Conflicto
Ocho religiosos fueron citados por las disidencias de las Farc y llevan un mes desaparecidos; nadie sabe qué pasó con ellos o si están vivos
Un grupo de ocho religiosos que realizaban una labor comunitaria en selvas del Guaviare fue citado por las disidencias hace más de un mes y aún no aparece. No se sabe si están secuestrados o muertos.

Las historias de horror que tienen como protagonistas a las crecientes disidencias de las Farc parecen no tener límites. En regiones como el Guaviare, esos grupos armados ilegales son la ley y nadie puede decir nada, incluso en casos en los que se compromete la vida de la comunidad.
Por ejemplo, en zona rural de Calamar, ocho personas fueron citadas por los criminales para una supuesta labor humanitaria hace más de un mes y nunca regresaron a sus casas. Entre ellos, hay pastores evangélicos, líderes sociales, madres con hijos menores de edad y creyentes que predicaban la salvación en Jesús en medio del horror que las disidencias de las Farc siembran en la zona.
Son más de 40 días de zozobra y angustia los que viven los familiares de los desaparecidos, pero el silencio pesa más que la selva que se encuentra en esta zona del olvido para el Estado.
“¿En qué vamos? En nada. Las autoridades acá no se pronuncian. Literalmente, en nada”. Así comienza, con desesperanza, el testimonio exclusivo que una familiar entregó a SEMANA.
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Su padre fue uno de los citados. Se lo llevaron en una lancha junto a otros seis miembros de dos iglesias evangélicas. Nunca regresaron. De acuerdo con la mujer, todo empezó el jueves 3 de abril. “Lo llamaron por videollamada, dijeron que requerían a dos personas de la comunidad. A Carlos Valero y a Isaías Gómez”, relata.
Isaías fue citado con nombre y foto. Debía presentarse a las ocho de la mañana del día siguiente en la vereda Puerto Nuevo. El viernes, la historia se repitió. Más nombres: Jesús Valero, Marjorie Hernández, James Caicedo, Óscar Marino. “Debían ir a arreglar algo, no sabíamos qué”, añade la mujer.
El sábado, un grupo de ellos, acompañados hasta cierto punto por dos esposas, se dirigió al lugar. En Puerto Nuevo, a las mujeres no las dejaron avanzar y advirtieron que los citados seguirían solos. “Les dijeron que los esperaran hasta las tres de la tarde, que regresarían. Pasaron las tres, pasó el día entero. Nunca volvieron”.
Desde entonces, la espera es un calvario. Las preguntas se acumulan, pero las respuestas se esconden, como si se las tragara la tierra. “Mi mamá volvió angustiada. Nadie nos había dicho nada. Ni siquiera sabíamos que habían sido citados”.
Lo indescriptible
En otra vereda, otro pastor lucha con las palabras para describir lo que no tiene explicación. “Nadie sabe nada, nadie dice nada”. Él mismo pastoreaba a cuatro de los desaparecidos, miembros de la Iglesia Alianza de Colombia. Otros tres eran del concilio cuadrangular y uno más, simpatizante. “Uno de ellos, Nixon, era presidente de la Junta de Acción Comunal. Isaías también fue líder.

Maribel y Marjorie dejaron hijos pequeños, uno de 4 años, otro de 10 y una niña de 5. Son niños que quedaron al cuidado de abuelos. Cosas como estas no deberían ocurrir en nuestro país y uno queda desconcertado”, dice visiblemente aterrado el líder religioso en conversación con este medio. En la zona todo es hermético, incluso las declaraciones de las autoridades, que deben velar por el orden público. Nadie se hace responsable de nada.
La gente sobrevive como puede y las leyes no valen. Hasta el momento, solo se ha registrado un tibio anuncio inicial del alcalde de Calamar, Farid Camilo Castaño, y una recompensa que jamás se tradujo en presencia. “Un mercado no nos devuelve a nuestros familiares. Una charla no borra la angustia. El alcalde cree que todo es con mercados y ayudas con psicólogos”.
La comunidad vive bajo reglas impuestas por el frente Primero de las disidencias de las Farc y, posiblemente, por el grupo de alias Calarcá. “Después de las seis de la tarde no se puede andar. Los cultos deben hacerse antes. Nos toca acatar, porque la vida está en juego”, dice el líder religioso, reiterando la protección de su identidad. Pero esta vez el temor ha mutado en desesperanza y el horror de la guerra que se ha convertido en el pan de cada día.
“Siempre citaban gente para dar una directriz, para un tema comunitario, pero siempre volvían. Nunca así, nunca ocho personas de un solo golpe. Esta es la primera vez que no regresan”, agrega. El frente armado publicó días después un comunicado: “No nos hacemos responsables de desapariciones”. Nada más. Nadie los ha visto, nadie responde. La selva es la única que sabe lo que pasó con estas ocho personas.
En Calamar, los cultos ya no se celebran con normalidad. Las sillas están vacías. Las oraciones suenan más a súplica que a alabanza. Las viudas sin confirmación lloran por esposos que no saben si están muertos. Los niños preguntan por su papá, por mamá. La respuesta siempre es evasiva. El silencio se volvió rutina desde todos los sectores.

“Es como si se los hubiera tragado la tierra. Nadie se comunica. Nadie pregunta. Es como si no existieran. Como si su desaparición no importara”, dice el líder religioso. Y en medio de esa ausencia, la comunidad se hace muchas preguntas, pero no tienen ni una sola respuesta.
“Si esto hubiera pasado en otra parte del país, ya habría drones, helicópteros, escuadrones. Aquí no ha pasado nada. Calamar está lejos y en un olvido total porque la paz no se ve”, dice. La senadora Lorena Ríos, del partido Colombia Justa Libres, en diálogo con SEMANA, expresó su profunda preocupación por la desaparición de ocho integrantes de una iglesia evangélica en Calamar, Guaviare.
“Tan pronto tuve conocimiento, el 12 o 13 de abril, activé todos los mecanismos institucionales a mi alcance”, explicó. Desde el Congreso, acudió a la Comisión Legal de Paz, ofició a la Fiscalía y al Ejército Nacional, y mantuvo contacto directo con el alcalde del municipio para conocer los avances. Sin embargo, hasta el momento no ha recibido información concreta sobre el paradero de los desaparecidos.
“He estado pendiente, hablando con el representante legal de esa denominación, con el alcalde, y oficiando a quienes tienen la competencia”, señaló con frustración. Para Ríos, lo ocurrido es un reflejo de un problema más amplio: la vulnerabilidad de los líderes religiosos en zonas afectadas por el conflicto armado.
“Es preocupante que no haya libertad religiosa plena en estos territorios. No puede ser que los líderes religiosos estén sujetos a las órdenes de los grupos armados ilegales”, reclamó. La senadora resaltó que, como congresista, logró incluir a esta población dentro de la Ley de Víctimas 1448, con un enfoque diferencial basado en su fe. “Eso antes no existía, y fue un paso fundamental para visibilizar su sufrimiento y garantizar que el Estado los reconozca como víctimas”, afirma.
Al mismo tiempo, agrega: “Estamos promoviendo que esa protección de verdad sea efectiva y que se protejan como líderes religiosos, no simplemente como colombianos, sino con esa vocación de fe y reconciliación que los mueve a entrar a los territorios más complejos”. SEMANA conoció mediante fuentes judiciales que un sujeto conocido como alias Brandon, que fue abatido por la fuerza pública, habría sido el responsable de la desaparición de estas personas religiosas en Guaviare.