Sociedad
La investigadora social Juana Afanador revela impactante informe sobre feminicidios en Colombia, da detalles sobre el caso de Valentina Trespalacios
La investigadora social y escritora Juana Afanador conversa sobre su libro Eso no es amor, una investigación sobre la violencia feminicida, y reflexiona acerca de las mentiras alrededor de lo que se considera amor.


En Colombia, el feminicidio tiene un eco insoportable y cotidiano. De acuerdo con cifras de la Defensoría del Pueblo, en 2024 ocurrieron 745 feminicidios en el país. De esa aterradora cifra, 44 fueron en contra de niñas y 11 más en contra de población trans.
La investigadora social y escritora Juana Afanador, en su libro Eso no es amor, desnuda en detalle ese entramado de violencias que acaban con la vida de miles de mujeres no solo en Colombia, sino en todo el mundo cada año.
Desde la selección de solo diez casos que han estremecido a Colombia, Afanador ofrece una radiografía de la brutalidad, la sistematicidad y la resignación institucional que configuran el fenómeno de los feminicidios en el país.

En conversación con SEMANA, la autora explica que el feminicidio no es solo un asesinato. “Es el resultado final de una cadena de violencias de género que operan como sistema, dentro de una sociedad profundamente patriarcal”, dice.
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Según ONU Mujeres y la legislación colombiana, que desde 2015 reconoce este crimen como delito autónomo, el feminicidio implica matar a una mujer por razones de género, incluyendo el control, la dominación y el sometimiento sostenido de las mujeres en entornos privados o públicos.
Los datos en Colombia son estremecedores. Adicionalmente a la cifra de feminicidios revelada por la Defensoría del Pueblo, también se suma que entre enero y septiembre de 2024 se registró un total de 26.605 casos de violencia de pareja y 33 de trata de personas.
Este último dato se traduce en un aumento del 26 por ciento respecto a las cifras registradas por la institución en 2023. Antioquia, Valle del Cauca y Bogotá son los departamentos con mayor incidencia, y el perfil mayoritario de las víctimas son mujeres jóvenes, aunque el fenómeno atraviesa todas las edades y condiciones sociales.
Uno de los conceptos cruciales de Eso no es amor es la existencia de “actores sistemáticos” en los feminicidios. Afanador desmantela la idea de lo “accidental” o lo “pasional” y muestra, mediante casos reales y testimonios de familiares, cómo muchas mujeres son asesinadas luego de recorrer un camino marcado por patrones de control, manipulación, acoso psicológico y violencia física. La mayoría de estos crímenes no ocurre de repente; se incuban durante años, invisibilizados por la normalización social y la falta de intervención efectiva. Como señala la autora.
“Hay una reproducción de conductas violentas dentro de las relaciones de pareja que se vuelven patrones sistemáticos. Muchas veces desconocemos estas violencias porque nunca nos han enseñado a identificarlas. En la mayoría de los feminicidios hay relaciones de poder fuertes donde se desarrollan estos sistemas de opresión: acoso, control, violencia psicológica, violencia vicaria, el chantaje a través de los hijos, entre otros. Estas violencias están muy interiorizadas, no se reconocen como lo que son y dificultan que las víctimas puedan identificarlas y romper con ellas”, asegura Afanador.

A lo largo de su investigación y trabajo de campo, la autora revela que el entorno cercano siempre conoce alguna historia, lo que demuestra que el feminicidio en Colombia no es una anomalía lejana, sino una amenaza tangible para cualquier mujer.
“Dentro de nuestros círculos alguien conoce a una familia víctima de feminicidio; no está tan lejos como nos imaginamos”. La violencia se mantiene muchas veces bajo la superficie, validada por prejuicios sociales y una visión torcida sobre el amor y las relaciones afectivas.
Desde el mismo título, el libro destruye una de las mentiras más arraigadas: la confusión entre el amor y el control. Afanador expone cómo, en muchos casos, el discurso del agresor se fundamenta en una supuesta preocupación, cariño o, incluso, sacrificio por la pareja. El control económico, la vigilancia constante, los celos y la coerción se camuflan bajo frases cotidianas aprobadas y hasta valoradas culturalmente, “lo hace porque me cuida” o “está pendiente de mí”, que son, en realidad, formas de violencia.
Feminicidios en Colombia
El caso de Valentina Trespalacios, la DJ bogotana asesinada a manos del estadounidense John Poulos, es una de las historias que aborda el libro. En el juicio, el agresor, condenado a 42 años de prisión, argumentó que la mató “por amor”, una idea que sigue teniendo eco en distintos niveles sociales e incluso judiciales. Afanador subraya cómo esa narrativa, lejos de ser la excepción, sigue justificando crímenes y alimentando el ciclo de la violencia.

“El feminicida le pedía a Valentina que dejara de trabajar, que él le daría todo, controlando así su independencia económica y su vida. El control era total, bajo el argumento del ‘amor’. Este tipo de perfiles son manipuladores, controladores, deshumanizan a la víctima, y la sociedad tiende a justificar actitudes de control como pruebas de amor, cuando en realidad son mecanismos de dominio y violencia”, afirma.
El recorrido de Eso no es amor revela además otra forma de violencia sistemática: la revictimización. Después del asesinato, la sociedad examina y juzga la conducta de la víctima: ¿por qué estaba afuera a determinada hora? ¿Por qué aceptó dinero o regalos? ¿Por qué no se fue antes? Cuestionamientos que trasladan la responsabilidad del crimen a la víctima y su entorno familiar, perpetuando la idea de que hay mujeres “expuestas” por sus propias elecciones y atenuando la gravedad de la acción del agresor.
“Los discursos revictimizantes son claves: se culpa a la víctima por lo que le ocurrió, se cuestiona su presencia en espacios públicos, sus decisiones personales, etcétera. La responsabilidad nunca recae en el agresor y la víctima termina siendo juzgada socialmente, lo que agrava el dolor para las familias y perpetúa el ciclo de silencio y estigmatización”, denuncia Afanador.
En su experiencia investigativa, este discurso revictimizante es tan dañino como la violencia física, despoja a las mujeres de su derecho básico a existir y moverse en el espacio público y privado.
La crítica a las instituciones también es un tema ineludible en el libro. Afanador señala que durante su investigación se encontró una y otra vez con testimonios de medidas de protección desatendidas, procesos judiciales lentos y policías o funcionarios que minimizaron las denuncias como “peleas de pareja”. “Las fallas son enormes.
En el caso de Érika (Aponte), por ejemplo, el agresor violó en varias ocasiones las medidas de protección, y la seguridad del centro comercial no actuó. El sistema exige mucho de las víctimas y poco a los agresores”.
A lo largo de Eso no es amor, Afanador sostiene la tesis más desoladora de todas: la mayoría de los feminicidios eran evitables. Los agresores arrastraban antecedentes de violencia denunciados, órdenes de alejamiento olvidadas, acusaciones previas sin consecuencias legales.

El dolor se intensifica cuando familiares relatan cómo la vida de sus hijas, hermanas o madres pudo haber sido salvada si el sistema hubiese actuado con la diligencia y la empatía necesarias.
El fracaso estatal se constata también en el manejo posterior: tras el asesinato, las familias deben lidiar con la impunidad; el 90 por ciento de los casos, según la autora, quedan sin una sentencia ejemplar y muchas veces pierden también la custodia de los menores de edad involucrados. “En este libro tenemos diez casos en los que hubo justicia. En el caso de Érika Aponte no, porque el tipo se suicidó. El hijo de Érika se lo dieron a la familia del hombre”.
Como forma de honrar sus vidas y no olvidarlas, Afanador reunió en su investigación detalles sobre los casos de María Teresa Buitrago de Lamarca, Rosa Elvira Cely, Nazly Johana Muñoz, María del Rosario Pabón, Claudia Gómez, Yudi Angélica Beltrán, Johanna Andrea Herrera Galán, Deyanira Ramírez, Valentina Trespalacios y Érika Aponte.
“Es darles voz y visibilidad a las víctimas, de que no se conviertan en paisaje ni sean olvidadas. Hablar de feminicidios es doloroso, pero necesario para tomar conciencia de su gravedad”.