HONG KONG

Hong Kong: el precio de la democracia es la vida

Un millón de personas se manifestaron en Hong Kong contra el proyecto de ley que le permitirá al Gobierno extraditar a los delincuentes a China. Su autonomía restringida corre peligro ante las presiones de Beijing.

15 de junio de 2019
Según testigos, nunca se había producido una manifestación de estas dimensiones en la antigua colonia británica.

“¡Mentirosa, vendida, comunista!”, gritaban los ríos de gente, mientras nuevas arengas llegaban del final de la muchedumbre y los ciudadanos volvían a gritar: “¡No a la ley de extradición; un país, dos sistemas; renuncie, Carrie Lam!”. Y así, al ritmo de los cantos, un millón de ciudadanos se amontonó en las calles de Hong Kong para exigerle a Lam, jefa del Ejecutivo, que suspenda el proyecto de ley que permitirá extraditar a los delincuentes hacia China antes de ser condenados.

Carrie Lam.

Pero Lam no dio el brazo a torcer. Ni la multitudinaria protesta, la mayor desde que Hong Kong dejó de ser colonia británica en 1997, la persuadió de oponerse a los legisladores locales que insistieron en que “por encima de los revoltosos” votarán el 27 de junio. Los ciudadanos respondieron con furia, pero, sobre todo, con temor. Saben que si pasa la ley, Beijing podrá intervenir en la captura de extranjeros y habitantes de Hong Kong con consecuencias insospechadas para la democracia.

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En efecto, según expresaron los manifestantes, les preocupa que el Gobierno central utilice la ley para perseguir a opositores políticos y líderes religiosos. Lam contesta que los tribunales locales no perderán su autonomía para decidir quiénes deben ser extraditados y percatarse de que no haya persecución por razones ideológicas. “Sabemos que la ley es polémica, pero con ella solo queremos llenar el vacío legal que durante años ha hecho de Hong Kong un paraíso de fugitivos y delincuentes de otras partes de China, a los que, por nuestro sistema, no podemos condenar”, dijo.

La jefa del Gobierno, junto con el Parlamento, se refirió específicamente al caso de un hombre de Taiwán que mató a su novia embarazada y huyó a Hong Kong. Como ambos territorios no tienen acuerdos formales de arresto y extradición, el sujeto quedó en libertad. Unos meses después pudieron condenarlo por lavado de dinero y por robarle bienes a su novia. Pero esos delitos son menores comparados con el de homicidio. En octubre quedará libre.

Los habitantes de la antigua colonia británica temen que XI esté dispuesto a todo para acabar con la fórmula de “un país, dos sistemas”.

Sin embargo, los opositores insisten en que ese caso solo sirve de excusa para permitir que China intervenga más en los asuntos de la ciudad, y la anexe política y económicamente a las leyes de su país. Si bien Hong Kong nunca fue plenamente democrática, es inevitable pensar que en los últimos años las presiones del Gobierno central desdibujaron muchas de las libertades que la isla poseía.

El Partido Comunista tiene un historial “oscuro” en derechos humanos y debido proceso. De hecho, varios de los manifestantes recordaron los secuestros, torturas y exilios a los que el régimen sometió a cientos de activistas durante los últimos años. Entre ellos, a cinco reconocidos libreros críticos de la Revolución china.

Así que no cedieron a la reticencia del Gobierno. El miércoles, miles rodearon el Parlamento una vez más y se enfrentaron a la policía antimotines, que atacó con gas pimienta, balas de caucho, bolillos y agua a presión. Aunque la jefa del Gobierno no tiene intención de retirar el proyecto, los legisladores tuvieron que aplazar los debates hasta que se normalizaran las cosas.

Más de 5.000 agentes antimotines y miembros regulares arremetieron con gases, bolillos y agua a presión contra los ciudadanos que rodeaban el Parlamento.

Pero las protestas de esta semana evidenciaron que no será una pelea fácil de ganar. La democracia, la libertad y la justicia están en juego. Uno de cada siete hongkoneses, según cifras oficiales, peleará por su autonomía hasta las últimas consecuencias. Porque el trato que el Gobierno chino hizo con los británicos, cuando estos devolvieron la colonia en 1997, establecía que el Partido Comunista garantizaría la fórmula de “Un país, dos sistemas” al menos hasta 2047.

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Desde entonces, la libertad de reunión, la libertad de prensa, la independencia del Poder Judicial, el libre mercado, el control de las aduanas, entre otros, se convirtieron en símbolos de la identidad de Hong Kong en el contexto chino. Sin embargo, desde que Xi Jinping llegó al poder en 2012, todo cambió.

Para muchos analistas, después de Mao Zedong, Xi es el presidente más autoritario que ha tenido el país. Y así lo ha demostrado en regiones supuestamente semiautónomas, como el Tíbet o Xinjiang, en las que se estima que hay cerca de 2 millones de personas en campos de concentración.

El mandatario tiene claro que Hong Kong es una de las mayores fuentes de ingresos del país, por lo que no quiere asustar a los inversionistas con medidas autoritarias o con políticas arbitrarias que generen desconfianza en los mercados. Pero, según dijo a SEMANA la doctora Liz Jackson, de la Universidad de Hong Kong y autora de importantes libros sobre política y educación en China, las libertades civiles de Hong Kong resultan profundamente incómodas para los intereses imperiales de la China continental. Su influencia internacional, su irreverencia frente a Beijing, su libertad de culto y de expresión son situaciones que el Gobierno de Xi no puede permitir.

Además, el Partido Comunista ya no tiene ningún incentivo para preservar el modelo. Hasta hace algunos años le servía de ejemplo a la isla de Taiwán para que se reintegrara a la soberanía de Beijing. Pero desde que las nuevas generaciones de taiwaneses rechazan con fuerza esa posibilidad, la conversación está casi superada. Xi se ha decantado por la fuerza tanto en Taiwán como en las regiones semiautónomas de su país. “Él no está dispuesto a que en el patio de su casa haya críticos al régimen con el que se erigió como líder supremo”, dice Jackson.

Xi Jinping.

Xi es consciente de que así como él aumentó las presiones sobre Hong Kong, los ciudadanos también. Y desde la marcha de los paraguas en 2014 hasta ahora, los jóvenes demostraron que no se sienten identificados con China y que, incluso si llegaran a 2047 como región autónoma, pedirán más. “No quieren ser parte de la China comunista. Sin reservas, quieren socavar el régimen desde adentro. Y Beijing le teme a eso”, asegura Jackson.

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Por esa razón, el partido se las arregló para construir alianzas con algunos legisladores de Hong Kong y ganar la mayoría de escaños del Parlamento. De 70 puestos, 43 pertenecen a congresistas “pro-Beijing”, incluida la propia Lam.

La ciudad está sumida en el caos y la desesperanza. Los manifestantes aseguraron que seguirán presionando al Gobierno, pero que no esperan “un buen resultado”. El poder chino es demasiado grande. Xi tiene claras sus intenciones, y los 5.000 policías desplegados por la isla tienen órdenes de sofocar a como de lugar “las disidencias influidas por los Gobiernos extranjeros”.

Ante la violencia y el temor de que la vieja Hong Kong desaparezca pronto, los manifestantes recurrieron incluso a las plegarias. Uno a uno llegaron al Victoria Park, en el corazón de la ciudad. Allí, con velas y pancartas, se sentaron alrededor de una gran réplica de la Diosa de la Democracia, la estatua erigida por los estudiantes en la plaza de Tiananmén durante la masacre de 1989.

Con los ojos cerrados y las manos al cielo, los habitantes de Hong Kong le piden a su deidad no abandonarlos. “¡Oh, Diosa de la Democracia, que el camino no sea demasiado largo. No abandones a quienes te rezamos”.