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El valor de la amistad: la emotiva columna de opinión del concejal Andrés Barrios sobre Miguel Uribe Turbay

El concejal Andrés Barrios, quien acompañaba a Miguel Uribe Turbay el día que sufrió el atentado, escribió un artículo para SEMANA sobre su trabajo con el precandidato presidencial.

25 de junio de 2025, 2:22 p. m.
El concejal le dedicó unas emotivas palabras al precandidato presidencial.
El concejal le dedicó unas emotivas palabras al precandidato presidencial. | Foto: Suministrada

Hay momentos que nos marcan la vida y que se quedan para siempre como una huella imborrable entre nosotros. Algunos son amargos, no los comprendemos y nos sacuden como cuando golpea un fuerte viento inesperado. Eso es exactamente lo que me ocurrió con el atentado del pasado 7 de junio, del cual fui testigo, contra mi amigo y mentor, el senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay.

En medio del caos, de la angustia y de la confusión por tan doloroso hecho con el que los violentos buscaron arrebatarle la vida a Miguel, he descubierto que el vínculo de amistad que construimos hace casi una década es genuino. Reconozco que no es fácil encontrar verdaderos amigos en la vida y menos en la política, pero Miguel lo es para mí.

Y la historia puede que sea extraña en sus inicios, pues lo conocí en 2015. Él era concejal y presidente del directorio liberal en Bogotá. Yo, un primíparo de 26 años que apenas empezaba a entender cómo funcionaba el mundo político. Cada vez que nos cruzábamos, me saludaba con amabilidad y me invitaba a un café. Sin embargo, ese café nunca se concretó.

El 1 de enero de 2016, al verlo por televisión asumir como secretario de Gobierno, me alegré y le escribí un mensaje en el que le decía que representara bien a los jóvenes bogotanos, pues él era el más joven en ocupar dicho cargo en la historia de la ciudad. Para mi sorpresa, no solo me respondió en menos de una hora, sino que volvió a invitarme a ese café pendiente. Me confrontó su generosidad. Yo sabía que la política era revanchista y mezquina, pero él me mostró otra cara.

Seis meses después nos reunimos, por fin. Yo terminaba mi maestría y él avanzaba en su reto como secretario en la administración del alcalde Enrique Peñalosa. Desde aquel cargo, Miguel siempre se trazó el objetivo de dar oportunidades a los jóvenes y de hacer política sin negociar principios y valores. Fue así como llegué a trabajar en la Secretaría de Gobierno. Aunque no nos veíamos con frecuencia, siempre tenía gestos cordiales conmigo. Se tomaba el tiempo de preguntar cómo estaba, incluso en medio del ritmo frenético de lo público.

Luego de realizar un curso en seguridad en Israel, volví a Bogotá y lo busqué de nuevo. Él, con el carácter que lo identifica, ya estaba decidido a lanzarse a la Alcaldía. Nos embarcamos en la misión de recoger firmas en las calles. Junto a mi familia me di a la tarea de recolectar algunas y recuerdo el número que le entregamos: 5.324. Cuando se inscribió, su campaña se volvió una de mis prioridades.

No ganar fue duro. Él, sin embargo, ya estaba pensando en lo que venía. Me dijo: “Esto no se acaba aquí”. Y no se acabó, ya que todo sirvió de aprendizaje. Se fue a estudiar a Boston, y cuando volvió, el presidente Álvaro Uribe lo invitó a que se inscribiera como cabeza de lista al Senado por el Centro Democrático. En ese momento a mí me ofrecieron encabezar otra lista al Congreso, pero había una condición: alejarme de él. No lo hice. Escogí quedarme a su lado. Por lealtad y por amistad.

Tuve el honor de ser su gerente de campaña al senado en Bogotá. Nos propusimos metas que parecían imposibles. Caminamos barrios, saludamos a miles, recorrimos calles conociendo las adversidades de la ciudadanía, pegamos innumerables stickers de Miguel en los carros que nos pitaban en apoyo y dábamos a conocer sus propuestas en un ejercicio electoral riguroso, pero muy alegre. Allí, reiteré que él tiene capacidad de organización, pero sobre todo, que se gana el corazón de las personas fácilmente. La gente lo quiere, sí, pero lo sigue porque es coherente, tiene carácter y habla con firmeza.

En medio de todos esos afanes propios del ejercicio político, ese que tanto nos apasiona, hemos tenido momentos para abordar la fe, para hablar de Dios. Incluso, recuerdo con cariño el día que me pidió descargarle la Biblia en su celular. A Miguel lo he visto orar, buscar, preguntar. Él no solo es un gran líder, sino un hombre con hambre y sed de justicia. Miguel no negocia sus principios. Es firme, incluso cuando lo atacan. Y a la vez, es un puente. Une, no impone. Respeta. Escucha.

Gracias a su impulso hoy soy concejal de Bogotá. Me dio su respaldo y me exigió dar lo mejor. Desde que compartimos me ha enseñado que la política no se trata de concentrar el poder por el poder, sino de servir con propósito. Conozco su hogar, su familia, su forma de vivir, lo más íntimo y preciado que puede tener una persona. Lo he visto criar con ternura a su hijo y abrir las puertas de su casa a muchos, como si todos fuéramos de la familia.

Por eso hoy escribo. Porque la política, en medio de tanta convulsión, aún puede construir lazos sinceros. La amistad, cuando es verdadera, trasciende los cálculos. Es hermandad, solidaridad y cariño. Lo que nos une es más fuerte que cualquier adversidad. Como dice Romanos 8:31: “Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?”.

*Concejal de Bogotá por el Centro Democrático.

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