Reportaje

Salud Hernández-Mora regresó a San Onofre, y confirmó cómo los paras siguen ejerciendo el control en este paraíso de Colombia

Salud Hernández-Mora regresó a San Onofre, Sucre, y confirmó cómo los paras, herederos de Rodrigo Cadena, siguen ejerciendo control. No hay ni robos ni atracos en este paraíso de Colombia.

Salud Hernández-Mora
15 de marzo de 2025, 6:02 a. m.
Pescadores
La mayoría de pobladores se dedican a la pesca y el turismo. Pero la tentación del narcotráfico siempre acecha. | Foto: SEMANA

No los ven por las calles. No conocen al jefe de todos ellos. Ni están seguros de quiénes pertenecen al grupo. Son “fantasmas”, dicen diferentes voces. Pero son la única autoridad, los que imponen la ley y el orden. “No se mueve una hoja sin su consentimiento”, asegura una fuente local. En el golfo de Morrosquillo, las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, rebautizadas Clan del Golfo o, sencillamente, “paracos”, controlan pueblos y veredas sin necesidad de mostrar una presencia intensa en la zona.

El municipio de San Onofre, a 72 kilómetros de Sincelejo y antiguo feudo de Rodrigo Cadena, sanguinario líder de las Autodefensas Unidas de Colombia en Sucre, asesinado en 2012, continúa bajo el control de los herederos de su banda.

No tienen el poder de antaño ni ejecutan espantosas masacres para resolver disputas territoriales. Con asesinatos selectivos mantienen el absoluto dominio de una de las grandes rutas del narcotráfico. Mientras salgan lanchas cargadas de cocaína hacia Centroamérica, en su camino a Estados Unidos, el municipio estará condenado a vivir bajo el yugo de una organización criminal.

La Policía, que carece de recursos humanos y materiales, es un convidado de piedra, y la Infantería de Marina, que tenía una base en San Onofre, ya desmantelada, se limita a hacer patrullajes.

Aunque corre dinero por el narcotráfico, en Berrugas no hay ningún signo de riqueza. Allí, quien pelea paga multa a los paracos, y si no tienen plata, limpian el cementerio.
Aunque corre dinero por el narcotráfico, en Berrugas no hay ningún signo de riqueza. Allí, quien pelea paga multa a los paracos, y si no tienen plata, limpian el cementerio. | Foto: Salud Hernandez

“Seguimos en lo mismo, incluso pienso que a veces estamos peor. Antes, al menos, estaba identificado el grupo, podías poner la queja al jefe. Ahora el jefe existe, pero no sabemos quién es. Están todos más camuflados y no te puedes fiar de nadie. De pronto estás hablando con una joven que conoces y es de ellos. Son fantasmas”, explica un nativo de San Onofre que, al igual que el resto de los entrevistados, pide no identificarlo para conservar la vida. “El que habla, se muere”, alega, justificando el anonimato.

Un ganadero admite que tuvo que recurrir a “esa gente” cuando le robaron un par de reses. “No sirve denunciar, la Policía y la Fiscalía no resuelven”, se queja. Por eso pidió a un conocido, que tiene contacto con ellos, que informara de lo sucedido y así recuperar los animales hurtados. La economía familiar en San Onofre es tan precaria, alega, que deben sobrevivir con poco. “Los paracos son los que resuelven”, afirma resignado. “Todo al que se le pierde un animal o algo robado, va a buscarlos”.

Un comerciante rememora que “en junio se metió un muchacho a un almacén, robó y al día siguiente lo mataron”. Admite que el método choca con el derecho a un debido proceso, pero, al igual que otros entrevistados en San Onofre, presume de la seguridad de su pueblo y la compara con la de Bogotá. “Lo que uno ve en los noticieros todos los días es tenaz. Allá sí es peligroso”, dice con un toque de complacencia.

El mismo comentario se escucha en el paradisíaco Rincón del Mar, a unos 20 minutos en motocarro de la cabecera municipal, por una vía pavimentada. Bañado por el Caribe, de preciosas playas de arenas blancas y mar turquesa que atraen a miles de turistas cada año, también vive bajo la órbita de los paracos. Su imperceptible mando garantiza que cualquier visitante, nacional o extranjero, pueda pasear de día o de noche sin correr el riesgo de ser atracado o que le hurten las pertenencias de sus habitaciones durante su ausencia.

En esta población los paramilitares imponen su ley. | Foto: Salud Hernanddez

La leyenda local relata que unos europeos que regentaban unos hostales en Rincón, tras sufrir varios robos en sus locales, elevaron la protesta a los armados y la respuesta fue inmediata. Ladrones fuera de juego y máxima protección al turismo, principal motor económico para las 4.000 almas del corregimiento.

“Ellos están, pero, para uno, es como si no estuvieran”, afirma un hotelero de Rincón. La apacible localidad, que ha crecido de manera desordenada, cuenta con un puñado de calles destapadas, paralelas al mar, por las que apenas circulan motos y carros. Hay pocos restaurantes, un creciente número de pequeños hoteles y playas en las que ningún vendedor acosa al turista. Todo transcurre sin atosigamientos ni afanes.

El señor agrega que los paracos vacunan a los “grandes” de su gremio, al resto no les exigen nada. En la zona rural, los aportes rondan los 500.000 o el millón de pesos al año, conforme sea el tamaño de la hacienda y el número de reses.

“No cobran mucho, yo pienso que vacunan los paracos de menor rango para sus gastos diarios”, señala. Pero otros vecinos contaron que también se llevan una tajada de las ventas de casas y establecimientos comerciales, de contratos oficiales, y cobran vacunas por incumplir sus normas.

Por una pelea como la que presencié –dos mujeres tirándose de las mechas con ensañamiento por un problema insignificante–, ponen multas tanto al que la provoca como al que responde. Horas antes fueron dos hombres los que se enzarzaron a puños. Como las riñas están prohibidas, impusieron 700.000 pesos a cada uno. Tuvieron suerte porque suelen ser de un millón y si corre la sangre, la cifra se dispara.

San Onofre continuará en manos de los paracos y, si estos desaparecen, otros ocuparán su lugar. | Foto: Salud Hernandez

“Cuando los que riñen demuestran que no tienen cómo pagar, los obligan a limpiar el cementerio o quitar palos de las playas durante una jornada”, explica un lugareño. “Les dan una botella de agua para todo el día y no les dejan llevar cachucha ni sombrilla”.

El grueso de la financiación de las Autodefensas procede del tráfico de cocaína que trascurre por el golfo de Morrosquillo, una de las salidas por mar favoritas de la mafia desde tiempo inmemorial. Prefieren no confrontar a la población y que sus aliados muevan el polvo blanco sin mayores inconvenientes. Además de que, en ocasiones, personas locales se apuntan como socios, es decir, aportan una determinada cantidad en embarques de droga.

En el lindante Berrugas, con playas semejantes, pero sin turismo, pobreza por doquier y un hiriente abandono estatal, las autoridades descubrieron en sus manglares una caleta con un par de toneladas de coca. Aunque la gran parte de sus habitantes viven de la pesca, que venden a Rincón del Mar, Tolú y otros enclaves turísticos, más de uno cae en la tentación de utilizar sus embarcaciones para tanquear las lanchas rápidas en altamar, o transportar ellos mismos las pacas de coca.

A diferencia de Rincón y demás poblaciones costeras, no cuentan con la pujanza del turismo que ofrece más alternativas a los jóvenes. Pero en todas ellas los paracos pescan nativos dispuestos a incorporarse a sus filas o aventurarse a llevar cocaína por el Caribe a cambio de 100 o 200 millones de pesos. De ahí que muchas madres estén encima de sus retoños para evitar que los recluten para alguno de los eslabones de la cadena de sus negocios criminales.

Las difíciles condiciones económicas hacen parte del día a día en San Onofre. | Foto: Salud Hernandez

Igual ocurre con las adolescentes. San Onofre figura entre los municipios con mayores altos índices de embarazo de adolescentes, una problemática social que no remite en Sucre. Se dan casos de partos de niñas de 11 años, pero las denuncias por abusos son inexistentes por un coctel de machismo atroz, relaciones sexuales precoces, violencia intrafamiliar y el perenne miedo a denunciar cualquier delito en tierra de paracos. Unido a una cultura del trago de los hombres, otro freno al desarrollo. “Todo lo que consiguen, se lo toman”, confiesa un lugareño.

Por si faltara poco, la corrupción insaciable devora cuanto fondo tiene a su alcance. Para nadie es un secreto que los alcaldes de San Onofre, que deben contar con el aval de las Autodefensas, compran su elección. “Pagan 100.000 y 200.000 pesos por voto, gastan millones y luego los tienen que recuperar”, explica un exfuncionario local. Según diferentes fuentes, la actual mandataria reunió a líderes barriales para comunicarles que no exigieran puestos ni contratos. Ya les pagó los votos que consiguieron. No les debe nada.

No sorprende, por tanto, que en la cabecera municipal el agua llegue cada 15 días a los hogares o que en Rincón del Mar tengan que comprar a distintos proveedores, si cuentan con los recursos: la destinada a la higiene personal y el aseo general, a unos finqueros que sacan de sus nacederos; a otros, la de cocinar; y luego, en los comercios, la envasada de tomar. El acueducto, financiado por fondos del PDET y que debió estar listo hace rato, sigue siendo un sueño.

En suma, un panorama que augura que San Onofre continuará en manos de los paracos y, si estos desaparecen, otros ocuparán su lugar.