MUNDO

George Weah: un juego que no puede perder

El otrora astro del fútbol europeo fue investido como el nuevo presidente de Liberia. El máximo ídolo de su país enfrenta el reto de sacar de la pobreza a una sociedad que no quiere regresar a la violencia. Pero sobre él gravitan nubes de tormenta.

Mauricio Sáenz
23 de enero de 2018
| Foto: AFP / Archivo particular

Los aficionados al fútbol no olvidan al liberiano George Weah. Lo recuerdan por su paso por el Mónaco, (al que llegó en 1987), por Paris Saint Germain, AC Milan, Manchester City, Chelsea  y Olympique Marseille.   Extrañan su gambeta rápida y la fuerza descomunal con la que atravesaba las defensas contrarias, que le valieron convertirse en el único africano que ha ganado el título de Jugador Fifa del año y Balón de Oro, ambos en 1995.  Todo lo cual tiene un mérito especial: Weah llegó a la gloria deportiva tras superar la miseria en la que nació, en los tugurios de Monrovia.

Tampoco olvidan cómo ese futbolista alto y fornido sufría por su país, que justo mientras él triunfaba en las canchas europeas, se desangraba en dos guerras civiles sucesivas, caracterizadas por su extrema crueldad.  Weah no concebía que esos niños armados de fusiles, que detenían a placer a los transeúntes en las carreteras para someterlos a un juicio sumario de vida o muerte, no estuvieran más bien en la cancha persiguiendo el balón de sus sueños.  Ni que personas desesperadas acumularan cadáveres frente a la embajada de Estados Unidos, con la esperanza de provocar una reacción de la comunidad mundial.

Por eso, en 2002, en el ocaso de su carrera, asumió personalmente los gastos de una selección nacional congregada con los restos de esa juventud destrozada, y participó como jugador y asistente del entrenador.  A pesar de sus esfuerzos, no logró llegar a esa Copa Mundo, ni a unas finales de la Copa Africana de Naciones, pero con los partidos que ganó, logró darles a los liberianos, así fuera fugazmente, un motivo para sentirse orgullosos de su país.

Todo ese activismo social, sumado a su labor como embajador de buena voluntad de Unicef, lo condujo a un destino casi obvio: tras colgar los guayos en 2003, el taciturno Weah decidió lanzarse a la Presidencia cuando se celebraron las primeras elecciones después de la guerra.  Pero a pesar de su enorme popularidad, no logró superar a Ellen Johnson-Sirleaf, quien se convertiría en la primera mujer en gobernar un país africano.  Lo cierto es que Weah, quien no terminó la secundaria para dedicarse al fútbol, no pudo superar la brecha educativa con su contendora, una ex funcionaria internacional educada en la Universidad de Harvard.

Pero eso no amilanó al exfutbolista, quien decidió terminar el bachillerato, y pasó cuatro años en la universidad DeVry, en Florida, donde se graduó en administración de negocios. Tras un nuevo intento fallido, esta vez por la Vicepresidencia, en 2014 logró un escaño en el senado por la provincia capitalina, y en 2016 finalmente logró su ansiado objetivo de convertirse en presidente de su país.

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Liberia, por lo demás, tiene características históricas que lo distinguen del resto de Africa subsahariana.  A diferencia de sus vecinos, no cayó en la cacería de colonias realizada por los europeos a partir de la década de 1880.  Para entonces, ya se había convertido en el lugar escogido por Estados Unidos para ‘devolver’ a África a su población de ese origen.  En 1847 los colonos afroamericanos declararon la independencia del territorio, y establecieron allí una supuesta ‘democracia’ a imagen y semejanza de su metrópoli.  Pero al mismo tiempo sembraron las semillas del desastre, pues los recién llegados se convirtieron en una élite ‘civilizada’ que marginó del poder por más de cien años a la población originaria, la inmensa mayoría.

Esa elite gobernó al país con mano de hierro hasta 1980, cuando un sargento del Ejército, Samuel Doe, derrocó al último presidente de origen norteamericano, Samuel Tolbert, y dio comienzo al caos que, con mayor o menos intensidad, se apoderó del país hasta la llegada al poder de Johnson Sirleaf.

Esta, reelegida en una oportunidad, le entregó la semana pasada la Presidencia a Weah, tras dos períodos caracterizados por un ambiente de reconciliación y tranquilidad. El acto, realizado en el estadio de Monrovia, fue la transferencia democrática del poder en más de 70 años. Y el ambiente no podía ser más festivo: el hombre más popular del país asumía la Presidencia en medio del júbilo generalizado.

Pero no todo es color de rosa. A los ojos de sus compatriotas, Weah representa la llegada de un futuro de prosperidad y reivindicaciones sociales. Pero aunque nadie duda de sus buenas intenciones, dos aspectos ensombrecen su mandato. Por una parte, aunque tiene el carisma y la capacidad de convencer, no ha concretado ninguna fórmula para llegar a sus objetivos, en un país en el que el 65 por ciento de la población vive bajo la línea de la pobreza. Por eso, las expectativas creadas alrededor de su nombre podrían jugar en su contra, cuando los liberianos vean que no tiene varita mágica.

Y el segundo resulta aún más preocupante, pues Weah compitió por la Presidencia con una acompañante extraña: su fórmula vicepresidencial. Se trata de la señora Jewel Howard Taylor, nada menos que la esposa del exdictador Charles Taylor, quien paga 50 años de cárcel inglesa, condenado por un tribunal internacional por crímenes de lesa humanidad. Resulta inquietante  que el propio Weah fue uno de los mayores críticos de Taylor cuando estaba en el poder. Así que crecen los interrogantes sobre las causas que motivaron esa escogencia.

Sus defensores argumentan que la señora goza de gran admiración en el país, y que ella no representa al oscuro personaje.  Pero su presencia sin duda podría envalentonar a sus viejos partidarios, que aunque son minoría, miran con nostalgia la época en que ostentaban el poder por las armas.  Y de todos modos significará  una mayor presión sobre el flamante presidente, quien debería presentar resultados concretos tan pronto como le sea posible.  George Weah enfrenta, sin duda, el partido más difícil de su vida.