VIOLENCIA

Asesinan a joven indígena mientras acompañaba a su hermana a una cita médica

Diego Fernando González apenas tenía 18 años. Los asesinos entraron al centro asistencial del corregimiento El Diviso, en Barbacoas, Nariño, y lo balearon en la sala de espera.

9 de noviembre de 2020
Asesinan a líder indígena en Tumaco/Ilustración de SEMANA | Foto: Ilustración SEMANA

A la muerte del joven indígena Diego Fernando González, de 18 años, en zona rural de Barbacoas, Nariño, le antecedió una campaña de miedo y amenazas contra el resguardo Awá Pipalta Palví Yagualpí del corregimiento El Diviso. Un grupo de hombres armados pintaron las casas con mensajes cargados de odio.

Contra los Pipalta Palví Yagualpí se han registrado cuatro asesinatos en el último mes. El de Diego Fernando fue uno de ellos. El joven indígena acompañaba a su hermana a una cita médica cuando fue alcanzado por las balas. Los pistoleros viajaban en un carro. Se bajaron, entraron al lugar y caminaron hasta donde estaba la víctima. Dos disparos fueron suficientes para quitarle la vida.

“Este hecho ocurre sobre la vía que de Pasto conduce a Tumaco, en el kilómetro 109, sumándose a diferentes hechos que han venido sucediendo a la orilla de la carretera, donde hace presencia la fuerza pública, lo que nos genera preocupación porque evidencia que para nuestro pueblo Awá no existe garantía de seguridad”, señaló la Unidad Indígena del Pueblo Awá, Unipa.

La organización dice que estos asesinatos selectivos se vienen presentado en una región donde confluyen 32 resguardos Awá Unipa. “El hecho (asesinato de Diego) ocurrió en el centro de recuperación de pacientes de la IPS - Unipa, que es un lugar donde siempre hay presencia de mujeres, niños y mayores, convirtiéndose en un claro ejemplo de infracción al Derecho Internacional Humanitario”.

Otro de los asesinatos que golpeó al resguardo Pipalta Palví Yaguapí fue el de la líder indígena Ana Lucía Bisbicús, de 50 años, también en Barbacoas, Pacífico nariñense.

Esta líder indígena desde hace más de ocho meses había alertado sobre amenazas en contra de ella y su familia. La querían matar por ser la voz de los menos favorecidos en ese territorio y por rechazar la presencia –cada vez más fuerte– de los grupos armados. Su voz no tuvo el eco suficiente entre las autoridades y el sábado en la noche la mataron.

No fue una muerte cualquiera para los awá. Fue un asesinato con mucho dolor y dramatismo: Ana estaba en un velorio, cuando hombres armados la sacaron a la fuerza. La arrastraron del pelo lentamente ante la mirada impávida de los asistentes, la llevaron detrás de la iglesia, la hicieron arrodillar y le dispararon a quemarropa. La mataron en su territorio, pese a las advertencias que ella había hecho.

Ana había recibido de los indígenas awá la vocería desde hace algunos años. Ella hablaba fuerte y sin titubeos para denunciar la presencia de actores armados y enfrentamientos en sus territorios. Su lucha ya le había costado la muerte de su hijo, Deiro Alexánder Pérez Bisbicús, el pasado 6 de mayo. Ese asesinato no la amilanó, al contrario, le dio mucha más fuerza para nunca quedarse callada ante la violencia.