparecido, en estado avanzado de descomposición”.

El personero de Cali, Gerardo Mendoza, explica que el río Cauca tiene difícil acceso en algunos puntos a su paso por la capital del Valle y eso “ha sido utilizado históricamente por estructuras criminales para la desaparición de víctimas. Estas dinámicas están relacionadas con disputas entre bandas delincuenciales, ajustes de cuentas y actividades del narcotráfico, lo que refleja la grave crisis de violencia en la región”.

Muchos de los muertos del río Cauca no son rescatados. Algunos siguen figurando en las extensas listas oficiales de desaparecidos. El Comité Internacional de la Cruz Roja indica que cada 36 horas desaparece una persona en Colombia en el contexto de la violencia. De acuerdo con esa entidad, entre 2016 y 2024 desaparecieron 1.730; el 83 por ciento son hombres.

“Hombre, ese es su hijo”

El río nace en el Macizo Colombiano, Cauca, atraviesa el Valle, Risaralda, Antioquia, Sucre, Bolívar, y finalmente, tras 1.350 kilómetros de recorrido, desemboca en el río Magdalena. A pesar de su extensión, en los primeros cuatro departamentos hay más registro de actividades violentas, según la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), que declaró en 2023 a este afluente como víctima del conflicto armado. Las historias de muertos rescatados en el río Cauca podrían copar las 1.332 páginas del libro Los miserables, de Víctor Hugo.

Los relatos tienen una carga de emocionalidad que con solo escucharlos erizan la piel. Don Carlos Alberto recuerda con perfecto detalle la experiencia que más lo marcó en el rescate de cadáveres. Hace un par de años a su casa llegó un hombre buscando a su hijo desaparecido, le entregó las características de cómo estaba vestido y se fue.

Los areneros a diario ven bajar cadáveres por el río. (Foto: Sebastián Castillo Cuéllar) | Foto: SEMANA

Dos días después, don Carlos vio el cuerpo flotar en el río y se aventuró a rescatarlo, lo amarró y llamó al padre desesperado. “Cuando él llegó, yo le volteé el cuerpo para que lo viera: tenía la cara destrozada, los dientes y brazos partidos, lo habían torturado horrible. Entonces, el señor me dijo: ‘Por la ropa se parece a mi hijo, pero está muy desfigurado’. Le dije: ‘Pero tiene la ropa. Mire el corazón que usted me dijo que tenía en el brazo’. Él insistió en que no era”.

Luego de varias horas, el hombre decidió soltar el cuerpo, pues, en su estado de negación producto de la tristeza profunda, decidió que ese no era su hijo. “Le soltamos el lazo, lo cogió con una vara y lo empujó. La corriente se lo llevó, pero volvió. Le dije: ‘Hombre, ese es su hijo. Vea, lo está empujando y él se está regresando’.

Lo empujó tres veces y tres veces regresó. Le dije: ‘Hombre, ese es su hijo’. Por cuarta vez lo empujó, y se fue. Al otro día llegó aquí como a las ocho de la mañana. Me dijo: ‘Señor, señor, ¿cómo le parece que ese sí es mi hijo? ¿Será que nosotros vamos río abajo a buscarlo y a recuperarlo?’”. La búsqueda no dio frutos y nunca encontraron el cadáver.

“De pronto se enredó en una palizada, quedó bien orillado o se metió por debajo de una palizada. Bajamos hasta Tuluá. No encontramos el cuerpo. Ese señor lloraba, lloraba, porque ese era su hijo. A mí me dio una tristeza tan grande”, recuerda don Carlos.

“Descansa en paz, hijo mío”

El alivio abrumador que cobijó a Rosa durante el encuentro y el entierro de su hijo desapareció días después. La realidad la golpeó con una fuerza desmesurada, que la llevó a repudiar el agua. “Es muy duro y triste saber que, después de que uno ve nacer a su hijo, lo encuentra en estas aguas. El agua es una bendición, pero cada vez que voy al río Cauca o me meto en él, siento esa sensación de verlo. No me gusta ni pisar el agua, ni pensar que mi hijo pasó desde Cali hasta Yotoco, con tantas piedras, tantas cosas que lo golpearon. De verdad, es duro”.

No se estableció qué le ocurrió y por qué a sus 21 años le arrebataron la vida en plena celebración del Año Nuevo. El asesinato de Richard no quedó dentro de los registros de los 1.545 homicidios en Cali durante 2014, pues su cuerpo fue recuperado en otro municipio.

En la capital del Valle no se adelantó una investigación oportuna. Para las autoridades nunca pasó nada. Rosa tampoco quiso indagar más allá; para ella lo más importante fue encontrarlo y sepultarlo. “Me basta con haberle podido decir: ‘Descansa en paz, hijo mío’”.