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Turistas y campesinos, unidos en la lucha contra la basura: el impacto del vertedero Doña Juana en Bogotá
Desde el mirador, los turistas contemplan el paisaje ondulado de la sabana de Bogotá. También observan uno de los vertederos más grandes de América Latina, mientras los campesinos afectados por la basura enseñan la importancia del cuidado medioambiental.
Al fondo, el curioso atractivo es el relleno sanitario Doña Juana, adonde cada día llegan unas 6.000 toneladas de desechos que expiden un olor nauseabundo, una mezcla de plástico quemado y restos orgánicos en descomposición.
Bajo la tierra, en un montículo, se esconden residuos acumulados desde hace más de 30 años, que se expanden hacia las viviendas de unos 5.000 pobladores de barrios aledaños. En la superficie, trabajadores con maquinaria trajinan para enterrar los nuevos desperdicios.
Raúl Rivera, un campesino de sombrero vaquero, y sus hijas Paola y Andrea reciben a los turistas. En un recorrido alrededor del vertedero de 700 hectáreas, les enseñan sobre el cuidado de las fuentes de agua y ofrecen yogur y quesos hechos con la leche de las vacas que pastan cerca a la putrefacción.
También los invitan a reducir los residuos que generan en sus hogares. La iniciativa, dice Paola, es un acto de “resistencia”.
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“Sepan que aquí hay una población que está haciendo fuerza para evitar que el relleno sanitario pase por encima” de las viviendas, complementa en conversación con la AFP la guía de un grupo de estudiantes y profesores universitarios, de 22 años.
Es una batalla desigual, de los agricultores versus los desechos, de una de las mayores metrópolis de América Latina, de ocho millones de habitantes.
“Eso no es una montaña creada por Dios, sino una montaña de basura”, dice Andrea, hermana de Paola, nacida en 1988, año en que se instaló el vertedero.
El basurero carcome los barrios Mochuelo Alto y Mochuelo Bajo. En 2019, una docena de familias, entre ellas los Rivera, crearon la asociación Mirachuelo Ecoambiental, para llamar la atención de las entidades públicas y educar sobre el cuidado del planeta.
Sara González, una turista y estudiante de antropología de 20 años, contempla Doña Juana y se percata de un daño impresionante: la basura que se produce en casas como la suya en Bogotá consume a cuentagotas este territorio.
“No me esperaba ver prácticamente un desierto, es tierra árida, a veces en montículos, con unos olores extraños”, añade.
En 2018, un tribunal falló contra la empresa operadora del relleno por incumplimientos en el contrato, en particular por el tratamiento de lixiviados –un líquido tóxico producido por la fermentación de los residuos enterrados–, bajo el argumento de la contaminación de la zona durante varios años, especialmente del río Tunjuelito.
En el planeta se generan unos 2.000 millones de toneladas de desechos sólidos urbanos al año, “el 45 % de los cuales no se gestiona adecuadamente”, según la ONU, que asegura que los rellenos afectan “de forma desproporcionada a la población más pobre”.
La casa de los Rivera se ve como un pequeño punto azul brillante junto al gigantesco relleno.
En tres ocasiones, Raúl, de 62 años, y sus hijas vieron derrumbarse la frágil pirámide de residuos, provocando avalanchas de basura que causaron enfermedades de piel y respiratorias.
Se trata de una población constantemente “estigmatizada”, explica Carlos Villalba, sociólogo y profesor de la Universidad Javeriana.
En 1997, el año del desprendimiento más grave, medios locales estimaron que al menos un millón de toneladas se derramaron.
La vida junto al vertedero deja secuelas. Sobre un estante en la habitación de Julián, hijo de Andrea, reposan pastillas y equipos médicos.
Fue diagnosticado con asma debido a la contaminación, cuenta el adolescente de 15 años, que ha tenido que ser hospitalizado varias veces.
Un estudio epidemiológico de la Universidad del Valle de 2006 detectó una mayor prevalencia de enfermedades cutáneas y respiratorias entre la población cercana a Doña Juana, por una combinación de factores como la calidad del agua y el aire.
Consuelo Ordóñez, directora de UEASP, la empresa responsable de los servicios públicos en Bogotá, replica. Asegura que no hay una relación directa del relleno con las enfermedades y que la zona estaba poco poblada cuando se construyó el vertedero.
Con diagnósticos médicos en mano y fotografías anteriores a Doña Juana, cuando la naturaleza abundaba, los Rivera la controvierten.
Con información de AFP*